Por Elena Poniatowska*

 

(Varsovia 1965). En el elevador caben seis personas. Es una caja de cristales biselados trenzados con hierro, tan amplia, tan anticuada que los viajeros se sienten en una dirigible. Del suelo al techo del hotel todo son espejos y en cada piso se ve uno de cuerpo entero y por los cuatro costados. Suben rusos, suben chinos, suben africanos, sube Marlene Dietrich y Sergio Pitol. Todos llevan su llave en la mano. “Primer piso, por favor”. Unos dicen que van al segundo pero realidad van al cuarto. Sergio Pitol va siempre al quinto. Ahí amanece. Su piso lo ha sellado. También lo ha marcado el Hotel Bristol que Paderewski construyó en Varsovia porque “intuía que Varsovia necesitaba un hotel a la altura del arte”. Hitler no estaba a esa altura pero ahí se desayunó con Goebbels. También él subió por el dirigible de cristal (veinte años más tarde Marlene bajaría por el mismo ascensor para declarar: “Yo siempre he estado con Polonia”). Dentro de toda esta armazón de espejos, estrellas, cortinajes, candiles, tapetes rojos, turistas rusos y americanos que subterráneamente se asimilan, esclavas sin edad que parecen Mary Pickford, Pola Negri, Kay Francis, Constance Bennett y hasta Paulette Goddard, el escritor Sergio Pitol se ha trazado un triángulo: su habitación en el quinto piso, un pequeño café donde escribe dos horas por día su novela y el bar nocturno donde se aparece a las doce de la noche a inspeccionar su microcosmos… Es este un mundo sumergido; un acuario, un último refugio de hombres y mujeres que vienen al Bristol para tener la impresión que el tiempo no ha pasado: que ni siquiera han sonado los clarines de la Segunda Guerra Mundial. Los militares se siguen besando como se besaban en 1920. Las mujeres tienen zapatos de corcho como de Carmen Miranda y sonrisas que hacen juego con los zapatos. Eso sí, todos beben vodka y se les caen los párpados, se les caen los cuellos, los aretes; permanece sólo la memoria, a veces, las cenizas, los diamantes. Y Sergio deambula entre ellos, los escucha, los hace hablar; sabe ya que Pani Kardowska tenía un abrigo de foca en 1935 como sólo lo ha tenido la reina de Holanda; que Pan Zobolowski perdió su fábrica de chocolates en una noche de juego, que en el mundo de marionetas de Pan y Pani Twardowski los hilos se han trenzado, se mezclaron las voces y no hay dinámica capaz de revivir el espectáculo.

– Sergio, ¿estás sólo?

– Sí

-¿Por qué quieres estarlo?

-Porque en México no puedo escribir

-¿En México te muelen mucho? ¿No quieres que nadie te muela?

-No, no quiero pero desgraciadamente aún estando solo hay siempre gentes o cosas que te muelen…

(Sergio Pitol dejó México en 1960. Su amiga, Milena Esguerra le dijo un día que si uno se descuidaba acababa esclavizándose hasta a un par de zapatos. Sergio vendió sus libros, sus cuadros, sus muebles; le dijo adiós a su abuelita y se vino a Europa. Ya había escrito: “Tiempo Cercado” (Editorial Estaciones, 1959) que según Emmanuel Carballo es “uno de los libros más hechos y personales que se han escrito en los últimos años”. Se atoró en Italia y advirtió que le iba a ser muy difícil volver a México y conformarse con cierta tónica de pensamiento que prevalecía en su medio”.

Entonces, -dice Pitol- en Roma descubrí el sentido que podía tener para mí el hecho de escribir. Empecé a poner en duda una serie de conceptos que yo había creído como ciertos y definitivos sobre literatura, arte y fundamentalmente, política. Vi que algunos autores en México, considerados intocables no tenían por qué serlo… Me fui a China y ahora estoy en Polonia”… La Editorial ficción de la Universidad Veracruzana sacó en enero de este año su libro de cuentos “infierno de todos” que reúne lo escrito hasta 1962. Joaquín Diez Canedo publicará el año próximo otro libro de cuentos. “Los climas”. Asimismo, Pitol tradujo para Diez Canedo: “Las Puertas del Paraíso” de Andrzejewski. Actualmente prepara una novela: “El Rio” y una “Antología del Cuento Polaco Contemporáneo” para las ediciones ERA…

-¿Y la soledad Sergio?

No la siento, por lo menos no la siento en un sentido inmediato y concreto. Sé, aunque sea un lugar común decirlo, que la soledad existe; que los hombres no han logrado comunicarse ni identificarse sino en momentos muy aislados pero personalmente nunca me ha angustiado estar solo. La soledad la siento mucho más como un problema de los otros. He encontrado a gentes que no pueden vivir y que atosigan a los demás con sus problemas y sus conflictos para evitar resolverlos por sí mismos.

-¿Y tú todo lo has resuelto?

(Menea la cabeza) No, ni de broma, ni de chiste… Ahora, por ejemplo me inquieta más que nunca saber qué sentido puede tener la literatura. No sé exactamente para qué se escribe, por qué se escribe, cuál es la relación que existe entre literatura y sociedad, entre literatura y vida… Tengo desde luego algunas intuiciones y trato de aclararlas en la novela que escribo: “El Río”… El Río es para mi un ejercicio completamente. Los primeros cuentos “Tiempo Cercado” e “Infierno de Todos” o fueron sino un intento de vencer un tipo de angustia personal y tuvieron independientemente de su buena o mala calidad literaria un sentido terapéutico.

-¿La literatura alivia?

Creo que cuando es uno muy joven puede tener ese carácter… Pero eso no crea una buena literatura. En nuestro tiempo no se puede escribir para aliviarse…

-¿Escribe uno para testimoniar?

En cierta manera sí, pero creo que ni siquiera la novela de tipo testimonial puede tener un gran camino. En los últimos años se han puesto en duda toda una serie de principios-pilares-básicos de la sociedad, elementos religiosos, doctrinas, ideologías sobre los que reposaba la conciencia del hombre. El hecho de que Sartre, por ejemplo, haya dicho que la novela le parece ahora imposible; que se hable continuamente de crisis y extinción de la novela como género que surjan movimientos novelísticos cuya finalidad es precisamente la de destruir la novela me parecen hechos sintomáticos de esta crisis. En el siglo pasado, por ejemplo, y a principios de éste era muy fácil definirse como literato; se era romántico o se era materialista o idealista. Hoy día, estas definiciones han perdido su sentido.

-Y ahora, ¿qué es uno?

Eso es lo que no sé del todo. El psicoanálisis, la sociología dicen cosas diferentes. La vida cotidiana en apariencia sigue siendo la misma pero creo que existe en la gente la conciencia de que algo ha cambiado, de que el hombre es un ser mucho más limitado, mucho más vasto de lo que las cifras y las definiciones puedan aportar. Tú estuviste en Auschwitz la semana pasada. Para la gente que vivió Auschwitz, los conceptos que antes regían su existencia, la imagen que podía haberse formado del hombre, tienen por fuerza que haberse hecho astillas. Durante toda la historia de la humanidad el hombre ha creído que es un ser finito, perecedero y, de buena o de mala gana, lo ha tenido que aceptar. Ahora, por primera vez, nuestra generación tiene la conciencia de que el hombre no solamente es finito sino de que todo lo que ha creado y acumulado puede desaparecer en un solo instante. Basta oprimir un botón. Todo esto tiene que reflejarse en la literatura.

-Y esto, ¿dónde lo ha venido a saber? ¿En China?¿Aquí en Polonia?

Esto se me ha revelado fundamentalmente en la lectura reciente de dos obras; en el libro de Jan Kott: “Shakespeare nuestro contemporáneo”, y “Rayuela” de Cortázar. Tengo la impresión de que el hombre durante toda la historia ha vivido en la búsqueda de fórmulas que lo encierren, de instituciones que ciñan no solamente su actuación sino su pensamiento mismo.

-Entonces, ¿la búsqueda de la libertad es falsa?

Ha intentado la libertad a través de esas fórmulas y de esas instituciones. En el siglo XIX, en Europa, el positivismo, el triunfo de los módulos creados por la burguesía creó un tipo de estabilidad que permitió el máximo desarrollo de la novela como género. Surgen entonces los grandes personajes: Madame Bovary, Ana Karenina, Alyosha Karamazov, David Copperfield, etcétera. Son personajes fastuosos, matizados, que se destacan sobre un fondo también rico y complejo. Los grandes protagonistas se crean a base de acumulación de elementos. Todas las lectoras se identifican con tal o cuál rasgo de Madame Bovary; las crisis de la Karenina les recuerdan las suyas —sólo que vistas con una lente de aumento—. Actualmente el personaje ha naufragado. El héroe o el protagonista que proponen las novelas más de vanguardia contemporánea ya no es un personaje lineal. No nos basta con conocer los variados matices de una personalidad. Ahora intuimos que el hombre está habitado por varias voluntades distintas; que cada persona es varias personas, y esto no sólo se refleja en la literatura de vanguardia… De ahí se explica el gran éxito popular de la “Justina” de Durrel… Cuando yo empezaba a leer, me regalaron las obras completas de Shakespeare y me acuerdo que en unas vacaciones en Córdoba lo leí con gran avidez pensando que por ello me estaba haciendo culto. Leí las tragedias una tras otra; pasé a los dramas históricos y cuando llegué a Ricardo II me sentí verdaderamente perturbado. Todo se me escapaba; el personaje jamás era el mismo en las distintas escenas.

—¿Por qué?

—Me parecía el Rey un contrasentido total. Pasa de villano a héroe constantemente, sin el menor titubeo. A medida que la obra transcurre, el protagonista va cambiando no como un hombre que se quitara mantos o máscaras para revelar una verdad psicología más profunda sino como un hombre que vive siempre en los limites, pero que siempre es otro. Aún para quienes lo rodean, los personajes secundarios, cuya misión es explicar al héroe nos ofrecen notas discordantes. Creo que en este sentido Shakespeare está más cerca de las preocupaciones actuales que los novelistas y dramaturgos del siglo pasado.

(En el Quinto Piso del Hotel Bristol, son muchos los becarios del Gobierno Polaco.. Treinta y cinco hombres y mujeres; arquitectos, escritores, pintores, escultores, cineastas de todas las nacionalidades; finlandeses, franceses, holandeses, norteamericanos trabajan en su cuarto, salen a la Universidad y deambulan en los pasillos. Casi todos le deben dinero a las recamareras de piso que,— como en los hoteles antiguos—atienden con cofia delantal y mirada inquisitiva. Ellas son las que traen el té al cuarto— un té muy negro, en vaso; té chino o de Ceylan—, ellas lavan las camisas, ellas constatan los progresos del idioma polaco…”Herbata, kawa, mleko…” Sonríen complacidas. En las noches se enojan porque los becarios se reúnen en el cuarto del uno o del otro, ponen en un tocadiscos a Marlene Dietrich o a Lotte Lenya y ahí se están toda la noche entre el espesor del humo y el cortinaje de cabellos largos. Porque las mujeres tienen fleco y cabellos largos y pantalones negros y sweteres de cuello de tortuga… E ideas, muchas ideas, porque todo ahí es un hervidero de sesos… Sergio Pitol presta sus discos (sólo tiene tres), sus libros, regala sus cigarros, indica cómo poner una dirección en polaco, ordena el menú de los latinoamericanos recién desempacados, se sabe las líneas de los tranvías, y el teléfono de la Embajada de México. “En Varsovia, buscas a Sergio Pitol. Él te lo resuelve todo”. Ahí está Sergio, altito y flaquito, inteligente y ávido de sol y de aire. “Este año se asomó el sol una hora, y todos los polacos salieron a la calle con sombrillas, zapatos blancos y sombreros de paja: “Miren, es la primavera”… A la hora se metió el sol y todos a sus casas de nuevo …Pero volvió a salir, y otra vez todo el mundo a la calle. Entonces dijeron los polacos: “Mire, es la primavera del año que entra”… con sus dos horas de primavera, Sergio Pitol escribe sin descanso. El invierno, el frio, el té caliente propician la creación literaria. La beca es larga; cinco años y Pitol tiene una gran capacidad de trabajo, muchas gallas y sobre todo tiempo; ese tiempo que se nos va a todos, ese tiempo que se nos desmorona entre las manos y gastamos en intrigas pequeñas, en vanidades enanas, porque aún el ambiente intelectual en México es mezquino y pequeño y chato en comparación a otros que han sabido pasar la prueba de fuego).

*Texto publicado en el suplemento La Cultura en México #185 de la revista Siempre!, el 1 de septiembre de 1965.