Margarita Zavala renunció a su candidatura con extraña cautela. Su decisión puede tener dos causas: la falta de dinero y los malos números de campaña, como ella misma lo señaló; o bien, tratarse de un movimiento de ajedrez.

Margarita se sale de la contienda, pero no para quedarse en su casa. Ha evitado, calculadamente, responder a la obvia provocación: ¿a quién va a apoyar o para dónde van a ir sus votos?

En su caso, los votos son lo de menos. Las encuestas demuestran que sus números nunca fueron decisivos para, en caso de declinar o renunciar, garantizar el triunfo de otro candidato. La decisión debe leerse más allá de las sumas o las restas.

La excandidata independiente parece estar a punto de saltar de un proceso electoral al activismo político. Deja un cargo que la encorsetaba, que le impedía calificar y denunciar a sus adversarios, para iniciar un movimiento ciudadano dirigido a —según sus palabras— “defender a México”. ¿Defenderlo de quién? Aquí lo hemos dicho en este espacio: de caer en los brazos de un traidor o de un tirano.

Si la renuncia de Margarita es, efectivamente, parte de un movimiento de ajedrez, de una estrategia, esa medida será insuficiente si no es acompañada de decisiones contundentes.

Permítame, lector, ponerlo así: lo que está en juego el 1 de julio no es el futuro de un hombre. Llámese ese hombre Ricardo Anaya, José Antonio Meade o Andrés Manuel López Obrador.

Lo que podemos perder —todos— es una nación. Si eso no se entiende, Meade va a ser derrotado junto con la democracia y las libertades.

Podemos seguir advirtiendo que Anaya o López Obrador serían como presidentes de México un riesgo para la democracia, la integridad de las instituciones y la gobernabilidad.

Podemos seguir saliendo a las calles a gritar lo que hemos gritado en contra de un dictador, pero esa advertencia seguirá sin tener eco en el electorado si la sociedad no advierte que Meade ha roto de fondo con hombres y decisiones que, en estos seis años, le han hecho daño a México.

A 40 días de la elección ya no podemos, no debemos engañarnos.