Los agitados tiempos que corren se caracterizan por una cierta inquietud, malestar, desconfianza de grandes sectores de la población que a la menor provocación agreden verbalmente a sus conocidos, amigos, clientes, vecinos o simples conciudadanos, cuando estos no comparten sus preferencias electorales.

Es cierto que desde hace tiempo campea un resentimiento, cuando no ira, cólera o enojo, por el clima de inseguridad ciudadana, que no distingue entre los ámbitos de autoridad y rechaza cualquier acción de gobierno o acto de autoridad. El incremento de robos de todo tipo, homicidios, secuestros, extorsiones, así como la impunidad de la que parecen gozar los delincuentes ha potenciado al máximo el rechazo a todo signo de autoridad. Hoy día, los policías son agredidos hasta cuando intentan arrestar a quienes delinquen.

Los innegables actos de corrupción en los tres ámbitos de gobierno en connivencia en muchas ocasiones con el sector privado, se suman al  repudio ante la evidente desigualdad social y la pobreza generacional que vienen padeciendo crecientes sectores de la población.

Ese es el contexto que tal parece ignoran los estrategas de los candidatos. Esa y no otra es la espuma que ha hecho crecer la candidatura que aventaja en las encuestas. Y lejos de atender las causas, se abona en el terreno fértil del descontento. Los insultos, descalificaciones, calumnias e injurias que los cinco candidatos se profieren entre sí están haciendo crecer  el encono y la división de los mexicanos.

Es cierto también que quien encabeza las encuestas y los sondeos de opinión tiene años ahondando la división entre pobres y ricos, entre pueblo bueno y malo, que con especial olfato se solaza en profundizar conflictos, armar pleitos, polarizar a las comunidades. Sus últimos logros son el satanizar a los empresarios y a la denominada sociedad civil.

Es también condenable, sin duda alguna, las campañas de desprestigio que se han emprendido en contra de este personaje. La violencia verbal es generalmente seguida por otros tipos de violencia y como dice el viejo dicho popular “el horno no está para bollos”. No aceptemos la discrepancia sin sentido, la falta de respeto a los otros, ni mucho menos nos conformemos con que el destino del país  se dirima con insultos en lugar de argumentos; ni que la calumnia sea mejor que las propuestas. Una y otra vez, desde hace muchos años he reiterado que debemos dignificar la política. Que para que exista democracia en México requerimos de demócratas.

Habrá quienes prefieran que el proceso electoral se deslice por el tobogán del enfrentamiento pensando que así ganarán en los comicios. Quienes así piensan, olvidan que quien  gobierne tendrá que hacerlo con una población dividida, confrontada, dolida y, por muchas llamadas a la unidad que pretendan formular después, los mexicanos tenemos memoria y no olvidamos fácilmente. Esa es la savia del árbol del México profundo, del México bronco. No lo despertemos.