Cuanto más pequeño es el

corazón, más odio alberga. Víctor Hugo

Faltan 56 días para la celebración de las elecciones presidenciales y, aunque hay almas timoratas que se escandalizan por eso que los que creen en la democracia libresca, no en la real, la verdad es que se habían tardado las fuerzas políticas en recurrir a la llamada “guerra sucia”.

Sin embargo, si somos francos, se habían tardado las fuerzas políticas que se disputan el poder de la república en utilizar estas tácticas, por todos condenadas, pero también, cuando se considera necesario, utilizadas por todos, porque en la lucha por el poder históricamente los que jamás triunfan con los que creen que es una justa de caballeros.

No lo es, nunca lo ha sido. Lo único que le debemos exigir a los candidatos y a sus campañas es que cumplan con la ley, pues todos, sin excepción, llevan a cabo prácticas de campaña, cuyo único objetivo, como desde hace más de 20 siglos, es demostrar que los adversarios son una de dos cosas, o son ladrones, o son imbéciles.

Cuando se inician los dos tercios finales de la campaña presidencial, esta empieza a volverse muy intensa, lo cual no debe sorprender, pues lo que está en juego es la decisión de quién gobierna esta república con 125 millones de ciudadanos.

El problema es que, nosotros, los ciudadanos de a pie, solemos enardecernos con las narrativas, descalificaciones y acusaciones que lanzan los candidatos, cuyo único propósito es calentarnos la cabeza, lo suficiente para votar por ellos, no por sus adversarios.

Y ellos, los candidatos, cuando pasa el proceso electoral, la realidad los obliga a dialogar, a negociar y a comportarse con la civilidad que exige toda gobernabilidad democrática y sin la cual las sociedades no funcionan.

Ah, pero los enconos, la saña, las ojerizas que nos contagian los candidatos, cuando pasa la elección, no se disipan tan fácilmente entre los ciudadanos de a pie. De eso se tratan las campañas políticas, de que a nosotros se nos caliente la cabeza, que dejemos, aunque sea por un tiempo, que nuestras opiniones políticas nos dividan.

Solo pensemos que la mañana del 2 de julio, haya ganado quien haya ganado, ellos, los políticos, por lo pronto tratarán de que sigamos enojados, pero al paso del tiempo ellos negocian y nosotros, los ciudadanos de a pie, nos quedaremos con nuestros corajes, nuestras frustraciones y ellos, los políticos, felices.

Bueno, eso ocurre en todas las democracias. No tiene por qué ser distinto en la nuestra, nos dicen. Quizá, pero vale la pena intentar que sea distinto. Aunque sea por nuestra personal salud mental. ¿No cree?

jfonseca@cafepolitico.com