“La presidencia de Donald Trump amenaza gran parte de lo que es bueno en esta nación. Todos somos responsables de las opciones profundamente viciadas que se presentaron a los votantes durante las elecciones de 2016, y nuestro país está pagando un alto precio; este presidente no es ético y está desvinculado de la verdad y los valores institucionales. Su liderazgo es transaccional, impulsado por el ego y la lealtad personal. Somos afortunados de que algunos líderes éticos hayan elegido servir y permanecer en los altos niveles de gobierno, pero no pueden evitar todo el daño del incendio forestal que es la presidencia de Trump. Su tarea es tratar de contenerla”.

Estas líneas las escribió James Comey, ex director de la Federal Bureau of Investigation (FBI), en el libro que apenas saldría a la luz pública el martes 17 de abril del presente año: A Higher Loyalty: Thruth, Lies, and Leadership. (Una lealtad mayor: verdad, mentiras y liderazgo), Macmillan Publishers. 2018. 304 páginas.

Muchos estadounidenses comparten la misma idea de Comey sobre Trump, pero no se atreven a escribirlo o decirlo a través de los medios de comunicación. Es difícil que  cualquier persona afirme públicamente que el excéntrico sucesor de Barack Obama en la Casa Blanca no representa los valores de Estados Unidos de América. Hace casi un año, el 9 de mayo de 2017, James Comey fue despedido a la cabeza del FBI — por el presidente tras una turbulenta y complicada relación. Tan tensa que el alto personaje –2.04 metros de estatura que incomodaban al rubio naranja que apenas mide 1.90 metros–, en una entrevista a la cadena de televisión ABC News, afirmó: “Donald Trump está moralmente incapacitado para ser presidente”.

Y, agregó: “Honestamente, nunca pensé que estas palabras fueran a salir de mi boca, pero no sé si el actual presidente de Estados Unidos de América estuvo con prostitutas meándose unos a otros en Moscú en 2013. Es posible, pero no lo sé”. Este episodio que posiblemente tuvo lugar en el Ritz-Carlton, lujoso hotel moscovita –en la suite presidencial, donde también había pernoctado el presidente Barack Obama–,  durante un concurso mundial de belleza femenina, está registrado en un informe sobre Trump redactado por un espía británico, Christopher Steele, que se ha citado en muchas ocasiones. Comey se limita a sugerir en su libro que Trump podría ser víctima de chantaje por parte del Kremlin. Su tesis es que, al proporcionar esa información a Steele, el gobierno encabezado por Vladimir Putin indirectamente le decía al ahora residente en la Casa Blanca que le habían grabado en su reunión con las prostitutas durante el Concurso de Miss Universo, a la sazón en las “pequeñas” manos del ahora mandatario.

Como muchos otros sucesos que tienen lugar en la Unión Americana, la aparición del libro Una lealtad mayor tiene visos de un show televisivo. Como película de cowboys, a ver quién dispara primero. El enfrentamiento entre dos personajes que forzosamente tenían que chocar. El puritano ex director del FBI, que nunca pudo entenderse con el ex showman explosivo, tiene orígenes muy diferentes: en la década de 1980, cuando era Fiscal en la urbe neoyorquina, barrió con la fuerza de la mafia dirigida por la familia Gambino (nada menos), mientras que por la misma época Donald Trump era cliente asiduo de las eróticas fiestas que tenían lugar en la “legendaria” discoteca Studio 54. Nada que ver con la labor judicial que desarrollaba Comey. El enfrentamiento entre ambos personajes es más que evidente en el nuevo libro. El ex fiscal acusa al presidente de “falta de ética y egocentrismo”, y lo describe como un acosador nato, un “mentiroso congénito, vacío de emociones y desligado de la verdad”.

Ni qué decir que la reacción del mandatario fue de pronóstico reservado. Vicioso del Twitter, Trump utilizó su cuenta personal de la red para señalar a Comey como “soplón”, “mentiroso”, “poco inteligente” y lo tildó de “asqueroso”, al tiempo que negó que le hubiera exigido “lealtad”, amén de señalarlo como “el peor director del FBI en la historia, ¡por mucho!”. Además, sugiere que fuera encarcelado por divulgar información confidencial.

El hecho es que el ex director del FBI declaró a la ABC News que su decisión de anunciar que se reabriría la investigación sobre la presunta utilización de Hillary Clinton de un servidor privado de correo electrónico cuando era Secretaria de Estado, once días antes de la elección, se debió a “garantizar la legitimidad de los comicios”.

“No recuerdo haberlo pensado conscientemente, pero debió ser así, porque yo funcionaba en un mundo en el que Clinton ganaría a Trump, estoy seguro de que eso fue un factor…Ella iba a ser elegida presidenta de Estados Unidos, y si yo ocultaba (la reapertura de la investigación) al pueblo, sería vista como ilegítima, porque eso saldría a la luz después de la elección”, declaró a la televisora, algo que muy pocos creen.

A su vez, el viernes 13 de abril, Trump indultó a Lewis Scooter Libby, ex jefe de equipo del vicepresidente Dick Cheney, en el periodo de George W. Bush, quien fue condenado por perjurio y obstrucción de la justicia cuando mintió durante la investigación sobre la filtración de la identidad de una agente encubierta de la CIA a los medios de comunicación. El asunto es que el mismo día que el mendaz magnate acusa a Comey de “filtrador” y “mentiroso” (el burro hablando de orejas), perdona a un ex funcionario federal condenado por revelar información clasificada y mentir a las autoridades. Esta decisión de Trump pone en evidencia sus cambiantes facetas como “hombre de poder”, que un día sostiene una cosa y al siguiente otra. Asimismo, algunos analistas comentaron que este perdón podría ser una señal para los incondicionales de Trump que ahora están bajo investigación por la trama rusa: si mantienen su lealtad al mandatario sepan que está dispuesto a “indultarlos si resultan condenados”.

En cierta medida, Comey utiliza en su libro la “estrategia”  del propio Trump: ha ido a la yugular y al ataque personal desde el primer párrafo. Cuando el ex jefe del FBI, cuenta que Trump le pidió que abandonara la investigación del entonces Consejero de Seguridad Nacional, el general retirado Mike Flynn, “estaba, ciertamente, cometiendo algún tipo de obstrucción a a la Justicia”. Esto no es una acusación menor, puesto que “obstrucción a la Justicia” fue lo que provocó la dimisión de Richard Milhous Nixon en 1974. No obstante, el ex fiscal neoyorquino ha rechazado, “como ciudadano”, que Trump sea objeto de una censura como Nixon, que abra las puertas  a una posible destitución (Impeachment). “El pueblo estadounidense debe alzarse en la plaza pública y en las urnas y decir: `No coincidimos en muchísimas cosas. Pero tenemos algo que importa mucho en este país. Y nuestro líder debe representar nuestros valores`. Porque, para Comey, el inquilino de la Casa Blanca “no es un presidente que refleje los valores de este país”.

Comey es republicano. No obstante tanto en el libro como en la entrevista por televisión repite su aserto: “Trump no está moralmente capacitado para ser presidente porque ha declarado ser racista…ve a las mujeres como trozos de carne…y miente constantemente sobre cosas pequeñas y cosas grandes…”. Para el ex director del FBI, “bajo la presidencia de Trump, la verdad está siendo asaltada a diario”.

Anota Comey: “No recuerdo haberlo visto reír, nunca. Ni durante una charla antes de las reuniones, ni en una conversación…Existe el riesgo de que esté mal interpretando esto…pero no sé de otro líder que no se ría con cierta regularidad en público. Sospecho que su aparente incapacidad para hacerlo está enraizada en una profunda inseguridad, su incapacidad de ser vulnerable o de arriesgarse a apreciar el humor de los demás, lo cual, tras reflexionarlo, es realmente muy triste en un líder, y da un poco de miedo en un presidente”.

Otro párrafo interesante del libro es el siguiente: “Recibí una emotiva llamada del general John Kelly, entonces Secretario de Seguridad Interior. Me dijo que estaba enfermo por mi despido, que tenía la intención de renunciar como protesta…Le pedí que no hiciera eso, que el país necesitaba personas de principios en torno a este presidente, especialmente este presidente”.

En fin, el único signo positivo que provocan las burradas de Donald Trump es que a muchos de los que corre del puesto los incita a escribir un libro, que la mayoría festejamos. Si continúa como va, pronto nos privará de su presencia. VALE.