El atípico proceso electoral que estamos viendo está sirviendo como canal de desfogue colectivo en el desahogo de la ira y el coraje que invade a la sociedad, la distribución de culpas, responsabilidad de males y descalificaciones, han nublado la propuesta dando pauta a las pasiones desbordadas y al surgimiento de odios y rencores.

Los candidatos, en su afán de mantener o buscar preferencias, en el pasado debate mantuvieron el tono agresivo, retador, repleto de insultos y acusaciones, fue un reflejo de la fragmentación que existe en el país, alimentaron con creces el amarillismo con ánimos ofensivos, sensacionalistas y dejando que las propuestas, de por sí escasas, se perdieran frente al auditorio, lo sobresaliente fue el escarnio.

Ahora bien, algunas posturas son comprensibles dadas las circunstancias, aunque me parecieron exageradas y carentes de razón lógica. Existe un dicho popular que reza: “En la victoria, humildad; en la derrota, dignidad, y en lo esencial, unidad.” Vimos un López Obrador por demás soberbio, prácticamente sin propuesta, no sale de lo mismo y se dice poseedor de la verdad absoluta, asistió conservando una postura dirigida a sus simpatizantes, bajo el garlito de ya ser el ganador.

Por su lado, Ricardo Anaya, sabedor de su segundo lugar, compareció con la intención de arriesgar para ganar, sin duda, con mayor conocimiento y capacidad que su principal adversario, no obstante, su estrategia lo acercó al terreno donde el rayito de esperanza sabe jugar.

En cuanto a Meade y el Bronco, sus posibilidades en la contienda son mínimas aunque se resalta el esfuerzo llevado a cabo, pero no son sus mejores momentos, las cartas están echadas y las suyas se localizan en el pozo de los descartes.

 Los debates son confrontación de ideas, de propuestas, ejercicios de contraste personal, de forma de ser y comportarse, de conocimiento y capacidad, de agilidad mental para señalar los errores del adversario, diagnosticar la situación del país, definir los retos y formular soluciones, es ponerse frente al electorado, dar la cara y someterse al escrutinio público.

Dentro de todo este andamiaje, se perciben —entre otros muchos— dos problemas torales, la necesidad de una reconciliación nacional y a partir de ese objetivo reconstruir el Estado de derecho, me pregunto si después de las elecciones quede quien quede, habrá condiciones para una reconciliación de esa naturaleza, si lo que se está despertando es la división, la soberbia, las filias y fobias, sin llamados a la unidad y menos aún a la humildad.