Enrique Semo

En 1989 y 1990 estuve seis meses en los países del llamado “socialismo realmente existente” como enviado de Proceso. Fue el momento cumbre del hundimiento de ese sistema en Europa. Los países mejor categorizados como de socialismo de Estado, o bien de modo de producción soviético se derrumban estrepitosamente. En dos años, una sociedad muy diferente al capitalismo que incluía a la mitad de la población europea, desaparece y luego es integrada al capitalismo. El libro que se va a presentar hoy, Crónica de un derrumbe, es un retrato fiel de los sucesos, basado en entrevistas, ensayos y reflexión. Los entrevistados van desde jefes de Estado, académicos de alto nivel, artistas importantes, dirigentes de movimientos contestatarios en los países de socialismo de Estado, hasta líderes de movimientos nacionalistas armados en Armenia o en Georgia. Pero también de entrevistas con ciudadanos, grabaciones en marchas multitudinarias y pláticas en cantinas. El libro fue íntegramente redactado sobre la marcha, en trenes rusos, en hoteles polacos, o cafés alemanes, inmediatamente después de los encuentros.

Estamos ante una obra que recoge las impresiones, los sueños, las indignaciones de los ciudadanos, intelectuales y políticos de esos países. Si ustedes quieren, una instantánea de dos años de caos que pudieron ser una revolución y se convirtieron al final en una contrarrevolución. Mi consejo interesado es: léanlo; no creo que haya muchos libros de ese tipo.

Al viajar durante más de un año por esos países, yo ya estaba bastante bien preparado para la tarea de cronista crítico de un derrumbe social, político, militar e ideológico de esa magnitud. Había hecho mi doctorado en la República Democrática Alemana en donde viví cuatro años dentro del laberinto de un ensayo sin precedente. Hablaba el alemán, tenía amigos en el país. Mi inglés y mi francés me servían de llaves maestras y en Polonia y la URSS conté con la ayuda de dos traductores de primera fila. Encontré n  todos los niveles un hambre de hablar, de comunicar sus realidades y aspiraciones. Algunos de los entrevistados fueron personalidades de primer rango en sus profesiones. Tuve la ocasión de hablar con el Secretario General del Movimiento Nuevo Foro, el principal de la nueva izquierda en la República Democrática de Alemania, Reinhard Schult; con la senadora de Alemania Federal Hilde Schramm, una de las fundadoras del partido Verde. En Polonia pude hablar con el secretario ideológico del Partido Obrero Unificado Polaco (PC) y con Hendryk Brunka, portavoz oficial del episcopado de Polonia.

En la URSS, entrevisté a Abel Gizevich Aganbegyan, miembro del presídium de la Academia de Ciencias y director de la comisión de estudios económicos de esa institución; autor de varios libros sobre la economía de la Perestroika, y consejero principal de Gorbachov. A Evgeni Evtushenko, el poeta más popular de la época, bien conocido en México, a Elena Bonner, secretaria y continuadora de la obra y pensamiento del Premio Nobel Andrei D. Sájarov que acababa de morir y al general Eraclio Djordjadze, miembro de la Academia de Ciencias de la URSS y alto oficial en la Segunda Guerra Mundial. Al principal dirigente estudiantil, de los estudiantes huelguistas en Tibilisi; y en Armenia, al dirigente principal del destacamento armado de los estudiantes nacionalistas. Pero también a mucha gente del pueblo, en cantinas, cafés y manifestaciones multitudinarias.

Ahora, 27 años después, puedo decir que comprendo mucho mejor lo que estaba sucediendo. El Estado de la Unión Soviética, poderosa fuerza cuya pujanza dominaba a dos quintas partes de la humanidad, se desintegró con una rapidez asombrosa, básicamente debido a las reformas muy mal pensadas de Mikhail Gorbachov y el gobierno de Yeltsin, abierto a las intervenciones de George Bush, padre, y de Bill Clinton, Jeffrey Sachs, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Al desintegrarse el Estado y el Partido Comunista de la Unión Soviética en la URSS, se creó un vacío de poder inmenso, al mismo tiempo que en todos los países del llamado mundo socialista se desataba una crisis económica de proporciones catastróficas. En la práctica, el vacío de poder se transformó en una multiplicidad de opiniones, de acciones, de iniciativas contradictorias, y no hubo quién supiera dirigirlas por una vía revolucionaria. Les voy a dar dos breves ejemplos del caos que encontré.

Armenia. Decidí transportarme con mi traductor a Armenia para ver el nacionalismo en acción. La situación era realmente dramática. En la casa de un periodista me enseñan una película clandestina de la matanza del 27 de mayo de 1989: en la estación central las afanadoras recogían con cubetas la sangre que corrió en la sala en la cual un grupo de jóvenes armenios intento arrebatar sus fusiles a reclutas del ejército soviético. En la noche, la confrontación entre estudiantes armados y fuerzas del ejército en la capital, toma visos de batalla formal.

En el local del Movimiento Panarmenio. Me recibe un hombre joven. Se presenta M. Rukharo, vocero de prensa del movimiento. Me cuenta de las manifestaciones reprimidas y de la respuesta de la población; le pregunto

-¿Cuáles son sus principales demandas?

-Soberanía política y económica. Elecciones directas y limpias. Un fuerte parlamento armenio. Relaciones directas con el extranjero. Aquí si no hay libertad política no se puede tener libertad económica y cultural. La única alternativa a la independencia sería una federación como la propone Sájarov en la cual las funciones del Centro se reducirían a un libre mercado y a la unidad del ejército.

-¿Podrían producirse cambios en el centro que favorezcan su movimiento? Yeltsin está por una mayor autonomía para los rusos también.

-Debemos liberarnos ya de ese viejo pensamiento sobre el buen zar y los malos ministros. La solución no está en un hombre o en el sistema, porque éste está totalmente corrompido. La clave está en el movimiento desde abajo, el movimiento popular. Nosotros nos enfrentamos a un chantaje del Centro. En esas condiciones, nada perderíamos con la secesión.

-¿Con qué movimientos en otras partes del mundo se identifican ustedes?

-En primer lugar, con el movimiento Solidaridad en Polonia, que comenzó como el nuestro, como un gran movimiento espontáneo y se nutrió de las manifestaciones, las huelgas y los mítines. Ese movimiento se desarrolló más lentamente porque fue el primero. Nosotros, gracias a él, podemos ahora quemar etapas.

-Usted es maestro en filosofía, ¿se considera a sí mismo marxista? (grandes risas de los asistentes)

-No, claro que no. -dice Rukharo.

Otro maestro agrega:

-Su pregunta me parece cómica. En Armenia, hoy, no hay un solo marxista. Y no solo aquí, creo que en toda la URSS no quedan muchos.

-Sabe, -agrega otro de los asistentes- creo que Armenia juega hoy un papel muy importante para el mundo en general. La revolución francesa planteó tres grandes objetivos: libertad, igualdad, fraternidad. Ella solo pudo avanzar en el primero. Las revoluciones iniciadas con la de octubre de 1917, se planteó el segundo, la igualdad. En 1968, con la primavera de Praga y la rebelión en París, se abre un tercer ciclo, el de las revoluciones que luchan por la fraternidad. A él pertenece la revolución armenia, que en estos momentos es la avanzada del mundo.

Pasemos ahora a algunas de las ideas vertidas por el poeta y estadista Evgeni Yevtushenko, que acaba de morir el 1 de abril de 2017. La entrevista es del verano de 1990.

En una tarde gris llegamos a la reunión de la Asociación de Escritores, abril. En una pequeña sala de la Casa del Escritor se reúne una veintena de literatos de todas las edades. Parado, a la cabeza de la mesa, la larga figura quijotesca de Evgeni Yevtushenko se alza por encima de las demás. Los ojos azules no han perdido el brillo que tenían hace 22 años cuando recitaba en la Arena México, en 1968, su poema “El ajedrez mexicano” con los brazos abiertos en cruz.

Yevtushenko, nacido en 1933, fue el poeta más popular de la era de Jruschov (1953-1964). En la URSS fue un gran personaje, un disidente muy valiente, y en el mundo uno de los poetas más leídos y traducidos de nuestros tiempos. Se presenta: -“Soy un poeta, no un político. No me gustan las prisiones, las fronteras, los ejércitos, los cohetes o cualquier política conectada con la represión. Nunca he glorificado ese tipo de cosas en mis poemas. Siempre los he combatido. He peleado para hacer mi país mejor y más libre y para ayudar a la gente. He escrito contra Stalin y el estalinismo, contra el antisemitismo, contra la burocracia y los burócratas. Odio profundamente a los burócratas. Secretamente, en mi interior los mato o les arrojo tinta en la cara. Ha sido mi hobby desde la infancia […] un amigo me decía: Jenia, tú crees en el socialismo de faz humana, pero ese tipo de socialismo es imposible. Hay gente que cree que todas las tragedias y crímenes de nuestra historia muestran la verdadera cara del socialismo. Yo, en cambio, creo que esos sucesos fueron una traición al socialismo.”

-Pregunta: Mucha gente en la Unión Soviética se refiere a usted como el poeta de la época de Jruschov, del XX Congreso, ¿Es así como se ve usted?

-Recuerdo cómo se leía el informe secreto de Jruschov en las fábricas, en la Unión de Escritores. Incluso gente sin partido lo leía. Muchos lloraban y se jalaban los pelos. Estaban azorados. Pero yo ya sabía la mayor parte de las cosas que dijo Jruschov en el congreso. Las había aprendido de mi familia en Siberia. Solo me conmovía que las hubiera dicho un dirigente del partido. Muchos de nosotros comprendíamos después de la muerte de Stalin la necesidad de un cambio democrático. Heredé esos instintos de mis padres y mis dos abuelos, a quienes yo quería mucho. Uno era intelectual, un matemático; el otro era campesino, un hombre autodidacta, un diamante en bruto, un verdadero revolucionario. Ambos fueron arrestados en los años treinta. Uno murió en un campo de concentración. El otro fue liberado en 1948, pero murió poco después. Aun cuando solo era un niño, la hermana de mi padre, que era muy aguda políticamente, me explicó lo que les había pasado. Ese fue un golpe para mí y entonces comprendí. Por eso después no creía a la gente que decía que no sabía nada sobre los crímenes del periodo de Stalin. Estaban mintiendo. Yo sólo era un niño y sabía.

Eso podemos decir sobre el México de hoy. Muchos se hacen los ignorantes, los que no saben lo que está pasando. Pero México vive días terribles, días indignantes, días criminales. Y todos lo sabemos. Mis nietos lo saben. Todos lo sabemos.

-Pregunta: Mirando hacia atrás, por ejemplo, ¿Cuáles son sus sentimientos hacia Jruschov? Fue durante ese periodo cuando usted adquirió fama

-No crea que la Glasnost o la Perestroika cayeron del cielo o fueron un regalo del buró político. Fueron preparadas durante muchos años. La nueva generación de líderes absorbió el espíritu de nuestra literatura. Ellos eran estudiantes cuando comenzaron a leer nuestros poemas en los años cincuenta. Se apretujaban en las galerías durante nuestras lecturas de poemas, sin boletos. Mi generación de poetas hizo mucho por romper la Cortina de Hierro. Nos cortamos las manos golpeando esa cortina. A veces ganamos y a veces perdimos. Pero nuestra literatura no vino como una dádiva desde arriba. Trabajamos por ella. La forjamos para nosotros y las generaciones futuras. Escritores y poetas protegieron ideales y conciencias como dos manos protegiendo una vela contra el viento. Comenzamos a transformar esas velas en antorchas […]

-Pregunta: Vayamos del pasado al presente. Como alguien que siente haber preparado el camino, ¿qué significa la Perestroika para usted?

-Una oportunidad para realizar muchas de nuestras esperanzas fallidas. Somos potencialmente uno de los países más ricos del mundo. Tenemos recursos naturales increíbles y un pasado cultural y espiritual totalmente maravilloso. Pero durante todos esos años hemos sido como el cazador que pone tantas trampas que acaba por caer en una de ellas. Ahora nuestro país solo puede ser salvado por miles de manos, no por un par de manos. Eso significa democracia, aun cuando alguna gente trata de espantarnos con el espectro de la anarquía.

Una persona que puede ser controlada por la burocracia no es un patriota, porque la burocracia es la guerra contra el pueblo. Gente que sólo es controlada por su conciencia es el verdadero partido del pueblo, sean o no miembros del Partido Comunista. En éste hay gente moral y también pillos. La verdadera línea divisoria, hoy, es entre los luchadores por la Perestroika y los saboteadores de ésta.

Cuernavaca, 21 de noviembre de 2017.