Suele decirse que la historia no se repite. Puede ser. Pero no menos cierto es que hay centros urbanos destinados a ser los sitios históricos por excelencia, como Jerusalén la urbe cuyo origen se remonta al principio de los tiempos y que en pleno siglo XXI todavía es el centro de las discusiones internacionales que ponen en riesgo –por muchísimas razones y no precisamente teologales– la paz del mundo, aunque debería ser una especie de Shangri-la, la utopía donde los hombres pudieran convivir sin discusiones de ningún tipo. Algo que parece imposible. Por una o por otra razón los seres humanos no pueden estar en paz, sea en Jerusalén o en otras partes de la Tierra.
No importa que los sucesos que nos preocupan hoy en día tengan lugar en la vetusta Explanada de las Mezquitas de Jerusalén –en las proximidades del Muro de las Lamentaciones–, donde sobresale un edificio llamativo, el Domo de la Roca, con su planta octogonal y su cúpula dorada, cuyo origen se remonta al siglo VII, cuando el califa
Abd al-Malik dispuso construirlo no solo para el Islam, sino para el cristianismo y el judaísmo, las otras dos grandes religiones monoteístas.
En ese lugar, según el Génesis, Abraham –en el Corán, Ibrahim–, había estado a punto de sacrificar a su único hijo para probar su obediencia a Dios. Además, el judaísmo lo recuerda como el enclave del Primer y Segundo Templo, de los cuales solo resta una pared donde los judíos rezan: el Muro de las Lamentaciones. Para el islamismo, el Domo fue donde el profeta Mahoma ascendió al cielo. El propósito de los Omeya era demostrar que su religión era la verdadera, imponiéndose a las otras dos.
Esa es parte de la historia. Ahora, catorce centurias más tarde, el mes de enero pasado, el rey Abdulá del reino hachemita de Jordania, al reunirse con el vicepresidente de Estados Unidos de América, el político religioso Mike Pence, sibilinamente le dijo al enviado del presidente Donald John Trump: “para nosotros, Jerusalén es clave para los musulmanes y los cristianos, como también lo es para los judíos. Es clave para la paz en la región y es clave para permitir a los musulmanes combatir de forma efectiva las raíces de nuestra radicalización”.
La declaración del hachemita Abdulá dejaba entender dos cuestiones al funcionario estadounidense: la primera (que es la que más nos importa por los sucesos de los días que corren), su oposición al traslado de la embajada de la Unión Americana a Jerusalén, decisión anunciada por el mentiroso sucesor del presidente Barack Hussein Obama a fines de 2017 y que suponía el reconocimiento de la antigua urbe capital de Israel como lo ha declarado el gobierno judío desde 1948 cuando la ONU dispuso el moderno nacimiento de Eretz Israel; la segunda, que la religión sigue siendo junto a algunos sucesos del siglo XX, la llave para comprender todo lo que sucede en el Oriente Medio. No es mera casualidad que el acto de inauguración de la nueva embajada del Tío Sam — que por el momento se situará en el antiguo consulado de EUA–, coincidía con el 70 aniversario del nacimiento del Estado israelí, que el legendario ex primer ministro David Ben Gurión proclamó el 14 de mayo de 1948, y que tuviera lugar un día antes de la Nakba ( “catástrofe”), la fecha que se recuerda el éxodo palestino.
En noviembre de 1947, la Organización de Naciones Unidas (ONU), por medio de su Resolución 181, estableció la partición de Palestina –región convertida en mandato británico tras la Primera Mundial: 1914-1918–, en un Estado árabe y un Estado judío. Jerusalén formaría parte de una zona internacional. Los árabes impidieron que los planes fructificaran y todo quedó en agua de borrajas.
Después de la guerra de independencia de 1948-1949, Jerusalén se dividió en dos: una mitad bajo control israelí y la otra bajo control jordano. En la Guerra de los Seis Días de 1967, Amán perdió la zona este de la ciudad y también Cisjordania. Esa contienda, en la que Israel ganó los Altos del Golán a Siria y el Sinaí a Egipto, marcó un punto de inflexión en el conflicto de Oriente Medio. El acuerdo de paz suscrito entre Israel y Egipto en 1979 devolvió el desierto de Sinaí a los egipcios. El firmado en 1994 con Jordania solo estableció que la Explanada de las Mezquitas, fuera gestionada por los jordanos a través de un Waqf. Los disturbios que se produjeron el domingo 13 de mayo en Jerusalén demostraron que todavía es uno de los puntos calientes no sólo de la ciudad sino de toda la zona.
De tal forma, hay que ahondar en el derrotero de la administración de Donald Trump, que parece haber entrado en un punto crítico. Tras haber roto hace dos semanas con el acuerdo nuclear con Irán, el explosivo sucesor de Barack Obama aprobó la apertura de la embajada de su país en Jerusalén que se encontraba en Tel Aviv como la de la mayoría de las naciones del mundo. Todavía mantiene en ascuas la suerte del Tratado de Libre Comercio con Canadá y México, así como el destino de la guerra arancelaria con Europa, y lo que suceda en su reunión, el 12 de junio en Singapur, con el líder de Corea del Norte.
En aproximadamente un mes, el mundo habría asistido a un sismo geoestratégico del que surgiría un nuevo orden planetario “soñado” por Donald Trump: el de una “América primero” más solitaria que nunca en su historia.
Las ocurrencias de Trump sorprenden a muchos, pero sus “votantes cautivos” creen que su “presidente” les ha ido cumpliendo lo que ofreció en la campaña. Además, bombardear Siria –como represalia por los ataques del gobierno con armas prohibidas–, romper el pacto nuclear con Irán, distanciarse de sus aliados atlánticos , abrir su embajada en Jerusalén o reunirse con el dirigente norcoreano, le han dado entre sus incondicionales algo que jamás tuvo: aires de estadista. En el proceso destructor que Trump ha transformado su Presidencia, la polarización le proporciona el carburante electoral que necesita para su pretendida reelección, y apenas va para dos años de gobierno. Se siente como un mandatario poderoso y efectivo, capaz de cambiar no solo Washington, sino el mundo.
En estas condiciones, señala Jonathan Schanzer, de la Fundación para la Defensa de la Democracia, “hemos llegado a un momento crucial de la política exterior de Estado Unidos. Es un mes donde todo se junta y los riesgos son muchos. Las conversaciones con Corea del Norte, las sanciones Irán y la apertura de la embajada pueden detonar grandes crisis”.
Y, el analista Peter Beinart afirma: “Obama entendía que Estados Unidos, debido a su poder, tenía una responsabilidad global. Para Trump no hay tales responsabilidades, todos son derechos. Mientras las demás naciones deben cumplir sus requerimientos, Estados Unidos no tiene compromisos con nadie”.
Así las cosas, por lo menos 60 palestinos han muerto y más de 2000 han sido heridos –200 son menores de edad–, por fuego israelí en las protestas en la frontera de Gaza contra el traslado de la embajada de EUA de Tel Aviv a Jerusalén y con motivo de la Marcha del Retorno, que reclama el derecho de los refugiados palestinos a volver a sus hogares.
Poco más de 30 de los afectados están en estado de extrema gravedad; 71 considerados graves; 800 gravedad media y 1000 con heridas leves. Del total de heridos, 918 lo fueron con munición real, cinco con balas de goma, 98 con restos de metralla, 196 por golpes y contusiones y más de 700 por asfixia por gases lacrimógenos.
Según los más recientes informes, la aviación israelí bombardeó objetivos del grupo terrorista Hamás en respuesta a los disparos contra las tropas en la frontera con Gaza. Un comunicado del ejército israelí indica que ” los aviones atacaron los puestos militares de Hamás cerca de la zona de Yabalia después que las tropas dijeron ser atacadas con disparos desde el norte de la Franja. Ningún soldado resultó herido”.
La decisión de Trump, y el beneplácito de Benjamín Netanyahu –que calificó el día de la apertura de la embajada estadounidense como “histórico”–, originó que más de 10,000 manifestantes violentos se dieran cita en varias localidades a lo largo de la frontera de Israel y la Franja de Gaza. El número de víctimas aumentará y el conflicto se alargará.
Bien dice Fran Ruiz en su artículo de La Crónica: “Esta es la paradoja de Jerusalén: Es tres veces sagrada y al mismo tiempo cien veces, mil veces maldita, porque ha sido a lo largo de la historia objeto de codicia de tres religiones y escenario de sangrientos combates. ¿Cuántos judíos y musulmanes fueron masacrados por los cruzados cristianos en nombre de la cruz? ¿Cuántos cristianos y judíos murieron cuando Suleimán el Magnífico conquistó la ciudad con la espada de Alá para su Imperio Otomano? ¿Cuántos palestinos y judíos han muerto tras la creación del Estado de Israel ocurrida tal día como hoy hace 70 años?… Y la historia continúa. VALE.