Una vez más el inefable presidente de Estados Unidos nos la volvió a hacer. Otra vez recurrió a insultar y agredir verbalmente a México, con la vista puesta en sus seguidores —cada vez menos— que constituyen su voto duro en un momento en el que crece además de su desprestigio y repudio entre una creciente franja de la población estadounidense, se cierra el círculo de la soga que le aprieta el cuello de la justicia por su relación poco clara con agentes rusos para ganar la elección de 2016 y sobre todo con las elecciones parlamentaria del próximo otoño.

La respuesta del presidente Enrique Peña Nieto es una muestra de oficio diplomático, de esa diplomacia que dio prestigio a nuestro país en todo el mundo y que parecía olvidada en el cajón de los recuerdos, cuando sus principios rectores están claramente expresados en nuestra Constitución política. El contenido de su mensaje en respuesta a la hostilidad y al trato injurioso que ha mantenido contra México y los mexicanos desde su campaña electoral el actual ejecutivo estadounidense fue breve, contundente, clara y respetuosa.

La relaciones bilaterales deben en términos del derecho internacional público y las reglas diplomáticas mantenerse en un tono y con un lenguaje comedido y respetuoso, como incluso se han conducido los agentes estaduales norteamericanos en sus tratos con los servidores públicos mexicanos, a contrapelo de los “tuitazos” y las estridencias declaradas de su jefe; baste recordar que solo unos días antes estuvo en la Ciudad de México la secretaria de Seguridad Nacional para firmar acuerdos conjuntos de cooperación y colaboración en las frontera con agencias mexicanas.

Es cierto que algunos externaron su malestar por la tardanza, aducen que debió formularse casi desde el principio de la administración de Trump. Otros escudados en su supuesta calidad de comentócratas u opinólogos aprovecharon la ocasión para hacer política, regateando su apoyo, cuando en el pasado lo prodigaron en circunstancias similares, llegando al grado de marchar juntos por las calles de la capital del brazo de connotados priistas y todas las variopintas clases de izquierdas.

Lo que nadie puede negar es que el breve pero contundente mensaje diplomático logró lo hoy es casi imposible: la unión de todos los mexicanos. Por tal razón el Ejecutivo federal hizo una breve referencia a todos los candidatos a presidente de la república —por riguroso orden alfabético— aunque algunos confundidos pretendieron leer mensajes ocultos. Se sumaron al apoyo los titulares de los poderes Legislativo y Judicial, y testimoniamos los pronunciamientos solidarios de empresarios, comerciantes, académicos y la inmensa mayoría de los mexicanos.

Una pequeña franja de eternos inconformes, critica que no se tomaron acciones represivas o se utilizó un lenguaje más fuerte en el tono y el contenido, evidenciando su desconocimiento de las reglas elementales de la diplomacia. No falta incluso quienes querían llenar de adjetivos a Trump, salirnos del TLCAN, romper relaciones, e incluso algún desquiciado propuso movilizar a la frontera nuestro ejército.

En estos días, pasada la efervescencia, se dice que Trump no ha hecho nada, que ni siquiera ha respondido por Twitter; quienes así piensan erran una vez más. La respuesta de Estados Unidos fue fuerte y refleja un gran malestar, se llamó a consulta a su embajadora, lo que constituye un paso diplomático de enojo, y a su retorno presentara una nota diplomática, además de que es una muestra de la descomposición de la relación bilateral.

En los días por venir, se requerirá que nuestro servicio exterior mantenga con honor los valores de nuestra otrora respetada tradición diplomática en defensa de la igualdad jurídica de las naciones, el respeto y protección de los derechos humanos, la paz y sobre todo la dignidad de la nación.