Se han perdido los puntos de referencia ideológica: López Obrador se niega a definirse como un hombre de izquierda y camina del brazo del PES, un conglomerado religioso con registro electoral; agréguese la indefinición de la alianza entre el PAN y el PRD, partidos que hasta hace unas semanas defendían cosas muy distintas; en tanto que la tercera opción, la del PRI con el PVEM y con Nueva Alianza, que parecería más o menos consecuente, es un revoltijo infame en el que valen poco los principios.

Lo normal o previsible hubiera sido una alianza del PES, partido evangélico, con el PAN, organización católica. Pero lo que ocurrió contribuye al desconcierto, pues si bien se dice que López Obrador pertenece a una denominación protestante, lo cierto es que tiene sus bases sociales muy a la izquierda. Pero se trata de ganar votos y los jacobinos de ayer optan hoy por persignarse.

El PRD no se ha manifestado en contra —por lo menos no hasta ahora— del matrimonio gay, el aborto y la adopción por parejas del mismo sexo; pero el PAN, que siempre se opuso a tales prácticas, por considerarlas aberrantes, ha guardado un piadoso silencio en torno al asunto para no incomodar a sus socios. Los azules cambian los sufragios religiosos por los electorales.

En el tercer equipo, PRI-Panal-PVEM, se encuentra la verdulería, lucrativa empresa que nació traidora a su presunto ecologismo y ha abanderado causas —la pena de muerte, por ejemplo— que motivaron su expulsión de la Internacional Verde. El Panal, por su parte, está formado por dirigentes altos y medios del charrismo sindical y son instrumento del priismo para mantener aherrojados a los profesores.

Con esos aliados, nada de extraño tiene que el PRI tenga candidatos que representan posiciones que rompen con el ideario de sus padres fundadores: por un lado, José Antonio Meade, delegado predilecto de los banqueros, incapaz de mostrar que por sus venas corre algo más que atole; y, en la Ciudad de México, Mikel Arriola, un candidato que encabeza una marcha de Pro Vida y otras organizaciones protofascistas que se amparan en la religión.

Arriola quizá no sepa que su partido nació cuando todavía se escuchaban los balazos de la guerra cristera. En los genes del PRI está un jacobinismo menguado por el tiempo, la corrupción y la blandenguería de sus líderes. Todo eso deberían saberlo los actuales dirigentes del priismo, ignorantes de la historia y a fin de cuentas suicidas, pues no llegarán muy lejos jugando a la rueda de San Mikel, que es, nada más, darle vueltas a la noria.