El pacto de la hoguera es la primera novela de Alfredo Núñez Lanz con una larga trayectoria como editor y fundador de Textofilia Ediciones. La novela que nos ocupa es muy próxima al terrible episodio de la guerra cristera. Según me aclara el autor, en Tabasco nunca hubo sublevación cristera como tal, aunque sí prácticas clandestinas del catolicismo, perseguido a esas alturas, en plena presidencia de Lázaro Cárdenas.

Núñez Lanz radicaliza su propuesta y desarrolla la acción de la novela en el espacio asfixiante de un poblado tabasqueño, donde se siente la temible omnipresencia de Tomás Garrido Canabal, personaje tan demonizado como fascinante.

“Mi abuela materna me habló del exilio de su padre, quien tuvo que salir huyendo de Tabasco cuando salvó una efigie del Sagrado Corazón de uno de los incendios provocados por los Camisas Rojas”, señala el sonriente joven Alfredo, describiendo vívidamente una de las memorables escenas de su novela que involucra al protagonista que lleva el nombre de su ancestro.

“José Romero, mi bisabuelo al que nunca conocí —agrega Alfredo— vivió la represión en carne propia, fue disidente del garridismo y cambió varias veces de ideología. Además de salvar esa escultura fue contrabandista de alcohol; pasaba latas de aguardiente de una ranchería a otra en las madrugadas (tal cual ocurre en la novela). Me propuse explorar esa ambivalencia, pues el José Romero de papel vive un exilio físico, pero también uno existencial”.

 

Novela a dos voces

Aunque nació en la capital del país, la familia de Núñez Lanz es de origen tabasqueño, y se dice que una de las primeras motivaciones de la mayoría de los escritores noveles, es indagar sobre sus orígenes.

“Descubrí que Tabasco —dice Alfredo— era el lugar donde supuestamente los ideales de la Revolución cobraban materialidad. Lázaro Cárdenas lo llamó «el laboratorio de la Revolución». Era una tierra que ofrecía toda clase de frutos paradisíacos, el estado de las ilusiones. Esto me pareció muy aprovechable a nivel literario, pues siempre quise explorar el tema de las utopías y ese preciosismo intrínseco y esperanzador”.

Dice Alfredo: “Emprendí dos clases de investigación: consultando en archivos, artículos, tesis, libros… y gracias a la beca de Jóvenes Creadores del Fonca pude viajar a Villahermosa y descubrir su gastronomía, sus paisajes y, sobre todo, el habla, los tonos, las inflexiones del trópico. La mejor parte no la encontré en los libros ni en tesis, sino en las largas y ricas conversaciones que sostuve con mi abuela y sus hermanas”.

El pacto de la hoguera está narrada a dos voces, la de José Franco Romero Quiroli, el católico, y la de Amador Lugardo, el garridista; dos jóvenes que se conocen y se quieren desde niños, pero eligen bandos opuestos al crecer. El cariño de Amador por José va más allá del amor filial, y ese sentimiento, aunado a instintos inconfesables o incomprensibles para su época, lo lleva a violentar sexualmente a otros varones.

“Más allá de su homosexualidad —precisa Alfredo—, Amador representa la eterna disociación entre la realidad y el deseo. Él percibe la estrechez de la vida en relación a los anhelos que alberga en su interior. Padece la corrupción de todos los discursos, el desmoronamiento de sus propias fantasías, el desencanto de la fe… la frivolidad de sus mítines donde se discuten cosas absurdas como si el tenis de mesa es un deporte más revolucionario que el ajedrez. En un intento por ganar aceptación, traiciona lo único que a su juicio había permanecido incólume: su amistad con José”.

“Los atropellos de los Camisas Rojas —dice Alfredo— fueron cruentos y terribles, siempre bajo la luz cegadora de un discurso a favor de los oprimidos. Me interesaba indagar por qué nos sentimos capaces de cometer atrocidades cuando nos abanderamos por una causa justa en apariencia”.

Aunque los presidentes Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles desataron la persecución contra los católicos, y concretamente contra el clero, apenas si se les llega a mencionar —o no se les menciona— en El pacto de la hoguera, pero en cambio se alude al gobernador Garrido Canabal, del que muy poco se han ocupado los historiadores, y menos aun los novelistas.

Historia asfixiante en un pueblo tabasqueño.

Libro en puerta

“Garrido Canabal fue un político militar —dice Alfredo— que emprendió una campaña antialcohólica en Tabasco a la par de la religiosa. Afirmaba que el alcohol minaba la productividad de los campesinos, así que ordenó retirar las puertas de las cantinas para incomodar a los parroquianos. Promulgó la ley seca que sancionaba a productores, distribuidores e incluso a los consumidores. Fue un líder muy carismático que atrajo a muchos jóvenes entusiastas e instauró grupos de Camisas Rojas por todo el país. Obregón le otorgó mucho poder en el sureste, pues había simpatizado con el Plan de Agua Prieta. Garrido Canabal obligó a muchas personas a exiliarse y, paradójicamente, él murió exiliado en Costa Rica”.

Pese a que gozó de una beca de Jóvenes Creadores del Fonca, cuya duración es de un año, Núñez Lanz demoró once años en concretar esta magnífica novela de El pacto de la hoguera.

“El año en que tuve la beca Jóvenes Creadores —recuerda Alfredo— salí poco y leí mucho. Descubrí que en el México actual vivimos un momento distópico: el derrumbe de los ídolos. Escribir El pacto de la hoguera representó un aprendizaje en muchos aspectos, me dio seguridad como narrador, pues nunca había estado del otro lado del espectro”.

Y, definitivamente, Núñez Lanz continuará escribiendo novela histórica, aunque su siguiente proyecto es una novela de trasfondo político, género muy emparentado con El pacto de la hoguera, y cuyo título provisional es Pájaros en la cabeza… y “es sobre un adolescente de 14 años —concluye Alfredo— que tras ser expulsado del colegio huye de su casa; emprende un viaje a una playa surf michoacana en el contexto de la guerra contra el narcotráfico de Calderón y descubre que la libertad no es como la pintan”.

La novela El pacto de la hoguera la publicó Ediciones Era en 2017 y su autor nació en la Ciudad de México en 1984.