No hay en el mundo exceso

más bello que el de la gratitud.

La Bruyére

Tras doce años de encomiables esfuerzos, Felipe Haro Poniatowski logró una sede para la fundación creada por él y su familia a efecto de resguardar los archivos de una de las más queridas y leídas escritoras mexicanas: Elena Poniatowska.

Será en el número 105 de la vital calle de José Martí, inmueble propiedad de la federación, en donde por fin serán ubicados millares de cuartillas, miles de fotografías y parte de la biblioteca de una de las más laureadas escritoras de la lengua española de nuestros tiempos, cuyo amor a México inhibió que sus archivos se integraran al acervo de la Universidad de Princeton o de Stanford que, en 2006, ofrecieron importantes sumas de dinero por adquirirlos.

Aún recuerdo cuando el hijo de la autora de La noche de Tlatelolco nos solicitó apoyo para impedir que el legado de su madre acabara en el extranjero, como ha ocurrido con el de tantos otros escritores latinoamericanos, como el caso del de Gabriel García Márquez o los de Elena Garro y Carlos Fuentes.

Felipe Haro me hizo la petición en corto, en un templete desde el cual su madre hablaba del fraude electoral que impuso a Felipe Calderón en la Presidencia de la República; eran días difíciles para una ciudad convulsionada por un proceso electoral desaseado y del cual, al poco tiempo, la sociedad se arrepentía ante la entronización de la violencia impuesta por la más alta magistratura del poder, so pretexto de combatir el “crimen organizado” al tiempo que entregaba el país a oscuros intereses extranjeros.

El joven Haro comentaba la indignación que le causaba el desinterés de las autoridades mexicanas por apoyar acciones a favor de preservar para los mexicanos archivos que representan la memoria de destacados hombres y mujeres que los integraron a lo largo de sus vidas. Él estaba seguro de que la solvencia política y moral de su madre representaría un obstáculo para su empresa; no obstante los constantes descalabros, no cejó ni un minuto en logar su cometido.

Ya como diputado federal en funciones, durante tres años me enfrenté a la cerrazón y negativa gubernamental para otorgar el apoyo requerido por la Fundación Elena Poniatowska; pese al mecanismo de los recursos “etiquetados”, la simple mención de la destinataria representó un abierto rechazo del calderonato, al igual que debió pasarle a algunos funcionarios de Conaculta al proponer la adquisición de los archivos en el marco del proyecto de la Ciudad de los Libros en La Ciudadela, pues mientras que sí se compraron los acervos de otros autores —como el de Carlos Monsiváis— y se adecuaron espacios “personalizados” para su exhibición y consulta, el de Elena Poniatowska jamás fue mencionado.

Por todo ello, hoy nos congratulamos de ya poder aterrizar el aforismo del escritor y moralista francés La Bruyére, acreditando que la gratitud de la ciudad a una de sus mejores cronistas no es un exceso y, sobre todo, si este sucede en la colonia Escandón.