Madrid.- Theodosius Dobzhansky primero y Ernst Mayr más tarde construyeron el concepto de especie utilizado de manera profusa en las ciencias de la vida como conjunto de organismos que forman comunidad reproductiva cerrada. Eso quiere decir que cuentan con mecanismos para impedir un cruce con otras especies próximas; de darse, los híbridos son estériles. Con la especie como comunidad reproductiva cerrada en la mano, los dos grandes autores del neodarwinismo pudieron llevar a cabo explicaciones precisas acerca de cómo tiene lugar tanto la adaptación a un ecosistema como la aparición de nuevas especies y, por ende, su evolución,

El concepto de especie de Dobzhansky y Mayr ha sido esgrimido en no pocas ocasiones para justificar la existencia por separado de organismos muy próximos entre sí, tanto desde el punto de vista genético como fenotípico, que comparten territorio o, al menos, llegan a coincidir en sus aledaños. No sin dudas, siempre que se trate de especies fósiles. Durante mucho tiempo la paleoantropología discutió acerca de si los neandertales y los humanos modernos coincidentes en Oriente Próximo y en Europa eran una o dos especies. La obtención en 2010 del genoma neandertal —el de nuestra especie se conocía con anterioridad— permitió resolver la duda: Homo neanderthalensis y Homo sapiens fueron dos especies distintas. Pero los estudios que se hicieron gracias a la técnica de recuperación de ADN fósil dejaron además un resultado en principio sorprendente: aun siendo especies separadas, los neandertales y los humanos modernos se cruzaron en varias ocasiones dando descendientes fértiles.

cartas desde Europa

En realidad, Mayr ya había dejado claro que ese contacto con éxito reproductivo entre diferentes especies puede existir y es, de hecho, muy común en el mundo vegetal. Pero, por lo que hace a los mamíferos, se daba por supuesto que aun existiendo la hibridación fértil sería excepcional. Pues bien, el análisis mitocondrial de dos especies de monos africanos de Gombe (Tanzania), Cercopithecus mitis doggetti y C. ascanius schmidti, llevado a cabo por Kate M. Detwiler, investigadora de los departamentos de Antropología y Ciencias Biológicas de la Atlantic University de Boca Raton (Florida, Estados Unidos), pone de manifiesto que la hibridación entre ellas ha sido continua a lo largo de centenares de años. El trabajo ha sido publicado en el International Journal of Primatology, una revista de gran prestigio, y, pese a que las comparaciones de ADN mitocondrial son siempre menos convincentes que las de material genético nuclear, caben pocas dudas acerca de la fiabilidad de los resultados de Detwiler.

La autora concluye con una afirmación obvia: las barreras reproductivas, consistentes en las especies estudiadas en pautas de apareamiento diversas y colorido distinto del pelo, han fallado. Lo importante sería, sin embargo, saber cómo y por qué.