Seguramente muchos de los lectores han visto la gran película Las horas más oscuras de Winston Churchill (The Darkest Hours), que ganó un Oscar. Me parece que, para el momento que vive México, provoca analogías preocupantes, toda proporción guardada, con los que vivió Inglaterra ante las amenazas de Hitler.

El presidente Peña pronunció un magnífico discurso —uno de sus mejores—. Recordó el sentido de la dignidad nacional, que hemos tenido en momentos difíciles de nuestra historia. Despertó sentimientos adormilados de nacionalismo bien entendido. Las reacciones positivas no se hicieron esperar. El Senado recuperó su estatura en política exterior. Provocó el apoyo de todos los candidatos, de todos los actores sociales, de la comentocracia. La política exterior se convirtió, como debe ser, en una política de Estado y como elemento aglutinador de la unidad nacional. Fue una “chispa que se encendió”. La pregunta es: ¿ahora qué sigue?

México y el mundo viven efectivamente algunas de “sus horas más oscuras”. Recuerdan elementos similares a los que se vivieron en los convulsos años treinta. La Gran Depresión de 1929, vinculada a políticas liberales fallidas que propiciaron elevado desempleo. Se produjeron guerras comerciales y cambiarias. Con el deterioro económico se dieron movilizaciones sociales antisistémicas. Así llegaron al poder los gobiernos fascistas de Hitler y Mussolini. Afortunadamente entonces había contrapesos. Roosevelt en parte salvó el capitalismo con nuevas políticas socialmente progresistas, basadas en Keynes, que produjeron el Nuevo Trato. En Inglaterra surgió el liderazgo de Churchill, alertando contra el peligro de Hitler.

Ahora, con la Gran Recesión de 2008 se evidencia también el agotamiento de las políticas económicas neoliberales. Se ha producido una débil y frágil recuperación económica con alto desempleo, particularmente de los jóvenes que, junto con las corrientes migratorias, agudizan las tensiones sociales, la “desigualdad” alcanza niveles inaceptables. Todo ello genera nuevamente corrientes antisistémicas que alteran todos los sistemas políticos: Inglaterra se sale de la Unión Europea con brexit; en Estados Unidos, Trump gana el gobierno por la vía electoral, como Hitler en su momento; en Italia, los partidos populistas y de derecha destruyen la tradicional social democracia; en España, Puigdemont pretende llevar a Cataluña al suicidio separatista. Ante estas convulsiones, los Estados Unidos de Trump no son ya contrapeso, ni parte de la solución, sino del problema. Atenta contra el orden mundial de la posguerra, creado por él mismo. Detona una autodestructiva guerra comercial. Hay riesgos de conflictos nucleares en el Oriente Extremo y en Oriente Medio.

México no puede aislarse de estos fenómenos. Está muy cerca de uno de los epicentros. Las tensiones se dan en toda la gama de los grandes temas económicos que nos vinculan con Estados Unidos: el Tratado de Libre Comercio, la situación fronteriza con el “muro” y el trato a los migrantes, y la seguridad. Trump interrelaciona todo. Tenemos ya posibles guerras, aunque comerciales, y amagos fronterizos. ¡Así se empieza! ¡Situación muy grave!

Frente a Hitler, en el gabinete del gobierno inglés se manifestaron, desde los años treinta, dos corrientes: la de la línea dura y la confrontación, y la del “apaciguamiento” (appeasement), que pretendía hacer concesiones para preservar la paz a toda costa. Ese último grupo lo encabezó el primer ministro Chamberlain, que en los Acuerdos de Múnich entregó Checoslovaquia a los nazis. En Las horas más oscuras, parte del Gabinete de Guerra del nuevo primer ministro Churchill, con el liderazgo del ex primer ministro Chamberlain y de Halifax, los “apaciguadores” querían nuevamente negociar un Acuerdo con Hitler —con Francia y Bélgica ya invadidas—. Se pretendía usar a Mussolini como intermediario, con el objetivo —ya perdida Europa— de preservar el imperio británico y lograr la paz. Churchill se opuso a esta corriente, era inútil negociar, haciendo cada vez más concesiones a un personaje no confiable y de ambición insaciable. Su línea fue la del “enfrentamiento” en defensa del interés nacional. Robert Harris, en su nuevo libro Múnich, citado recientemente en El País, dice: “hay ecos evidentes de los años treinta”, y la polémica del “apaciguamiento” cobra nuevo sentido en la actualidad. ¡Fue entreguismo o argucia para ganar tiempo!

Sin el dramatismo de una guerra, que afortunadamente no es el caso, hay efectivamente situaciones que ahora se reproducen. En el gabinete del presidente Peña, el secretario Videgaray —nadie duda de su inteligencia— parece representar “la estrategia del apaciguamiento”. Parecería que esa línea se siguió para invitar al candidato Trump a México; la respuesta fue el agravio, apenas días después, con su discurso de Phoenix; expulsar quizá innecesariamente al embajador norcoreano; recientemente intentar nuevamente una visita del presidente Peña, con todos los desaires. Trump ha agredido sistemáticamente a México, al propio presidente, con adjetivos inaceptables (¿is he mad?) en reiteradas ocasiones, sin respuesta. ¿Cederemos en los temas fundamentales para lograr un TLCAN? “Apaciguamiento” para algunos sería eliminar el Capítulo XI de los mecanismos de solución de controversias entre Estados e inversionistas (el arbitraje internacional), dejando a nuestras empresas a merced de los tribunales americanos y a los inversionistas hacia México sin garantías imparciales. ¿Guajardo, que ha negociado valientemente, sería la “línea dura” churchiliana de México, “Tratado sí, pero no a cualquier precio”?

¿Puede concebirse aceptar, como posición de principio, que entre “dos socios” comerciales se interponga un “muro” como el de Berlín?, ¡como si nos dividiera un sistema totalitario de otro democrático! Luego, un reforzamiento por guardias nacionales armados, como la policía alemana (los llamados “vopos”). ¿Qué pasará si uno de estos guardias dispara contra un joven que inocentemente trata de brincar el muro? La lógica impecable de lo afirmado por el presidente es que ¡no se puede negociar con un país que nos agrede sistemáticamente!

Hay desde luego que avanzar en las negociaciones hasta donde se pueda para llegar a un acuerdo TLCAN en principio, como lo ha ofrecido Trump, para luego desdecirse. ¿Esfuerzos inútiles, cuando no parece que se den los tiempos para concluir los procedimientos? Pero si se nos quieren imponer condiciones inaceptables y se nos continúa agrediendo, una opción a considerar sería “levantarnos de la mesa” y decir que “no están dadas las condiciones” para seguir negociando. Esto no es derogarlo, es “congelar” el actual Tratado. Sería decisión de Trump denunciarlo o no. De hacerlo, siguen vigentes las reglas del OMC. Sigue el comercio, la inversión, el turismo. Sí es cierto que esto provoca incertidumbres, afecta el mercado cambiario, pero esto ya ocurre, un día sí y otro también.

Bajo el liderazgo del presidente, hay que preparar escenarios B, de conflicto, que puede darse de todas formas. Buena decisión el amago de revisar “la cooperación en todos sus ámbitos”. ¡El “apaciguamiento” no resuelve nada! Tarde o temprano tendremos que asumir posiciones muy firmes de negociación, lo mismo en comercio que sobre la cooperación en materia de seguridad. ¡Los americanos respetan la firmeza! Tiene que haber una posición respaldada y compartida por todos los candidatos, el Congreso y la sociedad mexicana, que debe estar cabalmente informada, y para ello no hay lugar a la “diplomacia secreta”, que a veces se ha usado. ¡El gobierno y el país pueden resultar fortalecidos!

Exembajador de México en Canadá

@suarezdavila