En esta semana, la Academia Nacional de México recibió a Mikel Arriola como socio académico. A nombre de esa noble institución me permití imponerle la Gran Orden de la Reforma, que lo significa como numerario vitalicio. La directora de esta prestigiada revista y socia académica, Beatriz Pagés Rebollar, le impuso el distintivo que ostenta el águila republicana. También participaron dos organizaciones fraternas: el Consejo Nacional de la Abogacía y el Congreso Nacional de la Abogacía.

Es muy significativa esta ceremonia donde nos unió el pensamiento liberal, la preocupación por nuestra sociedad y el amor por nuestro país.

Si algo ha sufrido decadencia en nuestros estilos de ejercicio político   es precisamente el discurso político, el cual, en las más altas tribunas y en las más importantes voces ha caído, en innumerables ocasiones, en insinceridades, en engaños, en indolencias, en imprecisiones, en histrionismo, en demagogias, en tecnicismos, en cripticidades, en vacuidades, en ligerezas, en irresponsabilidades, en incoherencias, en groserías y hasta en estupideces.

De pronto, aparece Mikel Arriola y nos refresca con un bálsamo de lucidez. Nos anuncia la esperanza de que muchas de las virtudes políticas de los mexicanos aún son rescatables. La franqueza, la verdad, la seriedad, la responsabilidad, la claridad, la profundidad, la lógica, el respeto, el republicanismo y, desde luego, la inteligencia.

La mayor tragedia y la mayor penuria de una nación no residen en sus carencias materiales ni financieras y, ni siquiera, políticas sino en una carencia de ideas. Esa es la verdadera pequeñez nacional.

Pero, además, la verdadera idea política no es el tema de un discurso sino es un tema de la vida. La gran idea es, simplemente, algo en lo que se cree o no se cree. La gran idea es una convicción. El devenir de la humanidad así lo ha demostrado.

La gran idea política no tiene regulación ni organigrama. No existe la ley de la independencia ni la de la revolución. No existe el ministerio de la reforma ni el de la libertad ni el de la soberanía. No tienen burocracia ni la necesitan. No se les asignó un presupuesto ni lo requieren.

El tiempo mexicano actual requiere de ideas. Es cierto que se han generado y que nos han sido propuestas. Pero necesitamos convertirlas en propias. Se gobierna con hombres, con leyes y con instituciones pero, adicionalmente, se gobierna con ideas. No ha existido gran nación que haya confesado que “se solicitan ideas”. Por eso, los mexicanos necesitamos construir nuestra idea. Trabajemos en ello sin descanso pero, también, sin cansancio.

Ello sería una responsabilidad básica de algunos elegidos. Yo mencionaría a cinco de ellos. Me referiría al intelectual, al científico, al académico, al comunicador y al político. Ellos son los custodios y los artífices de las ideas. Entre ellos, pues, estamos nosotros y no lo podemos rehuir.

Es muy claro y ya no podemos disimular que si no cuidamos nuestras ideas nos vamos a envilecer. Si no cuidamos la economía nos vamos a empobrecer. Si no cuidamos nuestras convicciones nos vamos a traicionar. Si no cuidamos nuestras esperanzas nos vamos a desahuciar. Si no cuidamos la justicia nos vamos a corromper. Si no cuidamos nuestro orgullo nos vamos a humillar. Y, si no cuidamos la política, nos vamos a destruir.

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