Marco Tulio Aguilera Garramuño

 

Cuento cruel

Juguemos a volar, dijo la niña. Y se tiró del quinto piso.

Sus amiguitos todavía están esperando que regrese.

Coitus interruptus

Él se vino.

Ella se fue.

 

Equivocación

Un hombre todas las noches escuchaba aleteos que no lo dejaban dormir. Prendía la luz y no hallaba nada. Hasta que exasperado en lugar de prender la luz, disparó ciegamente. Al amanecer encontró a un ángel desangrado sobre la alfombra. Sobre ella había escrito: “¡Pendejo! Yo era tu ángel de la guarda, ¡pendejo!”.

Pequeño cuento con muñeca inflable, final feliz y música de Erasmo Capilla

Un amigo, escritor jalapeño cuyo nombre no voy a pronunciar, tenía un hijo excesivamente tímido y poco agraciado. Mi amigo, preocupado por el poco interés de su hijo por las mujeres, decidió hacer un movimiento algo atrabiliario: le compró una muñeca inflable. Por ella, el muchacho desarrolló una dependencia que llegó a ser preocupante. Se encerraba días enteros con su amada y cuando salía de su encierro estaba pálido, lucía cansado, ostentaba unas ojeras de Trimalción y una languidez de muerte próxima.

Un día el muchacho apareció en casa con una mujer tan perjudicada por la vida como él. Dijo: me voy a casar. Se casó, tuvo hijos y fue (fueron felices).

La muñeca inflable permanece sentada en la sala de la casa de la nueva pareja: inflada siempre, limpia, sonriente, se ha convertido en el dios titular de esta familia feliz.

Mi amigo escritor me ha dicho que considera que ha cumplido con el sagrado deber de ayudarle a su hijo a encontrar un sitio adecuado en el mundo y que puede morir feliz.

En cuanto a su obra, mi amigo sabe que vale poco, pero eso en realidad no le importa mucho.

 

La mujer del sueño

Anoche me enojé en mis sueños. Vi a una mujer que me impresionó profundamente. Noté que yo también atraía su atención. Nos fuimos acercando los dos sonrientes, los dos complacidos, los dos anticipando la gran revelación… Súbitamente desperté. Me dio mucha rabia el despertar dejándola ahí entre los velos del sueño. Supe que no la volvería a ver jamás.

El sueño del gato

Una mujer soñó que tiraba a un gato negro a un pozo y que se olvidaba de él. Seis semanas después soñó (en el mismo sueño) que regresaba al pozo y veía en el fondo, al gato, todavía vivo. El gato abría y cerraba el hocico, del cual no salía sonido alguno. La mujer pensó que había sido en extremo inhumana y que era necesario hacer algo. Pensó que tenía dos posibilidades. Tirarle una gran roca y aplastarlo, o meterse al pozo y sacar al gato para dedicarse a cuidarlo hasta que se recuperara. Estaba en esta encrucijada, cuando despertó. Por un instante pensó que había sido injusto dejar el gato allá en el fondo, pero luego recordó que todo había sido un sueño y que los gatos de sueños no sufren. Sin embargo durante todo el día la mujer siguió pensando en el gato, sabiendo que de alguna manera se sentía culpable, aunque no hubiera razón razonable alguna.

Cuando se acostó a dormir la noche siguiente pensó en el gato y rogó para que retornara la pesadilla, en la que estaba dispuesta a tomar alguna determinación con respecto al animal. No obstante, esa noche no soñó con el gato. Ni la noche siguiente, ni la siguiente. Y el sentimiento de culpa de la mujer crecía.

Al sexto día despertó con un dolor de cabeza terrible. Supo que se iba a volver loca si no hacía algo. Entró a la buhardilla donde su esposo yacía enfermo como siempre, abandonado ahora por la decisión de su esposa. El hombre apenas si tuvo fuerzas para abrir los ojos. Vio que su esposa se acercaba, que lo observaba con inexplicable expresión. Que se sentaba al borde de la cama, le acariciaba la frente y luego, tras darle un beso en la mejilla, colocaba sus manos sobre su cuello y presionaba hasta hacerle extraviar el último aliento. La mujer cerró dulcemente los ojos del cadáver de su esposo. Luego se acostó a su lado y pudo dormir como no lo había hecho en los años que duró la enfermedad del que ahora descansaba en santa paz.