Bastaron unos instantes para que el destino cambiara la vida de Lorena. Nunca imaginó que la felicidad y la ilusión que invadían su ser, desde siete meses atrás por la esperada llegada de un nuevo miembro de la familia, una bebé, le fueran arrebatadas por la violencia. Ese mal que aqueja a toda la sociedad por igual, sin importar estrato social, sexo o edad.

Esa inseguridad que acecha día a día en todos los lugares y los rincones de la gran Ciudad de México la convertiría, al cruzar el Eje 3 Sur y Vértiz, en una víctima más de la delincuencia. Todo fue muy rápido, un asalto a mano armada. La resistencia de su esposo a entregar las pertenencias tuvo como respuesta la descarga de la pistola que empuñaban los delincuentes.

Una bala fue la encargada de derrumbar el cuerpo de Lorena. El proyectil atravesó la puerta del automóvil para seguir su trayectoria hacia la espalda, la columna y los pulmones de la joven mujer. El diagnóstico médico, nada alentador: morirá en cualquier momento, a lo sumo durará dos días.

Sin embargo, la vida, ¿Dios?, le tenían un regalo, una segunda oportunidad. El diagnóstico se revirtió a una lesión medular, una paraplejia. Las palabras del doctor que la atendió después de despertar del coma la sentenciaban a una vida en cama, con el control del televisor en mano para cambiar de canal cuando ella quisiera, viendo solo crecer a sus hijos —una niña y un niño de 9 y 4 años de edad— desde ahí, desde una cama, sin una vida productiva. En unas palabras: viendo pasar la vida.

Cambiar pensamiento e ideas

Con esas palabras, con esas ideas, se fue a casa. Pensando que su vida sería así, sin actividad. Pero cuando entra en terapia y tiene contacto, hace más de 10 años, con miembros de la Fundación Humanista de Ayuda a Discapacitados, IAP (FHADI), una institución de asistencia privada sin fines de lucro, se da cuenta de qué tan equivocado estaba aquel galeno que le dibujó un panorama gris y sombrío.

“Esos pensamientos, esas ideas provienen de mucha información falsa de lo que es la discapacidad. No podemos movernos porque hay un daño en nuestro cuerpo que al dia de hoy es irreversible, pero eso no me impide continuar con mi proyecto de vida, el cual mejoró muchisímo porque hoy trabajo por el bienestar de este grupo de personas de la sociedad que tiene una discapacidad motriz”, dice Lorena Méndez.

“Hoy, soy mamá, jefa de familia, trabajo, estudio, hago deporte, en fin, tengo una vida totalmente normal como cualquier otra persona que no tiene discapacidad”.

Luego de compartir su experiencia, Lorena Méndez, coordinadora del Programa de Educación de FHADI expresa a Siempre! su deseo por que todos, sobre todo los médicos, tuvieran este enfoque diferente de lo que es la discapacidad, porque ellos son las primeras personas que tienen contacto con el paciente, quienes les dan el diagnóstico.

“Lo que hace FHADI es justamente lo contrario, es hacerle saber a una persona cuando llega, que podrá retomar su vida, su proyecto de vida. Que tomará un tiempo, que es un proceso de sanación, de rehabilitación, pero que lo logrará”, asegura.

Destaca que generalmente los beneficiarios que tiene FHADI son personas accidentadas, que han atravesado por un momento de su vida difícil: un accidente automovilístico, una herida de bala, la amputación de una pierna, en fin. Eventos muy fuertes que ocasionan daños emocionales profundos, porque “la vida te cambia en segundos. De ser una persona productiva, deportista, que tienes una vida ya bien establecida, un proyecto de vida, jamás esperas que una discapacidad llegue a cambiarte la vida a tí y a tu familia. Por eso, la rehabilitación psicológica es tan importante”.

Señala que “no sólo la persona con discapacidad se encuentra en un trance doloroso, este también repercute en la familia. Es muy importante que los familiares reciban apoyo especializado, debido al desgaste físico, económico y emocional en el que se ven involucrados”.

En la fundación “hay grupos de terapia donde las personas se encuentran con otras que tienen su misma condición de vida. Lo que se les proporciona es que escuchen, que expresen lo que sienten, las terapeutas son especialistas en el tema. Se fomenta la responsabilidad, la aceptación de la discapacidad, desde la reconciliación con el nuevo presente. La discapacidad no es buena, ni es mala, es simplemente una condición. Uno le da el significado que quiere”.

Lorena comenta que “la persona con discapacidad motriz debe contar con una silla de ruedas “modelo Vida Independiente”, diseñada de acuerdo a su peso, estatura, tipo de discapacidad y necesidades de la persona, además de ser sumamente ligera para poderse mover. Así como con un cojín especial para evitar las escaras —una herida en el cuerpo—, que pueden aparecer por pasar tanto tiempo sentados en la silla de ruedas y, en caso de no ser atendidas, pueden ocasionar la muerte”.

Méndez explica que FHADI es “una institución de asistencia privada y tiene como misión la inclusión social y laboral de personas adultas con discapacidad motriz a través de un programa integral que resuelve los principales problemas de casa a las que se enfrentan estas personas.  Principalmente es ayuda psicológica, rehabilitación física, que sea independiente física y emocionalmente, que domine la silla de ruedas, que sean responsables de su discapacidad, que se empoderen de su vida”.

Destaca que “las personas con discapacidad dejan de estudiar por muchas razones cuando se accidentan: por depresión, porque se quedan encerradas entre cuatro paredes por largos periodos de tiempo, porque en muchas escuelas todavía hay discriminación y no hay accesibilidad en sus instalaciones, al igual que en el transporte público y en las calles. No tienes un empleo para pagar un colegio privado o mínimo un taxi para transportarse. Lo que nos habla de que aún nos falta mucho por hacer para ser una sociedad 100 por ciento incluyente”.

La educación, primero

Por eso, FHADI, a través de su programa educativo, proporciona los estudios básicos, secundaria y preparatoria, además toman clases de computación, una herramienta básica. Los programas de estudio no tienen un costo fijo, solo los beneficiarios dan una cuota de recuperación que va de 10 pesos hasta lo que ellos puedan y quieran aportar, indica Lorena Méndez.

Apunta que “una vez que concluyeron el curso de cinco meses y obtuvieron su certificado de bachillerato se integran a la capacitación laboral, en donde se les dan las herramientas básicas y necesarias para su inclución laboral. Son talleres de desarrollo humano y productivo, cómo hacer un curriculum, una imagen patronal, solución de conflictos, trabajo en equipo, empoderamiento, liderazgo”.

 

La inclusión

Finalmente —dice— “los beneficiarios pasan a la etapa final, la inclusión laboral en una empresa o institución. Actualmente hay muchas empresas que desean y están preocupadas por ser incluyentes, por eso están contratando en sus programas de inclusión a personas con discapacidad”.

Sin embargo, “antes de incluirse, FHADI imparte un curso de sensibilización, porque muchas veces las personas no están familiarizadas con la discapacidad, aún están en la creencia y con muchos paradigmas de que esta es una enfermedad, que las personas no pueden trabajar o que son dependientes de otras, y no es así”.

Agrega “se revisa todo lo que la empresa ofrece, prestaciones de ley, oportunidades de crecer laboralmente, capacitación, que no sea un puesto hechizo, que lo tengan sacando copias o haciendo nada.  Se revisan las instalaciones, que sean accesibles para las necesidades de las personas. Que tenga rampas, baños amplios, lugar de estacionamiento. FHADI siempre está muy al pendiente de las empresas a las que se integran los beneficiarios”.

Un poco de historia

La historia de la FHADI comienza un 24 de febrero, de 1984, cuando María Antonieta Osorio Ramírez, campeona e instructora de paracaidismo en el Ejército Nacional, realizaba un acto dedicado al Día de la Bandera ante el presidente de la república, y su paracaídas se colapsó y cayó 60 pies.  Las vértebras del cuello se le hicieron polvo. Paso tres años internada en el hospital, ansiando que llegara la muerte.

No fue así, ya que en su momento conoció a las psicoterapeutas Martha Díaz Bolio y Marcela Musi con quienes tomó un proceso de psicoterapia individual, mediante el cual logró recobrar la fe en ella misma, transformar su sufrimiento en un espíritu crecido con un gran amor a la vida, y es cuando decide pasar a otros su propia experiencia; fundó FHADI el 2 de octubre de 1997.