Las encuestas han decidido que la elección del próximo 1 de julio será entre un tirano y un traidor. Desprestigiadas o no, pagadas o rentadas, con metodología o sin ella, han logrado imponer la percepción de que únicamente Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Anaya tienen la posibilidad de ganar la Presidencia de la República.

Las mismas encuestas han obligado a las cúpulas del poder y a los medios de comunicación a plantear la posibilidad de que José Antonio Meade decline a favor del candidato de la coalición Por México al Frente para evitar que gane López Obrador.

Para decirlo de otra manera: los sondeos —y no precisamente la decisión del electorado— han logrado imponerse, pese a recurrentes y sonados fracasos, como si fueran la nueva Biblia.

Nadie se ha preocupado por auditar a las casas encuestadoras que hoy, como oráculos, marcan el resultado electoral. ¿Quiénes son, a qué intereses responden? ¿Su objetivo es meramente científico o tienen una intención política?

La experiencia de Cambridge Analytica que trabajó a favor del triunfo de Donald Trump, utilizando datos de Facebook, demostró que el control electoral ya está fuera de las urnas y en manos de cerebros cibernéticos de oscura identidad.

Decir esto no significa dar la espalda a la realidad. Es cierto, Meade carga con el desprestigio del PRI y los fracasos de este sexenio. También es verdad que su candidatura pudo haber sido construida a partir de un diseño más ciudadano que partidista. A Meade no le favorece aparecer como la continuidad —como “el más de lo mismo”— de lo que la gente rechaza o la hace sentirse víctima.

Todo eso se entiende. Lo que es incomprensible es que las empresas de “medición estratégica” —como se llaman a sí mismas— se resistan a medir datos que también son determinantes para conocer el sentir nacional. Por ejemplo, la capacidad, el talento, la lealtad, el respeto a la ley en cada contendiente.

Todas las preguntas en todas las encuestas están dirigidas a obtener el mismo resultado. Las preguntas están diseñadas, en muchos casos, para favorecer o hacer perder a determinados contendientes. Para meter al electorado dentro de un cajón del cual no puede salirse. La inducción y no la respuesta producto de una reflexión libre es lo que hoy domina los sondeos.

Lo anterior viene a cuento porque quienes hoy se erigen como conciencia electoral están por lograr que a México no le quede más opción que elegir entre un dictador, como López Obrador, y un hombre de muy pocas o nulas lealtades, como Anaya.

Decir que las elecciones son libres es una expresión candorosa. Los mismos métodos que se utilizaron para imponer a Jaime Rodríguez, el Bronco, como gobernador en Nuevo León son los que hoy se están utilizando para sacar a Meade de la contienda. Los mismos medios que se aliaron con casas encuestadoras para hacer aparecer al Bronco como el favorito son los que hoy lo golpean y se arrepienten de haberlo llevado al poder.

Esos mismos y sus similares son los que al margen de lo que pueda interesar o necesitar el país son quienes por razones mercenarias pretenden poner la nación en manos de un tirano o de un traidor.

Meade, por su lado, tendrá que hacer cambios radicales y urgentes. No solo su candidatura está en riesgo; tampoco —como lo hemos dicho aquí— esta es una elección más.

Lo que está en juego es el Destino de una nación. En el cuarto de guerra del candidato del PRI tendrán que tomarse decisiones que hagan crujir al mismo sistema, al mismo partido, a los más altos círculos del poder.

¿Dictadura, tiranía de traidores o un México de libertades? No hay más. La Historia tendrá que comenzar a escribirse desde hoy.