El proceso electoral más largo, complejo y decisivo de nuestra historia avanza vertiginosamente; los días, se vuelven semanas y estas, meses.  Se llevó a cabo ya el primer debate entre los cinco candidatos que aparecerán en la boleta como candidatos a ocupar la Presidencia de la República. Las incidencias, respuestas, lecturas, se han comentado en exceso y ad nauseam; la mayoría escudriñando detalles verbales o de lenguaje corporal para decidir supuestamente quién ganó, cuando el librito dice que nadie lo gana, solo hay quien lo pierde.

El caso es que en México nadie pierde, y todos ganaron a decir de ellos mismos y de sus correspondientes partidarios. Y quizás el pos-debate o el debate del debate fue más sabroso, entretenido y desde luego divertido para el espectador, con el mismo resultado, todos vieron ganar al candidato que representaban. Lo que es un hecho innegable y lamentable es que nos quedamos en la pirotecnia verbal y los temas torales como el de la corrupción terminó en las mutuas acusaciones entre ellos, para evidenciar quién era o es más corrupto o menos transparente.

La discusión planteada en el tema de seguridad se atoró en la amnistía a “los malos” y no se ahondó en temas de políticas públicas, aunque hubo quien defendió la insostenible estrategia de seguir actuando como se ha hecho en la última década.

En mi modesta opinión, sin profundizar en los temas de fondo, me preocupa, y mucho, que la emoción le gane al raciocinio. Que los argumentos pierdan ante las ocurrencias populacheras. El debate que comentamos pasará a la historia por el “mocha manos”. Los adjetivos calificativos nuevamente estrangulan al sustantivo. La propuesta se ahoga frente a la incoherencia festiva y distractora.

Respecto del respeto al Estado de derecho, a muchos abogados preocupó que tres de los candidatos debatientes, habiendo estudiado carrera de derecho, que no es lo mismo que saber derecho, se hubiesen quedado mudos ante el despropósito del candidato  independiente que propuso una pena trascendente  e infamante que en nuestro país se prohibió desde tiempos tan lejanos como la Constitución de 1824, y que el artículo 22 de la Constitución vigente aún lo prohíbe explícitamente, además de ser una expresión de barbarie.

Todo lo anterior es anecdótico, lo que debe preocupar es que esta elección decidirá el futuro de mediano y largo plazo de nuestro país. El desarrollo nacional se bifurca entre un modelo posneoliberal, con sus ajustes, y otro que busca regresar a una mayor presencia del Estado y reducir la acción del mercado.

Lo que habría que discutir es el tamaño del ajuste, en qué áreas, y cómo se pretende disminuir el inmenso desequilibrio social, paliar la pobreza, privilegiar la educación y fomentar la tecnología, por solo citar unos cuantos rubros, en el caso del primer modelo abordado.

En el caso del estatismo, llama la atención que no se digne ni mencionar la función estadual como regulador social y solo se reivindique la intervención del Estado por encima del mercado. Y nadie está en desacuerdo que ha quedado demostrado que las leyes del mercado han resultado inoperantes para mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población.

En conclusión, los ciudadanos debemos exigir a los candidatos que expliquen su visión estratégica del futuro nacional, que se discuta y se debata sobre propuestas de programas de gobierno. Que no sigan pegando ladrillos al edificio sin sentido, ni se pretenda derrumbar lo construido. México y el mundo ya cambiaron, insertemos nuestro futuro en ese mundo de cambios vertiginosos y olvidemos la autocontemplación estéril.