La historia de amor entre un ingeniero hidráulico que conoce a una biomatemática en un hotel de la costa francesa donde ambos preparan sus proyectos. Después, mientras ella trabaja en un plan de inmersión en el mar de Groenlandia, él es apresado como rehén en Somalia, es parte de la historia de Inmersión (Submergence), la nueva obra cinematográfica del director alemán Wim Wenders.

“En realidad, siento que piso territorios desconocidos y por eso me embarqué en Inmersión. A la vez que me llevaba a un territorio inexplorado, sentía que hablaba directamente a mi corazón”, expresó Wenders, sobre el filme que lo ubica a la medida de un director legendario que desde hace años realiza un cine muy personal, adjetivo que también puede ser sustituido como estrambótico. Porque Wenders, autor de algunas películas míticas del cine europeo como Alicia en las ciudades (1974), El amigo americano (1977) o su epopeya estadounidense Paris, Texas (1984), siempre ha tenido una vocación por lo lírico y lo trascendente que desde hace algún tiempo no le funciona tan bien como en esos gloriosos 70 y 80 en los que arrasaba con todo.

Agregó en entrevista para el diario El País, que el filme nace, al igual que en otras de sus películas, a partir de la necesidad de reflejar una realidad social, en este caso sobre aquel problema que supera lo nacional, el terrorismo. No obstante, para afrontar el tema tan cruel y oscuro, asegura Wenders, se introdujo en una historia de amor, pues necesitaba de la luz del romance.

“Creo que falta reflexión en el cine actual, y desde luego para casos como el que mueve Inmersión, que mezcla la investigación sobre el inicio de la vida en la Tierra y la muerte que acompaña al ISIS, necesitamos algo de filosofía”.

El desvanecimiento de la política cultural europea, dijo el también actor alemán, se debe a la escases de educación, ya que se sigue sin enseñar cine o lenguaje audiovisual, lo que ha provocado alejarnos de la cultural.

“Para mi el cine fue una manera de acercarme al arte”, detalló Wenders al recordar la labor que de joven lo inquietaba, y que por ahora le provoca un cierto dolor y arrepentimiento al pensar en la pintura, y que después hizo a un lado por dedicarse al mundo del séptimo arte. Sin embargo, aseguró ser feliz por el único hecho de observar que sus películas beben de la pintura: “en Inmersión me he permitido un pequeño homenaje a mi pintor favorito, Caspar David Friedrich”.

Aseveró que desde sus inicios en el cinematografía, jamás ha contado con limitaciones en su búsqueda de su propio lenguaje, a pesar que en un principio lo encontró en la realización de un cine no narrativo, sino más cercano a la pintura, hasta descubrir el arte de contar historias.

“Encontré mi tradición en el clásico americano, en John Ford, Nicholas Ray, Howard Hawks, Samuel Fuller…Pero tuve claro desde el principio que esto no era una limitación, sino un punto de apoyo de encontrar mi propio lenguaje”.

Por otro lado, en la conversación con el diario español, Wenders rememoró su amistad con grandes artistas e intelectuales, entre ellos el escritor Peter Handke, quien lo considera su más antiguo amigo y del que su obra literaria se ha llevado a la pantalla grande.

“Siempre he hecho lo que he querido. Lo aprendí de mis colaboraciones con Coppola y su estudio Zoetrope. Viendo la locura que rodeaba a Francis, comprendí que aquello no era lo mío y que debía mantenerme en películas que yo controlara”.