Javier Vieyra y Jacquelin Ramos

En alguna ocasión, en el Palacio de Bellas Artes, Alberto Manguel se refirió al arte de la traducción. En su conferencia, fuera de lo que todos esperaban, no dio una catedra de tecnicismos ni sacralizó una labor que bien podría definirse como un trasplante literario; todo lo contrario. Manguel, uno de los principales estudiosos del libro en el mundo, dijo que sí algo sobraba en el espacio las letras eran los traductores: “todos los lectores lo somos”, declaró. Y en efecto, cada uno de los lectores, con cada libro que lee, tiene una experiencia única y personalizada producto de sus propias experiencias o ideas; es decir, traduce solo para sí un texto que es siempre el mismo. De esta manera, para nadie serán iguales los sentimientos, características o personajes producidos por un verso o escena narrativa: la imaginación es intransferible.

Sin embargo, algunos de estos semilleros de alegorías no solo son capaces de traducir al leer y crear el universo de una obra dentro de su mente, sino que además pueden llevar esos edenes, prodigiosamente artísticos, al papel y proyectarlos como sí su genio fuese un cinematógrafo fantástico; son los ilustradores. Gabriel Pacheco es en México el más reconocido de ellos, un hombre que ha dedicado las dos últimas décadas de su vida a confortar algunas de las obras más emblemáticas de la literatura universal y muchas otras aventuras con sus imágenes; una particular actividad a la que arribó después de explorar otras facetas de la cultura.

“No me considero un ilustrador nato, incluso soy alguien distante de lo que llaman un ilustrador en el sentido profesional”, reflexiona Pacheco en entrevista exclusiva para Siempre!, al rememorar que, antes de darle color y forma a los párrafos, incursionó en diferentes áreas de las artes como el cine y el teatro, llegando a la ilustración casi de manera accidental.

“Trabajaba para la televisión como escenógrafo, que fue la profesión que estudié, y una de mis hermanas, propietaria de un despacho editorial de diseño gráfico, me invitó a apoyarla. Ahí comencé mi acercamiento al ámbito de la ilustración, empecé haciendo de todo: metía color a las figuras, pasaba dibujos a papel de arte. Fue un recorrido casi de aprendiz de todo, maestro de nada, hasta que mi hermana me dio la oportunidad de hacer un ilustración y acepté. Poco después una editora vio mi trabajo y fue de su gusto. De ahí vino después un libro y poco a poco, entre insistencias, coincidencias y concursos, empezó el camino”.

 

Sensibilidad y amor a la lectura

A partir de esos días, Gabriel Pacheco ha convertido la ilustración en un estilo de vida, no solo en el aspecto artístico, sino también en el académico y el docente, pues en la actualidad investiga su enseñanza, didáctica y procesos creativos, a la par de impartir clases. No obstante, el momento de pleno reconocimiento y renombre en que hoy se encuentra, Pacheco lo ha construido con más de 50 libros ilustrados a lo largo de su trayectoria y un formidable repertorio que deslumbra lo mismo a viejos expertos que a quienes lo conocen apenas. Pero ¿cómo logra el ilustrador causar tal fascinación?

A lo largo de los años, Gabriel Pacheco ha desarrollado un estilo único que combina su sensibilidad y amor a la lectura y los libros, con un concepto que él mismo descubrió al leer algunos poemas escritos por Octavio Paz a las “cajas sorpresa” construidas por su esposa, Marie Jose Tramini:

“En los poemas que escribe Paz a estas obras, él no escribe de algo que no vea, son versos muy literales, no inventa nada. Fue una de mis principales influencias porque yo comencé a hacer lo inverso de eso: comencé a ilustrar no literalmente, a trabajar mucho en los simbolismos y a despegarme de las representaciones textuales. Y el ejercicio fue sumamente interesante y se ha convertido en algo esencial para mi personalidad como ilustrador”.

Además del notable impacto que tuvo el Nobel mexicano en su arte, Pacheco, quien se asume como alguien muy susceptible en el ámbito estético, reconoce también en sus referencias a personajes como Pina Bausch, una excepcional coreógrafa y bailarina alemana, pionera en las experiencias multisensoriales dancísticas, y Andréi Tarkovski considerado un icono rebelde del cine soviético; “con su profundidad y sus cuestionamientos a los cánones tradicionales construyen imágenes que nos hacen vibrar, sentir y pensar”, expresa el artista.

“Específicamente en el campo de la ilustración, he seguido, analizado y disfrutado el trabajo de Wolf Erlbruch, un hombre que combina varias técnicas en su trabajo, no solo dibuja, también pega, pinta, recorta, etcétera. Los pintores mexicanos también han llamado mi atención, especialmente Francisco Corzas, que juega mucho con el contraste”.

 

Mi técnica se llama “ocurrencia”

Es así como todo este cúmulo de elementos puede condensarse en una singular imagen a la que Gabriel Pacheco llega no sin antes pasar por una serie de pasos técnicos, que pueden variar a conciencia dependiendo de la idea que se tenga del resultado final, por lo que, asegura, no tiene mucha fe en el concepto de la “técnica pura”.

“Mi técnica se llama ocurrencia. Yo he pasado mi trayectoria con diferentes materiales y procesos como el acrílico y el estuco, pero en última instancia desarrollé mucho tiempo el trabajo digital, aunque con la saturación que existe en ese medio opté por hacer una especie de equilibrio y ahora realizo una parte de mi trabajo en material y otra en digital; disfrutó mucho dibujar con lápiz y siempre me interesa implementar en técnicas antiguas como la veladura, aunque lo digital tiene también su lado flamante; sin embrago, creo que la atmosfera que puedes tener, independientemente de la técnica, se debe al espíritu que poseas, la forma de mirar, todos tienen su postura y su color, en mi caso: es el color azul”

 

Círculo simbiótico con la influencia literaria

Azul, el color que define a Gabriel Pacheco. Es difícil imaginar alguna de sus ilustraciones sin la pátina del cielo y el mar en diferentes tonalidades. El azul, explica el mago del papel, ha sido un color entrañable del que no ha podido despegarse a lo largo de los años, pues le permite crear espacios, personajes y sensaciones características que, combinadas con el gris —el otro color favorito del artista—, le han distinguido del resto de los ilustradores en México y el mundo por sus imágenes llenas del impacto de la nostalgia, a veces únicamente estrelladas por algún destello o figura contrastante de amarillo, verde o rojo.

“Hay algo en el azul que me permite vincularme con lo onírico, con lo taciturno. Todos tendrán una relación un poco diferente con el azul, pero yo lo vinculo mucho con las sensaciones que trato de expresar, la forma de ver el mundo bajo esa luz. El gris, por otra parte, tiene que ver mucho con la parte pictórica de una forma teatral; en el teatro se ilumina a través del negro y con la luz va apareciendo el color”.

La vanguardia y genialidad que Gabriel Pacheco ha logrado en sus ilustraciones pueden observarse en la gran cantidad de obras que se engalanan con sus creaciones tales como El libro de las tierras vírgenes de Kipling, Moby Dick de Melville, Arenas movedizas de Octavio Paz, y numerosos cuentos infantiles como La Sirenita, La bella y la bestia y Pinocho. Ilustrar obras con tan vasta profundidad como los textos clásicos, explica, proporciona una enorme libertad para crear un espacio de identificación en que la imagen sirve como un medio de diálogo entre el autor y el lector, mas no como una imposición, pues en términos formales, la ilustración siempre formará un circulo simbiótico con la influencia literaria. Ello no significa que su labor sea fácil, pero tampoco menos satisfactoria.

“Para mí ha sido muy grato ilustrar a autores que me gustan mucho como Federico García Lorca, aunque fue un reto increíble por la emotividad que contienen sus poemas; lo mismo me sucedió con Octavio Paz, con uno de los últimos llamado Dédalo e Ícaro e incluso cuando ilustré Peter Pan. Pero son experiencias extraordinarias que me han hecho fijar mi curso en otros proyectos como querer ilustrar, por ejemplo a Rulfo, aunque todavía no me imagino cómo plasmaría todo lo que engloban sus letras; al igual que él hay una larga fila de autores que me gustaría ilustrar”.

El acercamiento con el mundo literario ha hecho que Pacheco no solamente revalore sus facetas de bibliófilo e ilustrador sino que le ha permitido ser un espectador privilegiado dentro del mundo editorial mexicano el cual, considera, se ha flexibilizado respecto a su postura de hace años con el trabajo del ilustrador.

“De cuando yo comencé hace 20 años a nuestros días, los conceptos editoriales han cambiado. Antes, el editor casi te dictaba lo que tenías que dibujar y se veía todo con mucha literalidad. Ahora el ilustrador ha entrado en un tiempo, espacio y concepto diferentes en donde incluso ya tenemos algo que podríamos llamar “autoría”; ya podemos ver el nombre del ilustrador en la portada del libro, por ejemplo”.

 

Imposible, vivir de la ilustración

Sin embargo, Gabriel Pacheco es contundente en aseverar que la situación para el ilustrador en nuestro país no es tan favorable como se esperaría para una actividad de su altura, pues el panorama es más bien contrastante, debido a que se encuentra en una relación directa con la cultura del libro, los proyectos editoriales, la valorización del trabajo ilustrativo. Hoy, Pacheco reside en Italia. 

“Para desarrollar mi labor como ilustrador, yo tuve que salir de México, porque lo que yo hacía ni siquiera le interesaba a los editores. Afortunadamente las cosas están cambiando paulatinamente, la industria ya no es cerrada, pero ahora es centralizada, se tienen que buscar otras fuentes de ingreso o medios para poder ejercer tu trabajo. Vivir de la ilustración en México es casi imposible si no has ganado dos concursos, tienes que buscar tus propios proyectos porque no puedes vivir de un libro cada año.

Por eso, concluye Pacheco, es de agradecer todos los esfuerzos que se hagan por difundir y apreciar el trabajo de los ilustradores: “Volvamos a ver el libro como una obra de arte en conjunto, leamos y asomémonos a sus ventas de ilustración. La imaginación puede ser intransferible, pero se puede compartir”.