Froilán Esquinca Cano

Los problemas ambientales ya no aparecen como independientes unos de otros, sino que constituyen elementos que se relacionan entre sí configurando una realidad diferente a la simple acumulación de todos ellos. Por ello, hoy podemos hablar de algo más que de simples problemas ambientales, nos enfrentamos a una auténtica crisis ambiental y la gravedad de la crisis se manifiesta en su carácter global.

Pero estas soluciones no pueden ser solamente tecnológicas, el desafío ambiental supone un reto a los valores de la sociedad contemporánea ya que esos valores, que sustentan las decisiones humanas, están en la raíz de la crisis ambiental. En este contexto, la educación ambiental tiene un importante papel que desempeñar a la hora de afrontar este desafío.

“La democracia, la equidad y la justicia social, la paz y la armonía con nuestro entorno natural deben ser las palabras clave de este mundo en devenir. Debemos asegurarnos de que la noción de durabilidad sea la base de nuestra manera de vivir, de dirigir nuestras naciones y nuestras comunidades y de interactuar a escala global.

Debemos reconsiderar la organización del conocimiento. Para ello debemos derribar las barreras tradicionales entre las disciplinas. Debemos reformular nuestras políticas y programas educativos. Al realizar estas reformas es necesario mantener la mirada fija hacía el largo plazo, hacía el mundo de las generaciones futuras frente a las cuales tenemos una enorme responsabilidad” (Federico Mayor, prefacio del director general de la UNESCO al libro Los 7 saberes para la educación del futuro de Edagar Morín).

Es evidente que las transformaciones y cambios de los ecosistemas han puesto en riesgo a múltiples comunidades y regiones y la vulnerabilidad en la que se encuentran, sumados a la pobreza y marginación, ponen en entredicho la ya escasa capacidad de sustentabilidad del planeta con los seres humanos y sus estilos de desarrollo, mientras no se tomen las decisiones adecuadas, concertadas y articuladas desde lo local.

Por ello la dimensión territorial para la implementación de estas estrategias, merecen internalizarse desde las políticas públicas e implementarse con la participación de los diferentes sectores, en especial el educativo, sumados a una visión e implementación territorial regional como las ecoregiones y las cuencas, y articuladas participativamente desde las microcuencas, pero que ponderen los bienes y servicios de los ecosistemas, las estrategias de manejo y producción, atendiendo a perspectivas de salud humana y de los ecosistemas, determinado ya por la Organización Mundial de la Salud como “una sola salud”.

Por ejemplo, después de la COP13 la propuesta de México para implementar la estrategia de biodiversidad en los sectores forestal, agropecuario, pesquero y turístico, como proyecto piloto del país, fue ampliamente felicitada y adoptada para que México presida hasta 2020 la Convención de Biodiversidad. Una gran oportunidad para transitar hacia acuerdos de construcción de políticas públicas que articulen los Objetivos para el Desarrollo Sustentable en Ecoregiones prioritarias a través de políticas públicas participativas desde la nano o microcuenca con esquemas de restauración y manejo del paisaje y de la biodiversidad, otorgando así las oportunidades de la educación ambiental, la gestión territorial y la cadena de valor, transitando en paquete articulado, sensibilizado y participativo con equidad e interculturalidad, hacia la sustentabilidad.

Senador de la República por Chiapas