Salmodia de la angustia existencial, y además modelo de organización, Muerte sin fin (1939) revela esa travesía existencial del individuo que busca a la Divinidad en todos los objetos y en todas las criaturas; entrega ese escalofrío, ese divino estremecimiento qué sólo exteriorizan los verdaderos poemas y engloba un universo de ideas, de planteamiento y reflexiones en los cuales el hombre, la naturaleza, Dios, la vida y la muerte ofrecen consideraciones del orden filosófico y espiritual. Producto de la sensibilidad y de la Gracia es, temáticamente hablando, un cántico litúrgico que revela la presencia de Dios sobre la Tierra. También puede considerarse como un soberbio ejercicio de la inteligencia; un texto concebido como una serie de elementos organizados, que entrega muchos momentos superlativos.

Desde esta perspectiva, Muerte sin fin, de José Gorostiza (Villahermosa, Tabasco, noviembre 10 de 1901-México, D. F., marzo 16 de 1973) contiene elementos suficientes como para ser determinado como un cosmos animado e incluso adquiere funciones religiosas. Razón y emoción, pensamiento y sentimiento se concilian. Mito y religión se aglutinan en esta lliturgia epopéyica, sin desatender el aspecto filosófico y su adecuación técnica, lo cual lo lleva a la categoría artística. El poema gorosticiano tiene, indudablemente, una dimensión estética insuperable.

La carga metonímica, los planos simultáneos de pensamiento, que determinan un sentido significativo múltiple, así como la acentuación esdrújula en los epítetos, la musicalidad y ritmos originales, hacen que el poema adquiera un nivel inusitado, donde concurre el pensamiento poético con la intención conceptual. Además, la belleza de las imágenes, la precisión con que se van eslabonando, así como la contundencia del lenguaje y su profundidad significativa, ha impedido observar con claridad lo que detrás del poema se encuentra escondido: la búsqueda de Dios sobre la Tierra; la transparente lucidez con que se aborda esta expresión “evangélica” a través de la sensibilidad y la inteligencia, y que muestra el fulgor de lo ilusorio.

La contundente transparencia de la metonimia empleada impide, a mi juicio, observar con claridad el sentido religioso que presenta el poema. La perspectiva semántica es “obnubilada” por la expresiva sonoridad. Los recursos de estilo empleados por Gorostiza —combinación de endecasílabos y heptasílabos y hasta de menor medida, rimando en ocasiones a voluntad del poeta; el atinado manejo de la prosopopeya; atribución de lo onírico en esquemas lógicos conformando estrofas. Las imágenes son sensoriales, casi transparentes, lo cual “impide” ver el contenido real. Los adjetivos, casi siempre esdrújulos, amplían el horizonte semántico y precisan la percepción emocional, a manera de “disemia”. Se agrega el uso del oxímoron, concreción de lo indecible mediante el manejo de la hiperestesia y la peculiar sintaxis (en momentos el sujeto “desaparece” o al menos se tiene esa sensación)—, determinan un espléndido universo donde la imagen representa el concepto como vigoroso vínculo significativo.

En Gorostiza, los rostros del tiempo son diferentes a los concebidos por Carlos Pellicer, otro tabasqueño: la concepción del movimiento temporal es repetitiva, estéril, contraria a la tesis hegeliana (en el filósofo austríaco el tiempo es irreversible y jamás vuelve al punto de partida; en cambio en Muerte sin fin el proceso es un “retorno circular”). La muerte, en consecuencia, es un transcurrir vital dentro del tiempo; por ello, la “muerte sin fin”, la eterna, es la verdadera vida. Para Aristóteles, la metafísica teológica constituye una de las ciencias teóricas que estudia el conocimiento de las causas primeras y universales, esto es, las substancias, lo cual me parece importante para llegar a la lectura mítica-mística que ahora propongo.

Salmo y liturgia, a lo largo del poema persiste la transformación, el movimiento: va de la evolución, de la identidad entre la inteligencia humana y divina (primera parte), hasta la aparente destrucción del Universo, hacia el derrumbe total. Todo es arrasado, inclusive el lenguaje (segunda parte). Se concluye, además, que la muerte y la vida representan una única entidad (el cambio ocurre en la substancia, concebida como ente, y en la cantidad, refrenda al tamaño de los seres y de las cosas). La supuesta muerte de Dios, observada como corolario final en el poema (véase la Canción), representa una deducción basada en la soberbia intelectual. Esta “tentación” diabólica queda sin efecto si consideramos que la substancia, según Aristóteles, no es más que el ente en cuanto tal y Dios es el ente absolutamente suficiente, pura realidad actual; acto puro. Por lo tanto, no es más que una Muerte sin fin (En El Zohar se advierte el término En-Sof, “sin fin”, para designar el fluir infinito de Dios [Keter]).

Desde el inicio, el poema plantea el descenso espiritual del hombre, aherrojado por la materia (hylé). El agua y el vaso representan el alma y el cuerpo propuestos por el dualismo metafísico, que establece una radical diferencia entre lo corpóreo y lo espiritual. Lo anterior exige, intelectualmente hablando, el reconocimiento de una substancia eterna inmóvil, que debe existir en acto, a diferencia de las otras dos substancias físicas, corruptibles. Es capital la visión de la forma (morfé) y su manifestación, de ahí la recurrente metáfora del vaso y el agua utilizada por el poeta tabasqueño. El cántico va de la generación a la corrupción, lo cual implica cambio de substancia (material, formal y final) que involucra a los seres. Muerte sin fin va de la evolución (Dios: vida, perfección, seguida de una canción, intermezzo a manera de seguidilla [primera parte]) a la involución (Diablo: muerte, imperfección, con las tres tentaciones diabólicas a manera de romance [segunda parte]). La existencia y la muerte, observadas a través del momento justo (el vaso de agua).

Problema fenomenológico, problema metafísico, convergiendo en la busca del sentido del ser y alcanza “el ser del ser” como último y radical fundamento, aquí se perciben dos vertientes: la vida como creación en acto, como un saber hacer del poeta, y la conciencia y sensibilidad para transformar al mundo. Y aunque su contenido haya sido calificado de filosófico, Muerte sin fin es, por sobre todas las cosas, poesía, que concilia el esfuerzo discursivo, racionalizado, y cuyo proceder estético, intuitivo incluso, se aglutina en el contenido. El poema, en sus dos partes, resalta el movimiento. Va de la evolución, identidad entre la inteligencia humana y divina (primera parte), hasta la destrucción del universo, hacia el derrumbe total (segunda parte). Todo es arrasado, hasta el lenguaje. Persiste el cambio, el movimiento. Se concluye, además, que la muerte y la vida representan una única entidad, puesto que el cambio, reitero, es en la sustancia y en la cantidad.

Es evidente que el poema es religioso, puesto que desde el inicio el autor se apoya en tres epígrafes bíblicos (Proverbios 8: 14, 30 y 36, respectivamente), de manera que es válido conjeturar que Muerte sin fin va del argumento ontológico de San Anselmo al Libro de los alumbramientos sugerido por Sergio Fernández, quien manifiesta que en Muerte sin fin existe un cierto paralelismo con El Zohar hebreo. La lectura del Dr. Fernández sugiere la existencia de dos dioses: el de los sentidos, la inteligencia y la fe, “el que se debate a brazo partido con el mal, fuerza que intenta, naturalmente, aniquilarnos”, y el otro, con mayúscula, como presencia ausente de la nada. En esta cadena de “sinónimos” ontológicos que en apariencia se dan por separado —sigo al Dr. Fernández—, ocurre una sucesión de transfiguraciones. La dialéctica Dios-demonio y su resultante —o sea el ser, la vida humana, como creación de esta dualidad, de esta lucha terrible de contrarios— sólo es la sombra de una luz que lo antecede. Ésta es, a su vez, la manifestación sensible del verdadero Dios, el que no tiene nada que ver con la contienda, ni con el ser humano tal como fue concebido.

Concluye de manera atinada que persisten dos horizontes: en el que nos movemos y que permite la interpretación y el conocimiento de la propia limitación, y el espacio sagrado, que nos rechaza sistemáticamente. Dios, como sinónimo de vida, de perfección (aspecto evolutivo) y en su aspecto involutivo a través de la destrucción de la forma hasta llegar al origen mismo del Origen: el vacío, la nada; aunque en esta postura el poema se aparta de la tradición judeocristiana al revelar la causa primordial de Dios: el caos.