“Sin José Luis Martínez la literatura mexicana del siglo XX y parte del XXI no sería lo que es. Se dice rápido pero se trata casi de un milagro”. Estas palabras son de uno de los mayores bibliófilos y conocedores de nuestra historia literaria y quien encarna, como muy pocos, al hombre de letras; la extensión personificada del libro y el discernimiento que sus lecturas provocan: Adolfo Castañón, quien asimismo entre sus múltiples labores, es el editor de las obras completas de Octavio Paz (31 de marzo de 1914; 19 de abril de 1998), nuestro Premio Nobel de Literatura, de quien se ha conmemorado hace uno días el vigésimo aniversario de su muerte.

Año epifánico

Año epifánico fue 1918 en las letras mexicanas: nacieron Juan José Arreola (1918-2001) un narrador de excepcionalidad prodigiosa; creador de la revista Mester (1964-1967) y editor de los Cuadernos del Unicornio (donde vieron la luz obras como La sangre de la medusa de José Emilio Pacheco (1958); Jorge González Durán (1918-1986), poeta de la generación de Tierra Nueva (1940-1942), precedida por Contemporáneos (1928-1931) y a Taller (1938-1941); fundada, asimismo, por Alí Chumacero, Lepoldo Zea y el mismo José Luis Martínez; el poeta y editor Alí Chumacero (1918-2010) también nació hace un siglo.

En ese año también nació José Luis Martínez (Atoyac, Jalisco, 1918; Ciudad de México, 2007). Y no deja de ser significativo que durante muchas décadas se dio por sentado que Juan Rulfo (1917-1986) también nació el mismo periodo que sus colegas; aun el mismo historiador, crítico y biógrafo de Hernán Cortés señaló que el autor de El Llano en llamas quiso sentirse integrado con sus colegas y amigos, y esa fue una de las razones por las que difundiera haber nacido en 1918, dato que se puede leerse todavía en no pocos diccionarios e historias literarias. Y aunque se recuerda menos, en ese lapso también nació la escritora Emma Godoy (1918-1989).

José Emilio Pacheco denominó a Martínez “inventor de la literatura mexicana […] al poner remedio a los males como la improvisación y el desorden”; en el amplio horizonte de estudio sobre nuestras letras e integrantes, se cuenta un pormenorizado estudio de la obra de Alfonso Reyes; existe también un epistolario entre ambos (Una amistad literaria. Correspondencia 1942-1959, México, FCE, 2018).

Los epistolarios, lo sabemos, además de darnos luz y señales sobre la personalidad, intereses, afinidades y polémicas de los interlocutores, configuran territorios para relacionar y articular momentos, generaciones, tradiciones, vida cotidiana.

José Luis Martínez: bibliófilo, la palabra que lo define.

 

Fraterna convivencia

Al calor de la amistad. Correspondencia 1950-1984 es el título de la comunicación, asentada por escrito, que tuvieron Octavio Paz y José Luis Martínez. La fraterna convivencia entre ellos se iniciaría desde 1939. El epistolario abarca setenta y cuatro cartas: cuarenta y dos de Paz, tres de Marie José Tramini (viuda del autor de Pasado en claro) y veintidós de Martínez, además de telegramas, notas y borradores.

En octubre de 1945, Paz, en Nueva York, fue nombrado “canciller de segunda”, de ese modo ingresa al servicio diplomático; un mes después se embarca a Europa y antes de finalizar el año asume un puesto en la embajada mexicana residente en París; ahí se encuentra con los surrealistas y frecuenta a figuras como E. Cioran. En 1950 se publica El laberinto de la soledad, así como Libertad bajo palabra, la primera reunión de su poesía.

Martínez, entre 1943 y 1946, tuvo el cargo de secretario particular del titular de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, integrante del grupo Contemporáneos, considerado el más importante secretario de Educación que ha tenido México. Y en 1955 publicaría La emancipación literaria de México y La expresión nacional, letras mexicanas del siglo XIX. Como funcionario público, también, fue diputado; diplomático en Francia, Perú, Grecia; gerente general de los Talleres Gráficos de la Nación y director del Fondo de Cultura Económica (1977-1982).

Estas cartas evidencian cómo se crean y desarrollan las afinidades electivas, basadas en intereses gremiales; observamos el trabajo intelectual para alcanzar la proyección y difusión, proporcionales a la estatura de sus autores, requiere de vínculos administrativos de alto rango para que las trayectorias queden expuestas y valoradas, en ese caso, por escritores relevantes. Detalles de la vida doméstica e íntima no abundan, aun así, se traslucen. Por supuesto que un epistolario sin notas y edición correspondiente es como un viajero sin mapas y agenda.

La edición de Al calor de la amistad… estuvo a cargo del historiador Rodrigo Martínez Baracs, hijo del bibliófilo, poseedor de una de las bibliotecas literarias más completas de México; a decir de Gabriel Zaid, no hay otra que la supere, incluida la Biblioteca Nacional; ahora forma parte de las Bibliotecas Personales que alberga la Biblioteca México (en la Ciudadela).

Las notas de Martínez Baracs sitúan muchos detalles contextuales. Las trescientas notas desplegadas a lo largo de más de medio centenar de páginas dan cuenta al lector de registros biblio-biograficos y sociohistóricos, además de precisar datos y fechas. Por ejemplo, Paz le escribe a su amigo, “modelo de amistad” el 18 de septiembre de 1963: “Querido José Luis: Lo del premio me sorprendió”. Gracias a la referencia (la nota 49) sabemos los antecedentes, a partir de una nota que el editor-historiador recuperó del archivo de su padre que como embajador ante la UNESCO asistió a una reunión de poetas en Knokke Le Zoute, Bélgica: “En ella se ofrecía un Gran Premio Internacional de Poesía. Propuse a Octavio y lo ganó”.

Cartas de afinidades electivas.

Calidez y curiosidad

La visita a México de André Malraux, intelectual (acaso su libro más famoso es La esperanza el lector de Al calor de la amistad… lo sitúa en torno a la visita de Malraux, además ministro de Cultura durante casi toda la presidencia de Charles de Gaulle (1958-1969).

Refiere a Elena Poniatowska, quien recuerda que “si Malraux le dedicó su único día libre en México a Tepotzotlán, fue porque se trataba de uno de los monumentos barrocos más completos”.

Al calor de la amistad… es un epistolario que deja ver la calidez y mansedumbre, en el mejor de los sentidos, de Martínez y la inquietud y curiosidad de Paz, por estar enterado y reconocer todo aquello que estimulara su intelecto y lo situará ante los creadores que admiraba y, también, que a él le profesaban respeto. La amistad de Paz y Martínez se basa en la cordialidad y en el apoyo funcional y moral que ambos se dispensaron. Sobresale, ciertamente, una admiración mutua.

Octavio Paz y José Luis Martínez, Al calor de la amistad. Correspondencia 1950-1984México, FCE, 2015, (edición de Rodrigo Martínez Baracs).