Hace 21 años, en 1997, publiqué un libro (en dos ediciones), titulado ETA, problema en vasco: fin al terrorismo. Ya basta!. Editorial unomasuno. 196pp. Antes de la aparición de este volumen por lo menos durante dos décadas ya había escrito decenas y decenas  de reportajes y columnas sobre la organización terrorista, así como entrevistas, crónicas y hasta crítica literaria sobre el problema etarra. De acuerdo al rúnrún, era (perdón por la primera persona), uno de los periodistas mexicanos mejor enterado del terrorismo vasco. No lo creo, pero así corría la versión.

Al iniciar mis colaboraciones en la hebdomadaria Siempre!, en el año 2000, lo hice con una serie de reportajes (durante un mes) que escribí en una larga gira por suelo español, sobre el terrorismo de ETA. No esperaba que la suerte me permitiera escribir —18 años más tarde—, el epitafio de la organización terrorista, que incluso en su acto final trató de mistificar su sanguinaria trayectoria tratando de presentar su derrota absoluta como un “triunfo” vergonzante sin haber logrado uno solo de sus propósitos políticos. ETA fue un fracaso total, digan lo que digan sus valedores. Derramamiento inútil de sangre, dolor, angustia y envenenamiento en las relaciones de hermanos en las propias familias y en el mismo país.

El caso es que la organización terrorista más vieja de Europa: Euskadi ta Askatasuna (ETA) —Patria Vasca y Libertad—, o, mejor dicho, lo que quedaba de ella, se percató que su abominable existencia era inservible. Dramático es el balance de la banda en su casi medio siglo de existencia: más o menos 3,600 actos terroristas, en los que contabilizan 854 asesinatos, de los cuales todavía hay 300 crímenes por esclarecer, casi 7,000 heridos y 86 secuestros. Los hechos etarras dejaron marcadas a varias generaciones de españoles, mismas que muy difícilmente podrán borrar el dolor causado. No a la venganza, sí a la justicia. Y, sobre todo, nunca más.

Bien dice el editorial del periódico El País el jueves 3 de mayo: “El daño que el terrorismo etarra ha producido en este país trasciende el de cientos de familias rotas…El empeño de ETA en revestir sus acciones de una legitimidad liberalizadora de la que nunca dispuso caló, sin embargo en una parte de la sociedad vasca. El matonismo y su propia propaganda generaron adhesiones en un clima totalitario e intolerancia, acoso y odio hacia el discrepante. Los etarras lograron incluso la connivencia de importantes estamentos, como lo ha reconocido la propia Iglesia Católica. La derrota de la banda ha facilitado la paulatina recomposición de la convivencia, en la que queda todavía mucho por hacer. La paliza a dos guardias civiles y a sus parejas en Alsasua y los constantes homenajes que todavía hoy se organizan para recibir a los excarcelados son prueba de ello. Es indispensable aprender de la historia y que en el próximo futuro los libros de texto expliquen un fenómeno que ojalá nunca se repita”… “No hay nada de positivo que recordar de su existencia. Al contrario, es imprescindible seguir desmontando el falso discurso de unos especialistas en bombas lapa, secuestros y tiros por la espalda. Porque nunca hubo dos bandos. Unos mataban y otros, simplemente, morían o sufrían. Nunca hubo una lucha armada ni un conflicto que ella pudiera resolver porque el conflicto era ella misma. Sus miembros no eran valientes soldados vascos. La heroicidad, en todo caso,  estuvo entre esos ciudadanos que no callaron y le plantaron cara…La última banda terrorista que queda en suelo europeo ha sido derrotada por las fuerzas de seguridad del Estado y, en parte, por su aislamiento internacional”.

En fin, dice el periódico citado: “el tiempo ha demostrado que la banda solo entendía el lenguaje de la fuerza. Únicamente una dura e implacable lucha antiterrorista, que llegó a descabezar cuatro veces a la banda en apenas dos años, fue crucial para diezmarla y derrotarla. La cobarde batalla de los etarras ha sido estéril en términos políticos”.

Hay quienes ni en su propio epitafio guardan la compostura. Prueba de una chabacanería que insulta, la organización terrorista dice en su comunicado “final”: “ETA, organización socialista revolucionaria vasca de liberación nacional, quiere informar al Pueblo Vasco del final de su trayectoria…como consecuencia de su decisión: ETA ha desmantelado totalmente el conjunto de sus estructuras. ETA da por concluida toda su actividad política. No será más un agente que manifieste posiciones políticas, promueva iniciativas  o interpele a otros actores. Los y las ex militantes de ETA continuarán con la lucha por una Euskal Herria reunificada, independiente, socialista, euskaldún y no patriarcal en otros ámbitos, cada cual donde la considere más oportuno, con la responsabilidad y honestidad de siempre”. (Amén),

El texto, estampado con el logotipo del hacha y la serpiente tiene fecha del jueves 3 de mayo. Sin asomo de rubor o de vergüenza, los redactores se saltan un tema vital, el de las víctimas, en ninguna parte hay el menor arrepentimiento, ni la menor intención de colaboración con las autoridades, ni referencia al daño causado a la sociedad vasca, en particular,  y a la española en general. Por el contrario, continúa con la teoría inventada del conflicto inexistente y en él los terroristas culpan a los Estados —España y Francia—, de haberse obstinado en “perpetuar” el “ciclo de la violencia”.

ETA dice que “da por terminado su ciclo histórico” cuando ya no tiene ninguna oportunidad de lograr su principal objetivo: establecer un Estado socialista en Euskadi, que comprende las tres provincias del País Vasco español, las tres del País Vasco francés y la región española de Navarra. En su último comunicado ETA vuelve a mentir con el propósito de confundir a la sociedad española y a la opinión internacional.

Se disuelve porque fue derrotada por el Estado de Derecho, la propia sociedad española y la judicatura. Nada más, nada menos.

ETA desaparece no por el mero y justo deseo de los familiares y amigos de las víctimas. La propia banda terrorista firmó, insensata y soberbiamente,  desde el 12 de julio de 1997, su sentencia de muerte. Aquel día, que lo recuerdo como si hubiera sido ayer, el joven concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco Garrido (nacido en 1968 y  secuestrado por la banda terrorista días antes de ese 12 de julio), fue obligado a hincarse en un bosque y, cobardemente, lo asesinaron disparándole dos balazos en la cabeza. Los asesinos y sus jefes no sabían que ese atroz crimen representaría el principio del fin de ETA.

Al día siguiente, 13 de julio, horrorizada, España se volcó en las calles. El país entero vivió las manifestaciones más nutridas de su historia reciente. La brutal ejecución del joven político del Partido Popular impactó en el corazón español. El gobierno popular de España se negó a ceder al chantaje terrorista. La brutalidad etarra se exhibió en su descarnada e imperdonable realidad. Aún así, fue necesario que transcurrieran casi dos décadas para que ETA llegara a su fin. La soberbia terrorista fue la causa de su propia destrucción. Como enviado especial de Unomásuno, escribí las crónicas de aquellos trágicos días.

De tal suerte, cito al escritor y periodista Arcadi Espada que ahora publicó en el periódico madrileño El Mundo, una de sus siempre interesantes Cartas: “La derrota de ETA se ha producido contra la previsión y el deseo de innumerables actores políticos, generalmente instalados en la izquierda y el nacionalismo. Pero en estos días del fin nadie habla de ello. La razón es que el peso de los muertos pone en duda la derrota. Los  terroristas y sus cómplices —el obispado en sentido lato—, no pueden aceptar que mataron para nada. Y las víctimas no pueden —ni deben—, aceptar que haya otra derrota que la de sus muertos. Pero la fría objetividad demuestra que ETA perdió. En contra de las alucinadas previsiones que hizo ella misma, desde luego. Pero también en contra de las que hicieron muchísimos españoles, grandes y pequeños. Perdió a sangre, mazmorra y fuego, sin que su disolución se haya visto precedida de las más ínfima solución política. ETA ha desaparecido y la Constitución de 1978 y el Estatuto Vasco de 1979 siguen vigentes.

De modo que lo que hay que preguntar ahora, y no proyectando la pregunta sobre el pasivo pasado sino sobre el activo presente, es hasta qué punto la incesante exigencia de soluciones políticas dio aliento y legitimidad a ETA y prolongó el sufrimiento;…el sentido —póstumo— del asesinato de 854 ciudadanos españoles a manos de ETA fue que después de cinco décadas miserables se impusiera la solución política del Estado de Derecho”.

ETA, no te extrañaremos. Nunca más. VALE.