Por Jorge Alonso Espíritu

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]E[/su_dropcap]l mayor pecado de las comedias románticas es, poca duda cabe, la repetición ad nauseam de estereotipos: roles de género, situaciones moralizantes, actualizaciones de cuentos de princesas, chistes repetidos una y otra vez y el refuerzo constante de estándares de belleza. Esta categoría cinematográfica, por tanto, ha pasado a formar parte de un entretenimiento light, lejano a la realidad y no mucho más, aunque eso sí, con millones de fieles alrededor del mundo, sobre todo, y de manera fiel a toda clase de clichés, al público femenino y las primeras citas.

La película que nos ocupa, sin embargo, posee un encanto que refresca el género, y constituye una divertida sorpresa para el espectador, no por la ausencia de estereotipos sino por la celebración de la pluralidad. Kiki, el amor se hace, remake español -dirigido por Paco León- de la australiana The Little Death, atrapa desde los créditos iniciales y no suelta hasta el desenlace.

Se trata de cinco historias cruzadas, ubicadas en el verano madrileño, de cuatro parejas y una mujer soltera que buscan el éxito en el amor y la sexualidad compartida. Pero para llegar a él tendrán que hacerse conscientes de sus secretos más oscuros –o luminosos, puede pensar uno: sus filias sexuales, desde las más comunes hasta las más inesperadas.

Aunque la premisa, que apela al sexo como materia prima, podría perderse con facilidad en chistes ramplones -y basta ver un programa de comedia mexicano para ello-, Paco León elude esos riesgos y enfoca sus recursos en resaltar elementos más humanos: el amor, la felicidad, y la diversidad, sin sacrificar en ningún momento el humor. De esta manera es no sólo simple, sino natural que empaticemos con el amplio elenco de la cinta. Sin necesidad de compartir filias, el espectador se identifica con los protagonistas, y es que aunque como individuos “civilizados” existimos en la cultura, no hemos dejado de ser animales. Nuestros instintos revelan nuestra parte más natural, la imaginación nos hace personas.

La dacrifilia, elifilia, somnofilia y harpaxofilia, y el resto del catalogo de extravagancias –siéntase libre el lector de usar un diccionario, o esperar las definiciones que a manera de pies de página brinda la propia película-, son menos rarezas que no tener ninguna manía. Por supuesto, no se trata de un manual progresista, de un texto académico sobre la sexualidad sana o un discurso feminista. Cada episodio parte del desconcierto, y a pesar de un bienvenido final feliz, es de esperarse que el camino del descubrimiento apenas se vislumbre.

El resultado es una fiesta del amor y sobre todo, del deseo, sentimientos distintos pero que pueden coexistir, y que perseguimos en nuestro viaje a la plenitud. La idea de lograr descifrar una parte de nuestra identidad es, entonces, el mayor logro de esta película, eso y provocarnos más de una carcajada.

Kiki, el amor se hace, está disponible en Netflix.

Permanencia voluntaria: El planeta salvaje

El planeta salvaje es uno de los clásicos de culto de la animación europea. Creada en 1973 y dirigida por el francés René Laloux, la cinta narra un futuro distópico en el que dos sociedades son enfrentadas rumbo al exterminio del género humano. Los paisajes oníricos, de corte surrealista, la banda sonora psicodélica y los ideales representados presentan un perfecto estudio de la época de su creación.

Esta cinta será exhibida en una función especial musicalizada en vivo por el NOD Ensamble, este viernes 25 de mayo, a las 18 horas, en la Alianza Francesa de Puebla. La entrada es libre.