Por José Agustín*

 

MÚSICA NEGRA

El doo wop

En 1955, cuando yo era un enano de once años, pegó duro una canción que se llamaba “Sh-boom”; la interpretaban unos tipejos llamados The Crew Cuts (los Casquetes Cortos) y me llamó la atención el uso de frases sin sentido, onomatopéyicas o meramente relajientas, como “sha-la-la-língam-a-língam-a-língam-a-língam lam, a-bum-bará, a-bíbiri-bíbiri-bíbiri-bum-bará”. Pero algo no encajaba. Como que unos cuates que se llamaban los Casquetes Cortos nomás no podían cotorrear esas loqueras. Más adelante me enteré de que en realidad estos fresotas estaban blanqueando una célebre canción de negros, específicamente de un grupo llamado The Chords, que le entraba a un tipo de rhythm and blues cotorrísimo llamado doo wop. Se trataba un fla­grante caso más de cómo la racista industria gringa de la música hacía que inanes chavos blancos edulcoraran y desnaturalizaran comercialmente las grasosas y pesadas canciones de los negros.

Por su parte, el doo wop era una forma de rhythm and blues, basado en el uso de coros muy elaborados que iban desde los tonos agudísimos hasta el infaltable bajo profundo. Todo esto venía de una de las especialidades de los negros: cantar en grupo a capella, sin acompañamiento, lo cual obligaba a tener voces irreprochables y a recurrir a una gran diversidad de matices tonales. Estos chavos eran pobres y no tenían para comprar instrumentos, así es que se reunían en las esquinas y cantaban a pelo, por el puro gusto de hacerlo, sin esperar nada. Agrégale a esto, mi buen, el relajo y el humor de los chabacanos y el resultado eran canciones que podían ser muy alegres, divertidas y movidas, o ultrarrománticas y melancólicas, como las insuperables “I only have eyes for you”, de The Flamingos, y “Since I don’t have you”, de The Skyliners, que, nada pendejo, George Lucas rescató en su peliculón American grafitti. (Otras rolazas del mismo calibre son “Sea of love”, de Phil Philips and The Twilights, y “Once in a while”, de The Chimes).

Muchas rolas del doo wop con el tiempo resultaron legendarias y hubo muestras geniales como “Come and go with me”, de The Del-Vikings (en la que el superbajo se la pasa diciendo “no, no, no” y luego “sí, sí, sí”, mientras los demás cantan “dam-dam-dam-dam-dam-birubiram, gua-gua-gua-guao”); “Get a job”, de The Silhouettes (con los famosísimos e inspirados versos “shanana-na, shananana-ná”, que diez años después propició la creación del grupo Shanana, el cual la hizo muy bien en el festival de Woodstock); o como las clásicas “The book of love”, de los Monotones; “Little darling”, de The Diamonds, y “At the hop”, de los blancos pero efectivos Danny and The Juniors. Todos estos son rocanrolazos de la primera época que se encuentran fácilmente en las incontables recopilaciones de viejitas-pero-chabochas, alias oldies but goodies, aunque hay antologías de puro doo wop, que incluyen “Sincerely”, de The Moonglows; “Sixteen candles”, de The Crests; o la sebosísima “Goodnight sweetheart goodnight”, de The Spaniels, cuyos coros ricos en bajos hacen creer que los canta un grupo de cocker spaniels; o “Duke of Earl”, inconcebible y esotérico rolón de Gene Chandler; “Alley oop”, de The Hollywood Argyles, basada en Trucutú, el cavernario de las tiras cómicas; “Little star”, de The Elegants, un arreglo de la célebre canción infantil; “Sixty minute man”, de The Dominoes, acerca del cuate que mínimo aguantaba una hora al coger; o “Speedo”, de The Cadillacs, que era muy rápido para llevar a las chavas al colchón.

Estrictamente hablando, el doo wop no es un género en sí y más bien se trata de un estilo que resultó influyentísimo, pues los coros duwopianos o las frases locas y sin sentido se oyen en The Platters, The Coasters, Elvis Presley (con los Jordanaires), Ricardito, Big Bopper, Frankie Lymon, Dion y muchos más. Fue tan popular que, unos años después, el buen Frank Zappa, con las Madres de la Invención, no resistió parodiar-homenajear al doo wop en su disco Flying with Ruben and The Jets. También lo hicieron, y muy bien, The Fugs en su canción “Wet dreams”, del gran álbum Tenderness junction.

Blues, rhythm and blues y derivados

Por su parte, el blues es una música primaria, básica, creada por los negros del sur de Estados Unidos desde el siglo pasado como cantos de lamentación. Expresa fundamental y esencialmente un sentimiento de dolor, tristeza y melancolía que los negros padecieron como nadie pero que, también, los gringos en general conocen bien, chance como complejo de culpa que compensa su acelere y extraversión; sin embargo, el blues también admite la expresión de todas las gamas del amor, el gozo y la vitalidad, ya que a fin de cuentas es una expresión artística muy personal.

El gran blues surgió del delta del Mississippi y Nueva Orleans, y dio a músicos legendarios como Robert Johnson, Lightin’ Hopkins, Charley Patton o Big Bill Broonzy. En los años cuarenta se desplazó a Chicago, donde Muddy Waters, Jimmy Reed, Willie Dixon, John Lee Hooker, Howlin’ Wolf y Elmore James (al igual que B. B. King en Memphis y T. Bone Walker en Texas) cambiaron el formato tradicional y utilizaron guitarras eléctricas, armónicas amplificadas, bajo, piano y batería. Ésta fue una revolución; representó una influencia decisiva en el rock posterior a los años sesenta y permitió que el blues desde entonces se siguiera desarrollando notablemente bien, sin envejecer para nada, con otros músicos como Buddy Guy, Robert Craig o Stevie Ray Vaughan. En México, los grandes grupos blueseros han sido Real del Catorce y Follaje, pero la influencia del blues fue muy notable en muchos otros, como Javier Bátiz, el Tri y Tex Tex.

Por su parte, el rhythm and blues, blues con ritmo o R&B, es un producto de jóvenes negros de las grandes ciudades gringas y manifiesta la cara festiva del blues, pues está lleno de vitalidad, humor y sensualidad. Para fines prácticos esta música ya es rocanrol, pues el disc jockey Alan Freed así le llamaba a los discos de R&B (que nadie más que él se atrevía a programar) para camuflar esa cosa de negros que los blancos consideraban indecente y que llamaban “música racial”.

La verdad es que rock and roll (“mecerse y rodar”) era un eufemismo que los negros utilizaban para referirse a esa vieja y noble actividad humana que es hacer el amor (también conocida como coger, joder, chingar, zingar, tirar, follar, atornillar, picar, bombear, echar, ponchar, raspar, fajar, cabalgar, montar, pisar, machucar, enchufar, clavar, taladrar y “movimiento austriaco”). No extraña, por tanto, que la sensualidad (y el cuerpo en general) esté muy ligada al rock.

Como se sabe, rock y sexo son cosas que van bien juntas. En los antediluvianos años cincuenta y sesenta, a pesar de la persinadez de la época, el buen rocanrol tomó al sexo por asalto. El ejemplo lo pusieron los negros del blues: Howlin’ Wolf y “Wang bang doodle”, que se refiere al que les platiqué; o Jimmy Reed, con “Namás quiero hacer el amor contigo”, que en el nombre lleva la fama; o Muddy Waters, el Juchi Cuchi, que a todas dejaba satisfechas. Algunos chavos blancos también le entraron al cotorreo; Jerry Lee Lewis escandalizó al respetable con una rola que en Mexicalpán se conoció como “El baile está de ambiente” y que en realidad debió titularse “Aquí hay un meneadero de su pinche madre” (“A whole lotta shakin’ goin’ on”). Elvis, además de ofender a los mochilas con sus oscilaciones de cadera (Elvis the Pelvis), se vio muy pujiento en “Fiebre”, y no se sabía si se estaba viniendo o si traía un pedo atravesado. Por supuesto, las cachondas y electrizantes notas de “Be bop a lula”, de Gene Vincent, fueron colchón para dos que trescientas chaquetas y otros tantos e intensos fajes. Además, por ahí andaba el pobre pendejo de “Siluetas”, que alucinaba a su novia fajando con otro; y el que de plano se la voló fue el loco de Keith Moon con “Sally puerta trasera” o “Sally chicuelinas”, que, entre otras cosas, decía: “Sally, ábreme la puerta de atrás, no dejes que me haga justicia por mi propia mano”. Esta canción, a propósito, es el precedente de “El hombre de la puerta trasera”, de los Doors (of cors), que también prefería coger por Detroit. En cuanto a chaquetas, están las de los Who en “Retratos de Lili”, en la que un papá le da a su hijo una vieja foto de un cuero para que se haga una chaira y se duerma en paz. Ha de haber sido el mismo papá de aquella otra rola de los Who que no podía dormir en toda la noche a causa de “La caja que aprieta” que tenía mamá. Pero, antes, los Fugs, que en realidad eran los Fucks, emitieron sus “Sueños húmedos”, y Jefferson Airplane salió con “Triada”, en la que Grace Slick propone el menachatruá o cogida entre tres. Una genial, aunque ya de 1972, es “¿Con quién está haciendo el amor tu ruca mientras tú haces el amor?” (“Who’s making love [with your old lady while you’re out makin’ love?]”), de Johnny Taylor, que a su vez anticipa “¿En quién estás pensando cuando hacemos el amor?”, de los Texas Tornados, o la sensacional “Tu jefa”, de David Lindley, en la que un chavo primero le dice a su mejor amigo que le gusta mucho su mamá, y después, de plano, que ya se la está ponchando. Ya metidos en estos esotéricos temas, de ninguna manera hay que olvidar a Manchuria en Deveras me atrapaste: “Yo todo lo que quiero es rocanrolear contigo, y al terminar la fiesta ir a coger contigo”.

El rhythm and blues es tan amplio que muchos lo definen como “música pop negra”, y en él se puede incluir a muchos rockers de la primera época, blancos o negros, como Elvis, Jerry Lee, Ricardito, Chuck Berry, Ray Charles, Buddy Holly, Gene Vincent, Ritchie Valens, Frankie Lymon, Frankie Ford, Phil Philips, Eddie Cochran, Buster Brown, The Coasters, The Platters, The Del-Vikings, The Dominoes, The Flamingos, The Skyliners, The Marvels, The Drifters, The Chimes, The Diamonds, The Silhouettes, The Crests, The Spaniels, The Elegants y muchos otros. Sin embargo, hay músicos que de alguna manera representan la quintaesencia, como Fats Domino (“Blueberry hill”), Bo Diddley (“Bo Diddley”), Lloyd Price (“Lawdy Miss Clawdy”), Big Mama Thornton (“Hound dog”), Etta James (“Tell mama”), Mr. Blue Harris (“Good rockin’ tonight”), Big Joe Turner (“Shake, rattle and roll”) o Ben E. King (“Stand by me”).

Ya en los sesenta el R&B primero se convirtió en música para bailar, muy comercial pero llena de sabor. El twist, madison, stomp, bongo, jerk, mashed potatoes, bird, fly, swim, skate, etcétera, en realidad eran rolas de R&B que se bailaban con distintos pasos y que cantaban artistas como Chubby Checker, Hank Ballard y Ernie K. Doe. También surgió el sonido Tamla/Motown de Detroit, igualmente comercial y mucho menos espontáneo, con The Supremes, The Four Tops, Martha and the Vandellas, The Ronnettes, The Crystals, Marvin Gaye, The Temptations y muchos más.

Por otra parte, desde los sesenta, James Brown introdujo el funk, una música muy bailable de escasa melodía pero rica en síncopas, ritmo y estridencia, y a fines de la década vino el soul, la más viva, brillante, creativa y sabrosa música negra de los sesenta, que incorporó el sentimiento religioso y que tuvo como grandes exponentes a Aretha Franklin, Otis Redding, Wilson Pickett, Booker T. and The MGs, Ike and Tina Turner, Percy Sledge, Carla Thomas, Aaron Neville, Junior Walker and The All Stars, Gladys Knight and The Pips y Sam and Dave, muchas veces acompañados por los músicos de los estudios Stax/Atlantic, que después formaron parte de The Blues Brothers Band, con el gran John Bellushi.

Ya en los setenta, la cada vez más sonsa música disco causó furor y el funk se fue para arriba con Sly and the Family Stone, The Bar Keys y Parliament/Funkadelic, mientras que el reggae de los negros jamaiquinos, con Jimmy Cliff y Bob Marley a la cabeza, influenció fuertemente a los grupos punk y new wave, como The Clash o The Police. A fines de los ochenta llegó fuertísimo el rap y el hip-hop, cuyos antecedentes se hallaban en el talkin’ blues, el toasting de Jamaica y la música disco. En el rap los vocalistas canturrean, con rimas, las canciones. Más tarde, se procedió a citar, o editar, fragmentos de otras rolas, a hacer pistas dobles para repetir frases, ponerlas al revés o para sacarlas de su contexto. Esto es, propiamente, el hip-hop. Los autores más notables de este popular subgénero han sido Grandmaster Flash, The Furious Five, Afrika Bambaataa, Sugar Hill Gang, Public Enemy, Funky Four plus One, The Beastie Boys, Trouble Funk, Hammer y De la Soul.

Sin embargo, el R&B original, el de los años cincuenta, alcanzó un alto prestigio entre los blancos, como lo mostraron el éxito de George Thorogood and the Destroyers y las películas The blues brothers, de John Landis, y la de Alan Parker, The commitments, basada en la novela del irlandés Roddy Doyle. Por esta razón los arqueólogos del rock han excavado materiales prácticamente desconocidos y sensacionales, como la antología Chess New Orleans, que apareció en 1998.

En 1953, el productor Leonard Chess, de Chess Records (que lanzó en Chicago a Chuck Berry, Bo Diddley y Muddy Waters) viajó a Nueva Orleans (la cuna de Fats Domino, Lloyd Price, Little Richard, los hermanos Neville y Larry Williams), y abrió ahí una filial de Chess Records, que grabó rolas excepcionales de Sugar Boy Crawford (“Overboard”), Bobby Charles (“See you later alligator”, después popularizada por Bill Haley y los Cometas), el genial Clifton Chenier (“My soul”), Charles Williams (“So glad she’s mine”), Clarence Frogman Henry (“Ain’t got no home”) y Edgar Blanchard (“Lawdy mama”), entre otros negros de Nueva Orleans de los años cincuenta. Casi todos estos músicos sólo tenían prestigio local y a lo mucho una que otra de sus canciones merecía un éxito ocasional. Pero eran verdaderos Van Goghs del rhythm and blues y ofrecían un auténtico agasajo musical que inyectaba al alma de buena onda y gusto por la vida. Esto no es retórica, mi buen, sino que ha sido definido operacionalmente. En 1999, mi carnal Pedro Moreno y yo viajamos por el desierto de Coahuila en pos de los estromatolitos de Cuatro Ciénagas, y este gran R&B de Nueva Orleans nos instaló en el gozo total. Es una música capaz de borrarle la depresión a los más azotados del mundo, hecha con gran talento y maestría, pero también por el simple gusto de hacerse, sin falsas pretensiones ni ornamentos innecesarios. Este R&B de Nueva Orleans es puro en el mejor sentido de la palabra.

*Fragmento del libro El hotel de los corazones solitarios, de José Agustín (Grijalbo, 2018). Agradecemos a la editorial las facilidades otorgadas para su publicación.