Por Gilma Luque
[su_dropcap style=”flat” size=”5″]”L[/su_dropcap]a muerte me parece una aventura más accesible que la huida. De morir, sí, me siento capaz. Es muy posible desear morir porque se ama demasiado la vida”.
Se escribe de la vida que no se pudo tener o de una vida imposible, pero hay quienes hacen literatura de su propia experiencia. Tal es el caso de María Luisa Bombal, quien nació en Chile en 1910. Tras la muerte de su padre se fue a vivir lejos de su patria, a París, y no regresó hasta muchos años después, ya terminados sus estudios universitarios. Y como una especie de Edipo, María Luisa volvió a Chile a encontrarse con su destino: Eulogio Sánchez Errázuriz, un amigo de la familia, de quien se enamoró perdidamente, sin metáforas, porque uno se puede perder en el amor como en la niebla que diluye el paisaje en el que ya han desaparecido las araucarias y en la que el silencio crece.
El silencio se convierte en literatura una vez que Eulogio se aleja, pues entonces, aturdida de amor y después de dispararse a sí misma (dejándose una cicatriz en el hombro que le recordaría que él le arruinó la vida), parte a Buenos Aires invitada por Pablo Neruda, y participa en el movimiento intelectual de la época. En 1934 se casa con el pintor homosexual Jorge Larco en un matrimonio que solo busca guardar las apariencias, sin alcanzar la felicidad. Al siguiente año publica La última niebla, una novela corta donde la protagonista se casa con su primo, a quien no ama y conoce desde pequeña. Éste ha enviudado y ella se ve obligada a asemejarse a la difunta esposa casi hasta el espanto. Viven en una casa de campo donde la niebla lo invade todo. En un viaje a la ciudad que hace con su marido, ya entrada la noche, sin lograr conciliar el sueño y huyendo del ahogo que siente, sale a caminar y se encuentra con un hombre del que no sabe nada, pero al cual se entrega sin miramientos. Una sola noche de la que no logra escapar, una sola noche que trastoca su realidad confundiéndola con un sueño. Esa noche y ese hombre son lo mejor que le ha podido suceder, pero con el transcurrir del tiempo la protagonista comienza a dudar de que ese amor haya sido real. Lo terrible: no hay nada ni nadie que le pueda asegurar qué sucedió. ¿Acaso no se parece a ese amor efímero que la propia María Luisa Bombal vivió con Eulogio, a esa pérdida? ¿Acaso el matrimonio con el primo no es similar al que tuvo con Jorge Larco?
Un año después de su divorcio, en 1938, publica La amortajada, novela corta en la que una mujer que ha muerto puede ver, sentir y oler desde su ataúd, desde su muerte, lo que sucede a su alrededor. Es así como reconstruye momentos pasados de su vida, tales como el primer amor, al que no dejó de amar aun casada con otro hombre. Desilusión que la lleva a buscar un arma y palparla “recelosa, como una pequeña bestia aturdida que puede retorcerse y morder” y tras apoyarla en su sien, en su corazón, la descarga contra un árbol al que le queda una cicatriz. Rememora porque es imposible olvidar el pasado: a su esposo, quien no le perdonó nunca que, a unos días de haber consumado el matrimonio y en el idilio de la relación, ella quisiera regresar a la casa paterna y abandonarlo, siendo que él la amaba tanto. De la misma manera se encuentra con aquellos que van a despedirla en su muerte y les habla con una lucidez que no parece la de una muerta, con una lucidez que sigue creciendo como el cabello a los muertos.
El hastío, el deseo de morir, de ser amada, de amar apasionadamente, la falta de amor carnal son situaciones que se repiten a lo largo de la obra de María Luisa, como en el cuento El Árbol, en el que una muchacha se casa con un amigo de su padre, a quien no ama, pero al que se aferra como “un collar de pájaros” a su cuello. Un viejo que la quiere con ternura, pero sin pasión, y ella termina abandonado una vez que tumban el gran árbol de hule que daba sombra a su venta, pues “Le habían quitado su intimidad, su secreto; se encontraba desnuda en medio de la calle, desnuda junto a un marido viejo que le volvía la espalda para dormir, que no le había dado hijos”.

Arte de Susana Pereira.
Y porque la pasión de María Luisa no cedía, en 1941, adquirió un revolver, buscó a Eulogio y le disparó tres veces en el brazo sin lastimarlo de muerte, estuvo en una correccional de la que salió una vez que él la eximiera de la culpa. Fue así como viajó a Estados Unidos en donde conoció al conde francés Rafael de Saint Phall con quien tuvo una hija. Escribió una versión en inglés de La última niebla, novela a la que tuvo que agregarle más de cien cuartillas, pero fue muy bien recibida por la crítica. Los derechos de The house of mist fueron comprados por una productora en 125 mil dólares.
Tras la muerte de su esposo, Bombal regresó a su natal Viña del Mar, recibió varios premios importantes por su obra. Para esa época su adicción al alcohol la hacía visitar el hospital, frecuentemente, a causa de las crisis hepáticas en las que caía. Así fue hasta su muerte en 1980.
Dicen que murió en completa soledad. Yo la imagino como en su cuento más logrado, según ella, Lo secreto: en una arena fina en la que al andar no deja huellas, en busca del mar que no aparece por ningún sitio; tampoco hay cielo, estrellas, ni viento.
“Había sufrido la muerte de los vivos. Ahora anhelaba la inmersión total, la segunda muerte: la muerte de los muertos”.
La prosa de María Luisa Bombal está llena de plasticidad, los sentimientos son paisajes exteriores e interiores que se confunden lo mismo que el sueño y la realidad, que su vida y su literatura. En una entrevista de 1972 se le preguntó: ¿Qué hace diferente a un escritor de las demás personas? Ella respondió sencillamente: “que sufra tanto”.




