J.M. Servín

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]E[/su_dropcap]n abril se cumplieron 25 años del fallecimiento del gran mimo mexicano Mario Moreno Reyes. Son indiscutibles sus méritos como ídolo nacional. Creó un personaje  humorístico que hasta el día de hoy se asocia con el “peladito” capitalino que siempre se sale con la suya pese a que jamás abandona su condición de paria.

Particularmente no fui muy afecto a sus películas, exceptuando algunas de su primera etapa como Ahí está el detalle (1940), Carnaval en el trópico (1942) y El circo (1943), me parecía un cómico predecible y con el paso de los años, regañón y cursi. Recuerdo una escena de El profe (1971), donde un maestro de primaria rural enfrenta a un grupo de personas que se opone a la educación de los niños. El cacique del pueblo y principal villano, le da un aire a los líderes magisteriales que sin humor de por medio, han destrozado la educación pública en México. En algún momento Cantinflas da un aireado y demagógico discurso de donde brota una perla que define como nadie al país: “pueblo sufrido y globero”.

Los orígenes de su legendario sobrenombre son inciertos y Mario Moreno nunca lo aclaró. Según Carlos Monsiváis, en su  debut en la carpa “Ofelia” de la colonia Santa María la Redonda en la Ciudad de México, a mediados de la década de 1930, el joven comediante fue presa de pánico escénico y comenzó a tartamudear incoherencias que lo forzaron a improvisar su acto. Parecía un borrachín. De ahí nace “Cantinflas”: de cantinas e “inflar”, como se dice coloquialmente a consumir bebidas alcohólicas. Rápidamente se convierte en un exitoso cómico que representa la lucha jerárquica del pueblo contra las clases dominantes.

Se decía que Cantinflas plagió a quien fue su pareja de carpa y de sus primeras películas, Manuel Medel, un histrión más completo pero sin el carisma del otro, que también personificaba a un pícaro ingenioso sólo que atribulado. Ya por su cuenta Medel participó en tantas películas como Cantinflas, la más recordada, La vida inútil de Pito Pérez (1944), basada en la novela homónima de José Rubén Romero y que narra las peripecias de un vagabundo dipsómano. Medel y Cantinflas provienen de una añeja tradición de picaresca satírica en las letras y la cultura popular hispanoamericanas, sobre todo de La vida del Buscón (1626), de Francisco de Quevedo, y El Periquillo Sarniento (1826), de José Joaquín Fernández de Lizardi.

El surgimiento y esplendor de la indivisible figura De Mario Moreno con su personaje coinciden con el del sistema político que gobierna el país hasta nuestros días. Como  protagonista estelar de la vida pública mexicana y su posterior prestigio internacional como histrión a la par de María Félix o Pedro Infante, su inconsistente pero redituable carrera cinematográfica de cuarenta y dos películas y algunos documentales publicitarios abarca ocho sexenios, de Lázaro Cárdenas a José López Portillo, comenzando en 1937 con No te engañes corazón hasta El barrendero, de 1982. Arropado por el sistema político, su éxito lo convirtió en la imagen institucional del mexicano humilde, luchón, ingenioso y simpático. La pobreza y la adversidad, Cantinflas las hizo carta de identidad nacional despojándolas paulatinamente de su esencia subversiva.  

Su figura pública proyectaba a un tipo amable pero desapegado y enérgico, más cercano a los políticos con los que solía retratarse. “El mimo de México” tenía absoluto control de sus producciones cinematográficas y ello le permitió lucirse a su antojo. Sin él no había película y su presencia insistente en pantalla, lo emparenta con otros cómicos de la talla de Charles Chaplin o Jerry Lewis. El pastel para ellos solos. Con la llegada del color al cine dejó atrás su irreverencia inicial y el peladito desharrapado, cínico, comelón, borrachín, criado ocasional, embaucador, aprovechado de las mujeres y de las circunstancias que lo llevan a burlar y someter las convenciones sociales a través de ingeniosos dislates verbales que remedan el culteranismo de los discursos de la autoridad, se transformó en una caricatura de la clase media mexicana urbana, conformista y moralina, cuyas aspiraciones de justicia y asenso social se vieron representadas por su ídolo a través de una galería de personajes “del pueblo”: maestro, abogado, policía, médico, sastre, burócrata, barrendero, charro, cura, político y torero bufo. Su crítica a la corrupción y a la injustica social era más bien una sentencia moralizante que tocaba de pasadita a los responsables de que “el milagro mexicano” se convirtiera en maldición. El patrullero 777 (1978), es una reivindicación del policía-delincuente comandado por Arturo “El Negro” Durazo, jefe de la policía capitalina durante el sexenio de José López Portillo.

Sobran los imitadores de Cantinflas pero dudo mucho que haya  influido en los insufribles comediantes mexicanos que aparecen sobre todo, en televisión abierta. Millonario, filántropo, fumador empedernido (murió de cáncer de pulmón) y mujeriego, ídolo del pueblo y consentido de los poderosos, su mayor legado es un verbo que distingue a la marrullera idiosincrasia mexicana y su sistema político, “cantinflear”: hablar o actuar de forma disparatada e incongruente sin decir nada con sustancia.