Rafael G. Vargas Pasaye

Los bordes se vuelven límites pero no siempre marcan el final. El espacio a veces más lejano de nuestra realidad es precisamente la esquina, donde pocos llegan o donde los menos salen bien librados, y en este último campo se ubica la escritora Macaria España con Las esquinas del mundo.

Dividido en tres secciones, en las páginas de esta obra conviven por igual el pensamiento y saber de un empleado de oficina (quizás el “Godínez” de la época moderna) y el viejo paisaje rural, pero también de la mano andan la imaginación y la violencia, pues a final de cuentas como dice la escritora Mónica Lavín en el prólogo: “En ese punto donde podemos llegar de uno a otro lado, todo puede suceder”.

“Un pueblo olvidado” es un buen arranque, con ritmo, con trama, con sensación, el lugar que sabes que existe pero sólo de historias, nunca en primera persona, bien elaborado el nudo entre la oficina y el empleo que seguramente el jefe necesita traspasar a algún sobrino.

“La esquina de Juárez” abre “La inspiración pasaba a las nueve de la noche en la esquina de Juárez y Callejón de las Ánimas”, atrapando desde el arranque la nacida en Celaya, Guanajuato, dejando entrever que algunas de sus narraciones se impregnan de los latidos de su terruño.

Pero también lo hace con finales trepidantes, quizá demasiado de golpe para el lector distraído como en “El camión”. No podía quedar fuera el relato de “La esquina”, dedicado el más noble y antiguo oficio. “Instituto literario”, breve y contundente. “Pípila y Zaragoza”, un homenaje al nohermano caído, el que te hace la vida más llevadera al acercarte los placeres de la cerveza, la botana y los cacahuates, ese mesero de bar que se extraña.

“La guerra de la esquina”, es esa realidad de muchos lugares históricos que ahora se miran en un espejo como parte de una franquicia y que guardan en algún cajón el acta de defunción o la venta de alma al diablo para ser rescatado (o al menos el recuerdo de lo que era).

La tercera parte de la obra es la más violenta y cruda, lo sabe uno desde “Bala perdida”, lo comprueba en “El asesino de esquinas”, y lo reflexiona en “El esquinador”, pues allí queda claro que “Una vez que enfrentas una esquina, tratar de amansarla o controlarla, no puedes detenerte, por más cansancio en el cuerpo, lesiones; no hay forma de retroceder. Si dejas de hacerlo, la esquina te mata y destruye la ciudad”.

Justo es decir también que en esta última sección el relato “Maniquí Pis” resulta desafortunada para el resto, una mala compañía. Pero superada esa etapa “Las esquinas del mundo” es un ejemplar que bien aguanta el cruce de una acera a otra. Y que te transmite un andar, un látigo que te hace voltear quieras o no, y claro, no tan escondido está el homenaje lateral a Vargas Llosa y sus otras esquinas.

Macaria España, Las esquinas del mundo. Ficticia Editorial, México, 2018; 86 pp.