Se pueden ganar elecciones con fantasías políticas,
pero las naciones no progresan con fantasías políticas.

William Clinton

De pronto, las mentes más lúcidas de la república, las de la academia y las de muchos militantes políticos,  han hecho el descubrimiento del siglo: han descubierto que en México hay mucha pobreza y gran desigualdad.

Basta un vistazo a nuestra historia para convencerse de que la pobreza y la desigualdad son rezagos históricos, un lastre que arrastra la nación desde su Independencia. En algunas etapas la lucha ha sido paliarlas e intentar resolverlas poco a poco.

Por eso solo pueden ser calificadas de fantasiosas las promesas de campaña que afirman que acabar con esos rezagos humanos y sociales será cuestión de poco tiempo, que en el lapso de un sexenio se puede lograr.

Eso ilusiona a muchos, especialmente a quienes están convencidos de que desde la Presidencia de la República se pueden resolver todos los males de la nación, como lo ha prometido el candidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador.

O con un gobierno de coalición, como fantasiosamente lo promete Ricardo Anaya. Ambas propuestas son fantasiosas, y, a pesar de que son presentadas como soluciones democráticas, en estricto rigor son la expresión de la nostalgia de tantos, ilustrados o no, por el ¨tlatoani¨, el hombre todopoderoso que nos evita angustias y desvelos por las realidades económicas y sociales.

Lamentablemente, en la siguiente década México está sujeto a las presiones y los vaivenes de un entorno nacional e internacional, resultado de los cambios en las corrientes geopolíticas y a las cuales, aunque las visiones parroquiales las nieguen, nos pueden avasallar como nación, si no estamos preparados.

En ese mundo difícil, hostil y cruel, no se sobrevive con planes fantasiosos, solo con programas realistas que, como hace medio siglo, hagan de esta sociedad lo que fue durante una generación, una sociedad de oportunidades, y gracias a la educación y al crecimiento económico empezaron a reducirse nuestros rezagos históricos.

En alguna vieja novela, un personaje nos recuerda que nada es más peligroso para los pueblos que las fantasías de sus líderes políticos, porque esas fantasías fácilmente se convierten en pesadillas.

jfonseca@cafepolitico.com