Jacquelin Ramos y Javier Vieyra

La novelista Paulette Jongutud se pregunta: ¿qué es una fotografía sino capturar fantasmas de personas, espacios, momentos y tiempo? En un mundo que parece querer alcanzar la velocidad de la luz y ya no se detiene a observar nada más allá de la duración del flash, la fotografía es probablemente el mejor instrumento de la memoria personal y colectiva. Sin embargo, la tecnología y la accesibilidad a capturara una imagen han convertido a la fotografía profesional en una actividad que día a día lucha por sobresalir entre lo cotidiano. Por ello, muy pocos fotógrafos conservan en su labor una visión estética y artística que pueda llevar un mensaje a la sensibilidad de quien mira su trabajo; de ahí que la obra de Bernardo Aja de Maruri sea casi un acontecimiento providencial.

Nacido en Santander, España, en 1973, Aja de Maruri cuenta en entrevista exclusiva para Siempre! que comenzó su historia con la fotografía jugando con las cámaras de sus padres cuando era niño. La pasión que despertaron en él las escenas congeladas se conjugó después con su formación profesional en la Universidad de Santa Mónica en Los Ángeles, California, desde donde desarrolló un concepto único en que sus imágenes dictan un discurso, gritan una crítica o dan vida al olvido; por ello cree contundentemente en la fotografía como algo más que un simple empleo u ocupación.

“Disparo” muy poco

“El hecho de desempeñar el ejercicio fotográfico —dice— no necesariamente te convierte en fotógrafo. Lo que te convierte en fotógrafo es que poseas una mirada especial, una forma de ver las cosas, una perspectiva de visión”.

Al respecto, la mirada de Aja de Maruri se adentra profundamente en lo que llama “segundas o terceras capas”, aquellas cosas fascinantes que los ojos nos permiten apreciar de manera natural:  las sombras, cómo se mueven los reflejos en el agua, y la difracción de la imagen a través de los vidrios.  A pesar de su mirada, puede identificar muchas de estas expresiones con facilidad, el artista ibérico no  se considera un fotógrafo que se encuentre constantemente haciendo “clics” al azar, sino que puede definirse, más bien, como un “recolector de detalles”.

“Yo disparo informalmente muy poco —agrega—, pero trabajo de la manera que he cultivado a mi forma y ciertamente me funciona. Primero reúno detalles y posteriormente los conjunto alrededor del concepto que esté trabajando. Más que hacer fotos, recopilo situaciones que me parecen interesantes  y las integro a un proceso de boceto y de forma de texto que van armando un rompecabezas en mi mente; cuando todo está listo, y es el momento oportuno, disparo y se hace la fotografía”.

Explica Aja de Maruri que se trata siempre de encontrar “el alma de la fotografía” en los personajes, objetos y espacios, lo cual, especialmente en este último aspecto, representa una constante búsqueda por sentir una identificación  espontánea con el sitio, por lo que, dentro de su obra, el fotógrafo respeta mucho los escenarios en que puede captar una buena imagen.

Así pues, la particular mirada de Aja de Maruri lo ha llevado a incursionar en diferentes facetas de la fotografía, siendo el retrato una de las que más disfruta. Congruentemente, en su prestigiosa trayectoria pueden destacarse los dos años que se desempeñó como el fotógrafo personal de Alberto Fujimori, el polémico expresidente peruano, y las iconografías que realizó a eminentes intelectuales y que luego aparecerían como portadas en algunas publicaciones; es el caso de Guillermo Tovar de Teresa en su Bosquejo biobliográfico (2012) escrito por Xavier Guzmán Urbiola y Atrevidas: mujeres que han osado (2015) de Guadalupe Loaeza, en que retrató a Elena Poniatowska.

Agnosis en el Franz Mayer

“Cuando fotografías a una celebridad —dice el artista— tienes que estar muy cerca de ella para poder hallar una aurea especial y captarla. Los personajes son ellos mismos, pero también su mundo, el estilo de arquitectónico de su casa, sus muebles, los títulos que conforman su biblioteca y cómo está distribuida; todos esos elementos representan en un cuadro la personalidad más completa del protagonista del retrato”.

Pero todavía hablando de celebridades, Aja de Maruri, quien asegura enamorarse de cada uno de sus proyectos, recuerda con emoción uno en particular: EntreMuros, una peculiar serie de retratos en que pudo plasmar a algunas personas de antiguo abolengo en México, mostrándolos en sus señoriales residencias o con la altivez de la sangre azul en la pose, sin dejar de lado el paso del tiempo y el no tan favorable destino que sufrieron algunos de ellos en las transiciones de elites históricas. Este ejercicio de nostalgia y reflexión sobre la herencia ideológica creado por Aja de Maruri ha sido expuesto no sólo en importantes sedes en nuestro país, como el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, sino en espacios como la Casa de la Cultura de España en Lisboa. Próximamente, EntreMuros se complementará con nuevas fotografías que Aja de Maruri realizará en el sudoeste de Asia para, de ahí, exponer en plenitud en la Casa de América de Madrid.

Sin embargo, antes de empacar para tal aventura, Aja de Maruri hizo una escala especial en la capital mexicana, específicamente en el Museo Franz Mayer. Y es que entre los muros del emblemático recinto de la Avenida Hidalgo, en que el también autor de la serie Tormenta, ha decido crear ventanas a un tema doloroso y vigente: los desaparecidos en México.

“La exposición se llama Agnosis. El término se refiere a la incapacidad de recibir información a través de los sentidos; especialmente en la vista, la agnosis hace que una persona vea pero no reconozca aquello que tiene delante. Este proyecto, pues, pretende despojar de la agnosis a la sociedad mexicana y sensibilizarla, humanizarla, frente a la tragedia de los desaparecidos, la violencia y la corrupción”, explica Aja de Maruri mientras recorre con la mirada sus veinte fotografías en blanco y negro.  Para poder lograr su intención, el mago de la lente acompañó a las madres que conforman los grupos “Rastreadoras de El Fuerte “ de Sinaloa y  “Colectivo Solecito de Veracruz” a las brigadas en que, bajo tierra, buscan a sus hijos desaparecidos.

“Es la primera vez —dice el fotógrafo— que creo un concepto como este. Y es una sensación muy fuerte de pérdida la que yo tengo cuando fotografío a todas estas personas. A diferencia de las celebridades, cuando fotografías a estas personas tan frágiles de forma social tienes que hacerlo con distancia, con mucho respeto para no ofenderlas ni invadirlas en su dolor, pero a la par tienes que saber captar y hondar muchísimo el aspecto de su alma. Fotografiar una pérdida es muy difícil, porque no es algo tangible, a pesar de eso he procurado dar dignidad a todas las personas que aparecen en Agnosis ”.

Superficial, la foto del celular

Quien ha colaborado igualmente como reportero gráfico para agencias como EFE, AP y Reuters, revela el ahogo que ha sido acercarse al México oscuro y ensangrentado de nuestros días, no obstante él como artista “no puede mirar a otro, no puede negar la cotidianidad”. Una cotidianidad, en la que, reconoce, a pesar de los embates siempre hay lucha, resistencia y acción como las de las mujeres con que caminó escarbando fosas en infinitas llanuras.

“Aunque también estuve conviviendo —dice— con migrantes y personas que viven la violencia día a día, Agnosis es un primer ejercicio, tímido tal vez, únicamente sobre las madres de alma desmembrada y espíritu frágil y fuerte al mismo tiempo. Quiero que se trasmita lo que ellas sienten, su empeño de búsqueda; que se entienda su desesperación y se les respete y brinde dignidad a sus desaparecidos. Con este tipo de propuestas, nosotros, los artistas, honramos estas situaciones y ayudamos a que se genere una visibilidad”.

Al terminar el recorrido, Aja de Maruri mira como un niño la fuente de la Plaza de la Santa Veracruz, donde las aves bañándose rompen los discos de sol reflejados y define su obra en tres palabras: teatral, cinematográfica y pictórica.

Para finalizar, expresa su preocupación por  la situación de la fotografía hoy en día: ha declinado por completo la capacidad de esfuerzo a la hora de captar imágenes gracias  a los avances tecnológicos. “No es necesariamente negativo”, apunta, pues con un teléfono celular logramos fotos de una resolución fantástica y color ideal, aun con condiciones difíciles de luz, pero sin que se tenga alguna esencia o fin más allá de lo superficial.

“Estamos un poco dispersos. La accesibilidad y los errores ilimitados, que antes no se permitían con los rollos, creo que muchas veces hacen que los nuevos fotógrafos no sepan muy bien a dónde van. Yo apuesto a invitar a la recapacitación: si queremos ser fotógrafos tenemos que crear muy bien un estilo, una identidad, una personalidad fotográfica; el fotógrafo tiene que tener claro qué es lo que quiere fotografiar y para qué lo quiere fotografiar. La responsabilidad de un fotógrafo ante la cámara nunca se ha ido; aunque cambien los megapixeles, uno sigue mirando con sus propios ojos”, concluye.