Son las cleptocracias los gobiernos de los ladrones. No digo que el nuestro lo sea. Pero sí tengo el temor de que un día pudiéramos llegar a serlo. En días recientes se ha vuelto a hablar del asunto de la corrupción. Se ha vuelto a hablar de la “mordida” que los mexicanos practican en lo individual, en lo cotidiano y en lo menor. El estipendio que se le da al “tamarindo”, al “pitufo”, al gasero, al inspector, al verificador o al ecogendarme.

Pero más allá y por encima de esto, se encuentra la media y la alta corrupción. La que tiene que ver con el otorgamiento de concesiones, con la resolución de licitaciones, con las tolerancias aduaneras, con  las ventas del patrimonio público, con la sustracción de recursos naturales, con los conflictos de intereses, con los estancos y monopolios, con los rescates ruinosos y con todo un amplísimo menú de especialidades que la imaginación, asociada a la ambición, ha permitido el acopio de inmensas fortunas de inconfesable génesis.

No está por demás decir que esto es parte de un círculo vicioso difícil de quebrar porque es bien sabido que, en México, el dinero está ligado de manera indisoluble con el poder. En nuestro país ser rico es, al mismo tiempo, ser poderoso, y cuando se es pobre se es, también, muy débil.

Ello ha provocado, entre otros muchos, dos efectos gravísimos. El primero es que el proyecto mexicano de redistribución es, prácticamente, irrealizable puesto que redistribuir la riqueza implica redistribuir el poder. El segundo es que el combate a la corrupción no es viable desde la estructura de poder, que es la estructura del dinero que, en parte, es una estructura de malos haberes.

Desde luego que debemos tener en cuenta algunas prevenciones indispensables sobre el tema. En primer lugar, la corrupción no tiene signo político exclusivo. Ha anidado en cualquier partido y en cualquier ideología. En segundo lugar, debe resaltarse que existen muchísimos funcionarios públicos que son ejemplarmente honestos. Más aún, que ellos sufren, injustamente, el desprestigio global del gremio.

En tercer lugar, la corrupción no solo se encuentra en un subsistema de gobierno sino en todo el sistema de servicio público. En cuarto lugar, que no es privativo del sector gubernamental sino que también anida en la sociedad civil. Por último, en quinto lugar, que no solo proviene, coyunturalmente, de los vicios de los hombres sino, también, de las imperfecciones estructurales de las normas y de las instituciones.

Así, pues, es muy claro que la remisión de nuestras flaquezas de corrupción será un presupuesto ineludible para el fortalecimiento de nuestro Estado de derecho. Por eso dice la cínica voz popular que ladrón que roba a ladrón tiene una indulgencia centenaria.

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