El director de cine Carlos Saura recibió en México el Premio Mayahuel Internacional en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Sin duda, Carlos Saura (Huesca, 1932), es uno de los cineastas más importantes de la segunda mitad del siglo XX, no sólo en España, sino en Europa. Con más de 39 largometrajes dirigidos hasta el momento, y más de cinco décadas de trayectoria ininterrumpida. En 1956 dirige su primer corto, El pequeño río Manzanares, el director ha alternado distintos estilos cinematográficos. Su cine combina el reflejo realista de la sociedad con cierto surrealismo, haciendo uso de simbolismos de corte sociopolítico. Con una postura muy clara en cuanto a tocar temas históricos, políticos o sociales, como la guerra civil: “Lo que vivimos en España con la Guerra Civil, es un tema que estuvo olvidado y maltratado durante décadas… Es un tema que yo he rodeado periféricamente en mi trayectoria. Me gusta que el cine lo aborde. También es un tema que aparece en mi película ¡Ay, Carmela!, que es una de mis favoritas y que, por cierto, también rodé íntegramente en Madrid. Tengo un proyecto interesante sobre la guerra que no se ha podido hacer porque es muy costoso, he tirado la toalla porque no tengo energía, no estoy para rodar batallas…. Quizá por ello, he seguido con otras preocupaciones, y también, en redescubrir cada día más mi pasión por la fotografía”. Actualmente está trabajando en su película Guernica en torno a Pablo Picasso. “Yo hago —dice Saura— las películas para mí, lo cual me parece el colmo de la vanidad; pero si me gustan a mí pienso que habrá alguien que le va a gustar, aunque sean cuatro personas”.

Y es muy claro al hablar de su legado en las nuevas generaciones: “No tengo mucha idea —afirma Saura— de si tengo seguidores o no, me da igual. Te lo digo honestamente. No me interesa dejar una escuela para nadie. Lo que sí sé es que hoy en día, con los avances técnicos, se pueden hacer películas estupendas si uno tiene talento, a pesar de contar con pocos medios. Hoy se puede hacer todo mucho mejor que como lo hacíamos los de mi generación, pues tuvimos épocas muy difíciles para hacer cine, no sólo en España, sino en Europa. Pero bueno, ahí están las películas y las pocas o muchas aportaciones que uno ha hecho a lo largo de la vida”.

Creador indiscutible durante toda su carrera, ha pintado, ha escrito, y ha hecho fotografía. La música, otra de sus pasiones, ha sido protagonista en algunos de sus filmes como Sevillanas (1992), Flamenco (1995) o Zonda, el folclore argentino, (2015). Su filmografía cuenta con una gran cantidad de premios, entre otros, el de Mejor Director en la Berlinale de 1966 por La caza —película de tal precisión, fuerza, contundencia y versatilidad de significados—, y el Oso de oro en 1981 por Deprisa, deprisa; el Premio del Jurado en 1974 por La prima Angélica y el Gran Premio del Jurado en 1976 por Cría Cuervos en Cannes, o los 13 Premios Goyas por Ay, Carmela en 1991. A las películas ya mencionadas habría que sumar otras como Los golfos (1959), Peppermint frappé (1967), Mamá cumple 100 años (1973) o El séptimo día (2004), Sevillanas (1991), Flamenco (1995), Tango (1998), Salomé (2002), Iberia (2005), Fados (2007) y Flamenco, Flamenco (2010) que tuvieron su origen en la trilogía de los 80, desarrollada junto a Antonio Gades, compuesta por Bodas de Sangre (1981), Carmen (1983) y El amor brujo (1986). Es un apasionado de la pintura, hermano del pintor Antonio Saura, que lo ha llevado a tener una pasión desbordada por el arte.

—Carlos, ¿de dónde viene su pasión desmedida por la Música?

—Como sabes, mi madre era pianista de música clásica y yo soy músico frustrado pero tengo una cultura musical amplia en el terreno clásico y en el flamenco y las músicas populares de muchos países. Además, de pequeño, a parte de la música, también dibujaba mejor que mi hermano Antonio —que fue un pintor fuera de serie—, que después me superó, pero nunca dejé de dibujar y pintar. Y por supuesto siempre he ejercitado la escritura.

—¿Considera que sus películas musicales son documentales? Se lo pregunto en cuestión de lo anterior, pues es usted un melómano total.

—Creo que todas mis películas son musicales, pero a mí, la verdad, me da igual que se las clasifique de una manera u otra. Yo con Sevillanas y Flamenco inauguré un género, un musical en estado puro, con unos artistas y en el que yo he intentado eliminar cualquier cosa que pueda distraer. Luego, he añadido otras cosas. De alguna manera es documental porque no hay una ficción, pero… ¿todo lo que no cuenta una historia es documental? En realidad, no creo en los géneros.

El flamenco es una de sus grandes pasiones, ¿de dónde le viene la afición?

—Siempre me ha gustado mucho el flamenco, casi de chiquitín, cuando la guerra lo oía cantar en Madrid a los milicianos y a los obreros. Mi película Flamenco, flamenco, es un reflejo de esa pasión. Yo hago lo que puedo por difundirlo, porque me parece lo más poderoso que hay musicalmente en España. El homenaje y la premier en París —hace algunos años— fueron muy sorprendentes y, antes de eso, la promoví en Marsella, en Niza… No he podido seguir ya a esta película, no tengo tiempo ni energía. Con ella fui a Canadá, Corea, México

—Su película Los golfos (1959) tiene mucho de simbolismo y según la crítica, muchas metáforas que van más allá de la imagen, ¿lo considera de esta forma o lo ve diferente?

—Esta es mi primera película de ficción, Los golfos, es realista en un sentido relativo y, más que emparentada con el neorrealismo italiano, mira a una realidad española concreta e incluso al realismo de otras épocas, como por ejemplo la picaresca. España tiene un material cultural histórico impresionante. Es verdad que puede haber alguna metáfora en mis películas pero la metáfora forma parte del legado de Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca… El problema es que los críticos de cine no han leído las grandes obras de la literatura del siglo de oro.

—¿Considera que la imaginación da cierta libertad creadora o la debilita?

La imaginación abre ventanas y yo siempre he abogado por la libertad pero no sólo en el proceso creativo sino también en la forma de hacer las películas, de tener la libertad de moverte como quieras.

¿Y la fotografía da libertad?

La fotografía es terrorífica porque captura el pasado, pero el cine no es así, es como un espejo porque no tiene la imagen fija, siempre cambia en el tiempo y en el espacio. En cuanto se reflexiona sobre uno mismo, se encuentra con la paradoja de que lo que está haciendo ya lo hizo antes o por lo menos el proyecto novedoso de hoy es el reencuentro con cosas olvidadas que sin saber por qué y sin venir a cuenta, surgen diáfanas un día.

—¿Cree que su serie fotográfica más reciente Fotosaurios es parte de reencuentro?

—Claro, por ejemplo, Fotosaurios no es una novedad en mi obra, pues hace muchos años, ¿tal vez cincuenta?, ya trataba de destrozar diapositivas de color que no me gustaba, utilizando agudas agujas y pintando aquí y allá sobre ellas y que luego proyectaba.

¿Considera que hoy día le apasiona más la fotografía que el dibujo, la pintura o el cine?

—No, al contrario, estas tres artes me siguen apasionando. La fotografía nos enseña cómo somos, cómo fuimos y, tal vez, cómo seremos, y gracias a ella, el hombre va avanzando, aplastando fantasmas y miedos en una realidad que se impone; es también, testigo de lo que vimos, y de lo que nunca pudimos ver, en un mundo en continua ebullición. Por eso y más me gusta tanto la fotografía desde hace muchos años. Quizá muchas veces hago lo que se me ocurre, así a primera vista, es que hago lo que hago para no hacer otra cosa peor; es decir, que lo que hago: fotografía, dibujo y pintura, escribir, y sobre todo, las películas, son una especie de medir placenteramente mis posibilidades en campos que no son tan diferentes como pueden parecer, y siempre, son una aventura en la que hay un riesgo secreto, íntimo y personal.

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