Por J.M. Servín

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]E[/su_dropcap]l pasado 26 de marzo se cumplió el aniversario luctuoso 59 de Raymond Chandler. Innovador de la ficción policiaca, dejó un vigoroso legado en el arte de la novela, así, a secas. Pertenece a esa legión de escritores estadounidenses del siglo XX cuya vida y obra está ligada a la bebida. Chandler es un autor muy estudiado y leído. La estupenda biografía de Frank MacShane, La vida de Raymond Chandler, indaga en la figura de un misántropo brillante que poco antes de morir le diría convencido a su agente literario en Londres: “he vivido mi vida al borde de la nada”.

Caso singular sin duda de un sujeto que en 1932, a los cuarenta y cuatro años, era un oscuro oficinista que fue despedido de su redituable empleo en una compañía petrolera, por problemas con la bebida y acoso a las secretarias. Este penoso incidente que su esposa Cissy Pascal, dieciocho años mayor que él pasó por alto, sumerge al incipiente escritor en una larga borrachera existencial en pleno período de la Gran Depresión. La resaca sirve para que Chandler haga su tercer y definitivo intento de dedicarse profesionalmente a la literatura. Bebe, reflexiona aislado en su domicilio bajo los cuidados maternales de Cissy y comienza a escribir con éxito en revistas populares, entre ellas la legendaria Black Mask, especializada en relato policiaco. Siete años después, por fin completa su primer novela, El sueño eterno (1939), con ella nace el detective Phillip Marlowe, quien de la mano de su creador se convierte en ícono de la narrativa contemporánea, impulsado por Hollywood en la personificación de Humphrey Bogart.

Previo a su éxito tardío Chandler fue una encarnación de Don Birman, el escritor dipsómano y fracasado protagonista del clásico del cine negro Días sin huella (1945), dirigida por Billy Wilder, que trabajaría con Chandler un año antes para adaptar Liberty, un relato de James M. Cain llevado al cine como Perdición.

¿Qué tienen en común Chandler y Marlowe? La vocación perdedora aliviada con una dipsomanía lúcida que a uno le permite innovar el relato policiaco, sobre todo a través de la novela El largo adiós (1953), y al otro convertirse en el medio de expresión de un universo que como pocos, exhibe el lado oscuro de las urbes estadounidenses. La simbiosis entre ambos logra chispeantes y achispadas narraciones, diálogos vivos impregnados de un sentido del humor cruel afín a individuos solitarios y cínicos de ciudades como Los Ángeles, que volvieron legendaria.

Un estereotipo recurrente entre los escritores que Chandler alimentaría con su  propia realidad mezcla entre Bartleby y Kafka, es el del sufrimiento como expiación y tortuosos bloqueos a la hora de sentarse frente a la hoja en blanco. A lo largo de su vida Chandler tuvo enormes dificultades para escribir debido a su imaginación reprimida por la idea de considerarse a sí mismo un fracasado, sumado a una honradez absurda que le impedía retomar sin remordimientos tramas esbozadas en sus relatos para darles salida en sus novelas.

Marlowe es todo lo que Chandler quiso ser y no pudo, un peculiar alter ego que de pronto recuerda al vaquero a la John Wayne dispuesto a salvar al pueblo acompañado de una rubia enamorada de cualquiera que apeste a derrota, whisky barato, tenga lista una pistola y una lengua viperina.

Chandler sacó ventaja de su celebridad literaria y en ciertos momentos puso como condición que lo dejaran escribir completamente ebrio. Durante la escritura del guion La dalia azul, en 1945, basada en una novela inconclusa, casi muere debido a sus excesos. Durante la accidentada filmación era una piltrafa que se mantenía de pie gracias a inyecciones intravenosas de vitaminas y suero. Valdría acotar que es de las primeras películas que advierten de los daños mentales irreversibles provocados por la guerra en los excombatientes.

Chandler muere mientras empina el codo sin medida para evadir la feroz depresión tras la muerte de su mujer cinco años antes, de los cuales había pasado cuatro viajando entre Estados Unidos y Londres dejándose seducir por jovencitas como una manera de tomar la mayor distancia posible de la imagen de Cissy.

Quizá la influencia más notoria de Chandler en la ficción contemporánea de corte duro, es ese imaginario urbano nocturno rodeado de bares a media luz, donde entre la penumbra de neón puede aparecer una mujer solitaria en busca de amor y peligro, el estilo de beber estoico sobre todo de cocteles como el Gimlet, tomado por Marlowe compulsivamente. La receta para prepararlo viene en El largo adiós: “El verdadero está hecho mitad de gin y mitad jugo de lima Rose’s, y nada más. Deja chico al Martini”.

Chandler-Marlowe pusieron al alcance del hombre común un estilo de vida apto para hacer frente a lo que otra célebre pareja literaria, Ian Fleming-James Bond, dejaría como paradigma del refinamiento varonil: el Martini y el smoking. Los primeros siguen vigentes como ejemplo del antihéroe perdedor digno y sagaz amenazado por la gentrificación; los segundos como precursores del “metrosexual”, cuya versión vulgar en México la personifican sujetos conocidos como “mirreyes”.