El nivel de confrontación en las contiendas electorales sube de tono, ya la intolerancia se instala cómodamente por doquier, spots venenosos despotrican contra el oponente, argumentan que son campañas de contrastes, aunque no lo digan tienen dolo y quienes los hacen lo saben con toda la certeza.

Hemos observado cómo un poder fáctico, es decir el crimen organizado, afecta las campañas de manera mortal porque no recordamos un proceso que registrara tantos asesinatos así como la declinación de candidatos que llega casi a un millar, más lo que se acumule. Signos preocupantes.

La división, encono y polarización se han enquistado como nunca, la maduración democrática se niega a consolidarse mientras la denostación se engrandece como señal característica de un proceso en el que no caben las ideologías aunque sí el pragmatismo. No hay propuestas en torno a la educación y la cultura, pero sí a la descalificación sistemática.

En ocasiones resulta confusa la elección porque observamos cómo viran los tránsfugas de un partido a otro, en Michoacán como en otras latitudes aparecen los rostros de siempre, las coaliciones parecen desnaturalizar la identidad partidaria porque se han forjado entre históricos antagónicos.

La oleada de encuestas se esparce, cada militante dice que su candidato va arriba, en la mayoría de los casos no lo argumentan porque lo deslizan como profesión de fe, el dogma ante todo aunque ello vaya de la mano de un fanatismo ramplón.

Preocupa la violencia, decenas de personas asesinadas vinculadas a los procesos electorales, impunidad, temor y zozobra que van por el carril de la impunidad, con diferente pertenencia partidista los caídos son testimonio claro como contundente.

Actitudes antidemocráticas como el pretender censurar las opiniones discrepantes, si vivimos en un país de libertades cada cual puede emitir los comentarios que le plazcan sin que ello tenga por qué despertar el espíritu inquisitivo en algunos, no van las actitudes primitivas en el auge del garantismo, es decir los derechos humanos no pueden reducirse porque algún ente caprichoso lo decrete.

El descontento aunado al resentimiento no son necesariamente los mejores consejeros, no se trata de gobernar un hormiguero sino un país diverso, no es buscar la unanimidad para abjurar de la libertad de la discrepancia. No somos menores de edad para eliminar nuestro derecho a pensar y discurrir. Los derechos humanos no son obsequio del gobierno.

La responsabilidad de los candidatos es decisiva para evitar que el proceso adquiera tintes más drásticos y cruentos, la democracia no se afianza con mentadas de madre ni apelando a los juicios sumarísimos de una multitud.

Ya se ha rebasado la mitad del tiempo de las campañas, aún no tenemos claros proyectos de nación, acaso pinceladas más bien producto de coyunturas. Veremos qué sucede en el segundo debate. Andrés Manuel López Obrador, José Antonio Meade, Ricardo Anaya, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez tienen la palabra, esperemos que tengan vocación por la democracia, no solo para el poder.