Horas después de que Miguel Díaz-Canel asumiera como nuevo presidente de Cuba, las especulaciones comenzaron a empañar el horizonte de la isla. Por una parte, surgían interrogantes sobre un cambio ideológico que pudiera agradar al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y retomar la apertura que había sido iniciada por la administración Obama, y por otra, si solo se trataba de un gobierno basado en los parámetros castristas, como lo ha sido durante décadas.

Miguel no tardó en dejar en claro que su gobierno sería un defensor del bastión revolucionario iniciado por Fidel Castro. “En la isla no hay espacio para una transición que no reconozca o destruya el legado de tantos años de lucha […] Siempre estaremos dispuestos a dialogar y cooperar con quienes a su vez lo estén desde el respeto y el trato entre iguales. En esta legislatura no habrá espacio para los que aspiran a una restauración capitalista, esta legislatura defenderá la Revolución y perfeccionamiento del socialismo”.

Si bien el discurso proclamaba la secuencia del camino trazado hace más de sesenta años, también pareció abrir un espectro de cambios que, aunque socialistas, pudieran favorecer una prospección más hemisférica. La cercanía con sus dos principales aliados: Venezuela y Cuba, ha entrado en conflicto desde hace un par de años, cuando los gobiernos más orientados hacia el conservadurismo se han apropiado de los espacios que antes tenían los llamados países progresistas.

En comparación con Maduro, diversos medios internacionales han señalado que Miguel Díaz-Canel está mucho más por encima que el mandatario venezolano, pues este no refleja la experiencia que el ahora presidente cubano ha desarrollado en las filas castristas: heredar no es lo mismo que dirigir.

Para expertos internacionalistas como Gerardo Arreola, en realidad, Miguel solo se encargará de dar continuidad a los programas ya ideados por Raúl Castro quien, por cansancio gerontológico, ha tenido que dejar la tarea en manos de un subalterno.

El también periodista independiente y excorresponsal en La Habana afirma que América Latina no parecer ser la opción más viable para que Cuba busque nuevos aliados, sobre todo con una Venezuela en fuerte declive político, por el contrario, parecer abrirse hacia una nueva era con Rusia, país que podría encontrar en la isla la catapulta apropiada para llegar con más fuerza al subcontinente. Esta es la entrevista que Gerardo Arreola concedió a Siempre! vía correo electrónico.

Cambios estancados

¿En qué momento tiene lugar este cambio de poder, que tradicionalmente ha estado representado bajo la dinastía Castro?

Raúl Castro gobernó durante casi 12 años y emprendió dos proyectos de gran alcance: una reforma económica y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

La reforma logró reconstruir un pequeño sector privado que ya ronda más del medio millón de personas, en torno al 40 por ciento de la población ocupada. Esto no existía en Cuba desde finales de los años sesenta. Igualmente, se restituyó en todo su alcance el derecho a la propiedad individual, lo cual permitió a los cubanos disponer de bienes y servicios ordinarios, que antes estaban regulados o prohibidos y detonó la aparición y desarrollo de mercados que antes no existían o los había en forma subterránea, como el inmobiliario.

Quizás el objetivo más complejo de la reforma es muy subjetivo: el cambio de mentalidad. Raúl Castro se refirió con frecuencia a la necesidad de acabar con el igualitarismo, la política que pretende emparejar a toda la sociedad por vías administrativas y el estatismo o suposición de que todo debe resolverlo directamente el Estado en cualquier circunstancia.

En cambio, el ahora expresidente quiso impulsar la idea de que quien más trabaje debe ganar más y que el mercado tiene un lugar aún en un sistema declarado socialista, que se propone no dejar a nadie desamparado.

Los cambios que llevaron a la apertura de ese pequeño sector privado se han estancado, aunque el gobierno sostiene que solo se trata de una revisión provisional. Habrá que ver si se reanudan y en qué forma.

Ahora bien, la apertura produjo ganadores y perdedores. Hay quienes han podido insertarse en las nuevas reglas y quienes han quedado al margen. La brecha social se ha ensanchado, hay segmentos de la población que ya viven con niveles de ingreso altos para el mercado interno y quienes se han estancado o se han empobrecido. Las expresiones de ambos extremos están en la subsistencia diaria, en el consumo, el transporte o la vivienda. La desigualdad social es ahora uno de los grandes retos del nuevo gobierno.

Pero el reto principal es el de eliminar la doble moneda. Desde hace dos décadas Cuba tiene una economía medida en dos formas, con una moneda local, con la que paga salarios y se comercian algunos bienes y servicios, y otra con equivalencia a divisas fuertes, en la que se cotizan productos o servicios de mayor calidad o de importación. Esta última es la moneda del turismo, la inversión extranjera y el comercio exterior.

Esta coexistencia genera distorsiones, impulsa la desigualdad y crea confusión en la contabilidad. Es un factor realmente corrosivo en la economía. Sin embargo, resolver el conflicto no es asunto de voluntad o puramente administrativo, no se logra con un decreto. Al final de cuentas, la moneda es un reflejo de la economía real.

La base de la reunificación monetaria es tener una divisa que refleje la economía realmente existente en Cuba, lo cual significa dejar en pie las unidades productivas y competitivas. ¿Cuántas y cuáles empresas o unidades de servicios tendrían que desaparecer o reconvertirse? ¿Qué impacto puede tener en el ingreso y el empleo? Esta es una cuestión clave.

En el curso de estos cambios, la sociedad cubana ha planteado por diversas vías sus expectativas en el ejercicio de libertades individuales y colectivas, una mayor libertad de expresión, de asociación y de emprendimiento económico, que por ahora no tienen una respuesta clara.

En resumen, Raúl Castro dejó la jefatura de Estado y de gobierno con la reforma en marcha, pero con tareas pendientes. Marcó el camino, pero dejó una agenda aún abierta, que incluye una anunciada nueva Constitución, que refleje los cambios, y que apenas este año empezará su proceso legal.

Repetidamente, Raúl reprochó la resistencia dentro de los distintos niveles de la burocracia al cambio de mentalidad y a la aplicación misma de la reforma y hasta llegó a describir los perfiles de las tendencias que pugnan dentro del aparato dirigente. El nuevo presidente, Miguel Díaz-Canel, tiene enfrente una muralla que vencer.

Las tensiones con Trump

Se asegura que Cuba intenta congraciarse con Donald Trump para levantar o al menos aminorar las presiones del bloqueo, ¿Qué opinas de ello?

Las relaciones con Estados Unidos fueron el segundo gran proyecto de Raúl Castro. Después del anuncio conjunto que hizo con Obama en diciembre de 2014, se precipitó una batería de acuerdos de cooperación, fácilmente más de una decena, se reinstalaron las embajadas en ambas capitales, se multiplicaron los vuelos en uno y otro sentido, se dispararon las visitas de estadunidenses a la isla y en general se abrió un horizonte que apuntaba hacia la normalización de relaciones. En eso llegó Trump.

El nuevo presidente de Estados Unidos reimpulsó la alianza de la Casa Blanca con el exilio radical cubano del sur de la Florida y precipitó un conflicto cuyo origen aún a estas alturas no está nada claro.

Estados Unidos expulsó diplomáticos cubanos y dejó en el mínimo de personal a su embajada en La Habana. Así causó un daño de grandes proporciones a los cubanos que solicitan visa, pues deben tramitarla en una embajada estadunidense en otro país. Para los migrantes las visas se expidieron unas semanas en Colombia y ahora se tramitan en Guyana.

Al momento del cambio generacional en el gobierno cubano y la apertura de una nueva era, Estados Unidos tiene una ínfima capacidad de observación y movimiento en la isla.

El origen de este vuelco es el alegato del gobierno de Trump de que al menos dos decenas de miembros de su personal en la isla habían sufrido en sus domicilios “ataques” causados por un sonido de naturaleza y origen no especificados, con consecuencias diversas para la salud.

Para el gobierno cubano, tales “ataques” son pura “ciencia ficción”, pero el gobierno de Trump culpó a La Habana de no hacer lo suficiente para proteger al personal diplomático.

La Asociación Médica de Estados Unidos reportó en febrero pasado que un equipo de la Universidad de Pensilvania, que evaluó largamente a una veintena de víctimas de la situación, concluyó que es difícil encontrar una explicación consensuada de los efectos y que no está claro el impacto de la posible exposición a fenómenos audibles. Según ese reporte, antes de llegar a conclusiones definitivas, se debe obtener evidencia adicional y evaluarla rigurosa y objetivamente.

Más allá del curso de este episodio, las decisiones de Estados Unidos escalaron hasta inyectar un factor influyente y sorpresivo en la situación de Cuba. El drástico cambio en las relaciones bilaterales levantó de golpe una barrera fenomenal para los viajes temporales y la emigración definitiva y alimentó un foco de tensión interna donde antes había una brecha de alivio. Estorbó el minúsculo comercio bilateral y el turismo estadunidense hacia la isla que estaba en ascenso, con lo cual, además, golpeó al sector privado cubano, que ya había encontrado un mercado en ese flujo de visitantes.

En realidad, Cuba ha tratado de llegar a un acuerdo de convivencia con Estados Unidos desde poco después del triunfo de la revolución de 1959 y el primer logro de gran magnitud fue el restablecimiento de relaciones, más de medio siglo después, que a pesar de su expresión diplomática dejó sin cambios de fondo el bloqueo económico.

Pero ahora, igual que ocurre con otros conflictos alrededor del mundo, es muy difícil prever el curso de la relación mientras Trump esté en la Casa Blanca.

Gerardo Arreola.

Cuba no pasa por la OEA

¿Cuáles son los desafíos a los que se enfrentará el nuevo presidente cubano respecto a Latinoamérica en la OEA?

Una constante de Raúl Castro fue su interés en mejorar sus relaciones con América Latina. Durante su mandato concluyó el restablecimiento de vínculos diplomáticos con todos los países de la región, para cerrar así un ciclo que se había abierto a principios de los años sesenta, cuando se produjo la ruptura masiva con la isla, con la excepción de México.

Una expresión simbólica de ese proceso es la participación de Cuba en la Cumbre de las Américas —una instancia propia de la OEA—, ya desde la convocatoria de Panamá, en 2015. También lo hizo este año en Perú.

En rigor, las relaciones de Cuba con la región no pasan por la OEA, salvo esas cumbres. Cuba ha dicho que no volverá a la Organización y no parece que esa posibilidad sea plausible, a pesar de que la propia OEA levantó las sanciones que pesaban contra la isla.

El reto más importante de Cuba y, sobre todo, del nuevo mandatario, en la región, es el de remplazar o buscar sucedáneos a los beneficios que ha tenido en la alianza con Venezuela, en un momento en que el país sudamericano se hunde en una profunda crisis económica. Ya es insostenible el suministro de petróleo en los niveles que mantenía Venezuela en el pasado (alrededor de 100 mil barriles diarios), mientras que la isla ha reducido su propio consumo interno hasta cerca de 130 mil barriles diarios.

La producción petrolera propia es aún insuficiente para alcanzar ese rango y no hay en el horizonte una prospección para nuevas zonas de explotación a corto plazo. Tampoco está claro si Venezuela continuará pagando el paquete de servicios que le presta Cuba en un rango amplísimo, desde personal médico hasta asesorías especializadas en numerosas ramas.

Pero, por otro lado, alcanzar un remplazo de ese esquema no parece viable de inmediato en América Latina, donde, además, hay una tendencia al regreso de gobiernos de derecha, que en algunos casos pueden ser especialmente distantes u hostiles con La Habana.

De ahí que Cuba esté mirando más fuera del continente, en particular hacia Rusia, para reencauzar su economía, a la vista del conflicto con Estados Unidos y la crisis venezolana.