Madrid.- El fenómeno del altruismo o, si se prefiere, la cooperación entre individuos de un grupo, ha intrigado a la ciencia de la biología desde sus inicios. Darwin incluyó en su Origen de las especies el estudio de los grupos de insectos (hormigas, abejas, termitas) en que las hembras de la casta de las obreras llevan a cabo un trabajo ingente en favor de la reina y de las larvas sin nada a cambio.

Resulta difícil explicar un comportamiento así porque el altruismo, el hecho de invertir recursos propios en otros individuos, va en contra de las hipótesis de la selección natural que predicen la maximización de la supervivencia personal. Darwin recurrió a la idea de la “selección de grupo” para justificar la existencia de esos grupos de animales cooperativos (entre los que nos encontramos los humanos) pero el desarrollo matemático de la teoría de juegos mostró que tal tipo de selección sólo es viable cuando los cooperadores comparten buena parte de sus genes.

No es el caso de grupos, como los de nuestras sociedades, en los que la ayuda se presta también a personas con las que no se mantiene ningún tipo de parentesco. Pero modelos más afinados de la selección de grupo permitieron comprender que la cooperación es posible siempre que se cuente con mecanismos que permitan identificar a quienes cooperan (altruistas) y quienes no lo hacen (egoístas). Uno de los principales autores que contribuyeron a dar solidez a los modelos analíticos del altruismo fue Martin Nowak al introducir el concepto de “reputación” como clave para el desarrollo de las interacciones cooperativas.

cartas desde Europa

Dicho concepto establece que lo importante no es tanto actuar de forma altruista como convencer a los demás de que se está cooperando.

En realidad el sentido común ya había puesto de manifiesto que es así, e incluso existen refranes como el de “crea fama y échate a dormir”.

Pero se trata de justificar, mediante simulaciones computacionales capaces de tomar en consideración conductas muy complejas, que esa intuición no yerra. Fernando P. Santos, Francisco C. Santos y Jorge M. Pacheco, investigadores de las universidades portuguesas de Lisboa los dos primeros y del Miño el tercero, han llevado a cabo hace poco una simulación mediante computadora del papel que juegan las reputaciones —tanto presentes como pasadas— para la consideración de un actor como “altruista” y, por ende, como apto para las cooperaciones sociales.

Sus resultados han aparecido en la revista Nature nada menos, así que cabe entender que, en un terreno ya tan trillado, esos autores han descubierto un aspecto importante en la interacción.

Consiste en que para que se produzcan conductas cooperativas basta con principios morales muy simples; tan simples como para que los niños de cinco meses los utilicen y sigan. Al final resulta que nuestra vida social no es tan sofisticada como algunos piensan y quizá sea por eso que los sinvergüenzas acaban por ser descubiertos incluso muy pronto.