El actual gobierno estadounidense desde antes de llegar al poder, entre otros temas de la relación bilateral con México, anunció que se “saldría del TLCAN” porque este era el peor acuerdo comercial de su país. Así las cosas, desde el principio de su gestión, se dio inició a un proceso de revisión del NAFTA, por sus siglas en inglés, o Tratado de Libre Comercio de América del Norte, entre México, Estados Unidos y Canadá.

Este acuerdo comercial significó en su momento el 19 por ciento del monto global de las transacciones comerciales, hoy solo el 13 por ciento, y sin duda requiere actualizarse, sin que ello implique que alguno de los socios comerciales quede en desventaja. El cambio de paradigma de Estados Unidos, que luego de impulsar la globalización y el libre comercio ahora intenta una regresión al proteccionismo comercial, encuentra las mayores resistencias en su interior. Los objetivos de su actual política comercial, afectan a sus propios productores y a sus consumidores.

El tema del TLCAN adicionalmente está presente tanto en las elecciones en nuestro país, como en las legislativas del próximo otoño norteamericano. El Ejecutivo de nuestro vecino del norte busca amedrentar, o aplastar a nuestros negociadores y a los canadienses, para imponernos una serie de medidas y modificaciones que hacen inviable el acuerdo comercial. Al colocarnos en esa situación, nuestro gobierno, y seguramente el que gane las próximas elecciones, responderá que un TLCAN  a cualquier precio no es factible. Los propios sectores productivos e importantes sectores académicos, políticos, grupos de presión y medios de comunicación coinciden y comienzan a incidir en la negociación.

Ante el vencimiento del plazo para una negociación fast-track (Trade Promotion Authority) autorizada por el Congreso norteamericano, la posibilidad de alcanzar un acuerdo en este año se desvanece. A estas condicionantes las han denominado “cápsulas venenosas” o “píldoras envenenadas”. A saber: renegociación del tratado cada cinco años; reglas de origen para los componentes de la industria automotriz; un salario mínimo en los tres países de 16 dólares; reglas de estacionalidad en frutas y hortalizas; disposiciones en compras gubernamentales; eliminar los paneles de solución de controversias y sujeción a los tribunales estadounidenses; eliminación de sistemas de comercialización de lácteos canadienses y eliminación de saldos deficitarios para Estados Unidos.

Cualquier observador puede percibir que una de las partes pretende imponer sus intereses a los supuestos “socios” colocándolos en situación desventajosa, lo que dificulta cualquier negociación y desde luego llegar a acuerdos. En esta coyuntura, fiel a su estilo, Trump, con sus declaraciones, acciones y apoyados en sus consuetudinarios tuits, busca aplastarnos y obligarnos a firmar acuerdos en contra de los intereses nacionales.

En conclusión, podemos afirmar que si no llegan a consensos, acuerdos equitativos y puntos compensatorios entre las tres partes, no habrá TLCAN por lo menos a corto plazo  y que eso significaría una debacle de la política comercial del gobierno de Trump.