Parecía que nos habíamos habituado a cohabitar con el feminismo que, incomprendido y todo, se volvió imposible de soslayar… cuando de pronto, supongo que a raíz de la ola de denuncias por violación y acoso sexual contra un productor de Hollywood —el asunto de las asesinadas en Ciudad Juárez no despertó tanta indignación— y, poco después, las declaraciones no tan descabelladas, pero sí muy mal articuladas de Mario Vargas Llosa respecto al daño que el feminismo le hacía a la literatura y a la industria editorial, éste se coloca de nuevo en la mira de la sociedad. Lo cierto es que cualquier feminista comprometida debería detenerse de vez en cuando para reflexionar respecto a su evolución, tanto en lo individual como en lo social —¡sobre todo en lo social!— y esa es la invitación que nos ofrece la ensayista y blogger Jessa Crispin (Kansas, 1978) en su polémico y apasionante ensayo Por qué no soy feminista, Un manifiesto feminista (Malpaso Ediciones, Col. Sin Fronteras, traducción de Inga Pellisa, Barcelona, 2017).

Los antifeministas de ambos sexos, que ni siquiera han terminado de comprender de qué va el feminismo, cómo se aplica y de donde proviene, hojearán este libro de tan atractivo título para ver qué pueden entresacar para despotricar contra tan anacrónica causa. De entrada, la autora confiesa no sentirse identificada con el feminismo edulcorado y frívolo que promueven los medios, que es con el que se identifican las mujeres más jóvenes y se ha convertido en el feminismo, una palabreja que hasta las revistas frívolas emplean: “cómo ser feminista y sexy al mismo tiempo”. Se les ha hecho creer que el feminismo es algo trendy; que cualquier feminista mayor de cuarenta años, por fuerza, es una bruja esperpéntica (y lesbiana, claro); que ha llegado la hora de tumbarse a tomar el sol sobre las tumbas de las sufragistas y de feministas icónicas, pero demodé como la gordita Andrea Dworkin (que, por cierto, no era lesbiana y tuvo dos esposos). Al fin y al cabo existe twitter para manifestarse contra los abusadores de las estrellas de Hollywood. A la única que podrían reconocer como líder es a Lena Dunham, autora del best seller No ese tipo de chica: Una joven te cuenta lo que ha aprendido. Justo eso es lo que lleva a Crispin a declararse no-feminista en el título: porque la sociedad nunca había estado tan desorientada respecto a los compromisos que entraña el feminismo original, en una sociedad más patriarcal que nunca pues ha cooptado a las mujeres ambiciosas, con la condición de que se amolden al antiquísimo patrón para lograr riqueza y poder. En este sentido, prosigue Crispin, la gran falla del feminismo, cuya finalidad era conquistar la equidad de género, consistió en degradar las tareas domésticas, en vez de permitirles a los hombres acceder a esos espacios considerados tradicionalmente femeninos.

La persecución de la igualdad —que no consideró a los varones— pareciera haber quedado atrás, junto con el espíritu solidario (“sorirario”, dirían las actuales feministas) que dio pie a este movimiento. Aunque evito las generalizaciones, y además conozco feministas admirables que perpetúan la lucha, apartadas por completo del sistema patriarcal (de otro modo, ¿cómo?) contra la explotación de los desvalidos (niños y mujeres en su mayoría), lo cierto es que un grueso de la población femenina se ha pasado al bando opresor sin siquiera pestañear. El resto del género femenino no les interesa gran cosa, ellas mismas han olvidado que son mujeres, a menos que estén comprando lencería. Pocas (¡y muy pocos!) son las que, desde sus cargos de poder, se ocupan en hacer algo por los desfavorecidos: ¡Ojo, señoras políticas, que sólo se acuerdan de las demás mujeres, en particular de las pobres, cuando graban sus videos proselitistas de YouTube y recurren al chantaje sentimental de “voten por mí porque soy mujer”! Las mujeres que el patriarcado ha reclutado, poco o nada han hecho para cambiar el sistema desde adentro: se han contaminado del egoísmo y la egolatría de los hombres de poder. En entrevista en línea para El País —donde, por cierto, acompañan el texto con un anuncio de Estee Lauder donde unas modelos maduras se hacen una selfie al tiempo que hacen duckie face, acompañada la foto del lema “Por qué no hay edad para lucir unos labios deslumbrantes” —Jessa Crispin realiza una comparación arriesgada pero muy certera entre las feministas y los judíos: “(…) si los criticas (a los israelíes) por haber creado un estado apartheid o por sus crímenes contra la humanidad, de repente te acusarán de ser ‘antisemita’. Ellos hablarán del Holocausto como justificación de sus crímenes continuamente. Aquí es donde el escudo de la víctima se personifica”.

Y sí, definitivamente es muy cómodo vivir en armonía con los dos bandos en pugna; trabajar para el sistema mientras te asumes feminista porque acudiste a la universidad y te ganaste un título. Pero eso nunca será suficiente, y a través de este libro Jessa Crispin, autora de otros dos libros no traducidos aún al español, explica por qué el feminismo debe continuar siendo una revolución total y comprometida; por qué debemos releer a las primeras teóricas del feminismo y, sobre todo, explica qué es el feminismo y eso implica, y es la parte que más me gusta, porque llevo meses peleando por esta cuestión, “(…) reconocer las bajezas que cometen algunas mujeres, la violencia que infligen, las mentiras a las que recurren para conseguir los que quieren (…)”.