Una afirmación de José Meade, uno de los candidatos a la Presidencia de México, no deja de causarme prurito: “No hay manera de vivir sin tarjetas de crédito”. A primera vista me pareció una afirmación irreflexiva de alguien que vive dentro de cierto segmento social en el que las tarjetas de crédito son indispensables. Sin embargo, al recordar que esa frase no proviene sólo de un candidato de familia pudiente, sino de un tecnócrata sin experiencia política, un economista del ITAM que, además, ha trabajado en diversas dependencias ligadas con las finanzas y los bancos en los dos últimos sexenios, no puedo dejar de preguntarme si, más que una afirmación ingenua, no se trata de un programa económico en el que en vez de ser ciudadanos o pobladores nos volveremos deudores, una subespecie del homo economicus.

No me meto en los asuntos de la “ciencia” económica, que no son de mi competencia, por el contrario, reflexiono sobre el tipo de sociedad al que llevan ciertas maneras del intercambio de productos, bienes y servicios. Parto aquí de la experiencia que he vivido como trabajadora, contribuyente, consumidora, usuaria de bancos; en los cambios que he presenciado, como muchos habitantes urbanos, desde los años setenta hasta ahora, incluyendo la irrupción de los sistemas informáticos en la vida económica.

En mi historia laboral he tenido empleos en los que me pagaban en efectivo en la caja de la institución; otros en los que recibía un cheque que podía cobrar o depositar en una cuenta según mi decisión; luego, me depositaban en el número de cuenta que yo les daba; el paso siguiente: la institución me abrió una cuenta en un banco determinado en la que me depositaban y me proveían de una tarjeta de débito. En mis primeros tiempos como empleada no necesitaba a un contador. La contabilidad era algo bastante sencillo. Tampoco tenía uno que hacer una lista de dónde, cómo ni qué podía descontar como consumidora. Todos los trámites se realizaban en el banco de manera presencial. Lo cual implicaba tiempo, pero brindaba seguridad. La irrupción de la Internet brindó la técnica para amarrar el sistema, no sólo por el uso de la banca en línea, sino por la obligatoriedad de presentar las declaraciones de impuestos por Internet. Ahora es forzoso pagar con tarjeta para hacer deducibles los impuestos.

¿Y todo esto qué tiene que ve con el uso de tarjetas de crédito? El sistema necesita seguir captando “clientes” para mantenerlos cautivos con tasas de interés dignas de un agiotista y letras pequeñas en contratos que nadie lee. La mayoría de las veces estas tarjetas no se usan adecuadamente y así sus usuarios se vuelven esclavos no sólo de su deuda, sino del pago de los intereses. Por eso las instituciones bancarias insisten continuamente para que uno acepte la “maravillosa” tarjeta de crédito de última generación, a diferencia de antaño en que conseguir una era realmente difícil y hasta signo de estatus. La población no vive ya según sus posibilidades reales, sino en un estado permanente de deuda dentro de un sistema que lo controla mientras lo amarra a un pago aún peor que el de la tienda de raya, pues las tarjetas de crédito se proponen como una mayor posibilidad de compra y, por ende, venden un espejismo de libertad. El sistema neoliberal ofrece libertad mientras nos amarra con grilletes que benefician a una oligarquía nacional y mundial. Además, este sistema no exime de que los mismos deudores deban salvar a sus amos, como sucedió con el Fobaproa, ni que una futura falta de pagos nos arrastre a una grave crisis económica. Eso es lo que veo tras la afirmación de ese candidato. Afirmación que, seguramente, Ricardo Anaya no tendría inconveniente en hacer suya.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, se atienda Ayotzinapa, trabajemos por un Constituyente, recuperemos la autonomía alimentaria, revisemos las ilusiones del TLC, defendamos la democracia y no olvidemos a las víctimas.

@PatGtzOtero