Mientras Morena considera que su candidato a la Presidencia es Jesucristo resucitado y la coalición Por México al Frente presenta a Ricardo Anaya como el salvador de la patria, el PRI y el gobierno siguen pensando en si deben defender o hacer declinar a José Antonio Meade.

El cambio de dirigencia en el PRI es un paso, pero solo uno, y por cierto muy pequeño para impedir que el 1 de julio gane el proyecto de dos aventureros hambrientos de poder que pondrían a México en la antesala de una dictadura ingobernable.

Que los adversarios del PRI hayan inyectado veneno a la campaña de Meade, se entiende, pero lo inaceptable e incomprensible es que desde el mismo gobierno y el mismo partido se aliente la posibilidad de una declinación, como si Anaya fuera confiable y no fuera lo que ha demostrado ser: un traidor.

¿Para qué o por qué Meade tendría que rendirse ante un Victoriano Huerta? ¿A quién le serviría esa declinación? ¿Al presidente de la república? Quienes hayan sugerido tal ingenuidad se equivocan. Anaya, una vez que tenga puesta la banda presidencial, se olvidaría de respetar la integridad de su antecesor.

En el ADN del candidato frentista no está el acatar salvoconductos, menos cuando ese tipo de convenios puedan poner en riesgo su popularidad.

Al igual que Donald Trump, se dedicaría a cumplir todas y cada una de las promesas que sumaron votos a su campaña para, a partir del respaldo social, ejercer la presidencia con poderes ilimitados.

La primera decisión que tomaría el candidato de Por México al Frente, una vez sentado en Los Pinos —como reiteradamente lo ha prometido—, es llevar a prisión a Enrique Peña Nieto y a otros más. No se engañen los asesores presidenciales: Anaya sería un verdugo implacable.

El enojo social y la decepción de la gente, el sentimiento antisistema han provocado que el futuro de México esté atrapado entre dos populistas autoritarios; uno de izquierda y otro de derecha, ambos proclives a poner en riesgo la democracia y la libertad.

Si el PRI quiere hacer ganar a Meade tiene que hacer mucho más que solo cambiar al dirigente nacional del partido.

René Juárez es un político experimentado, pero él solo no va a poder cambiar la mala percepción que tiene la sociedad y el electorado del PRI.

Quítenle a Meade las cadenas. Déjenlo que tome con libertad decisiones audaces. Permítanle romper con lo que tenga que romper. Distanciarse de lo que se tenga que distanciar. No importa si son personas o son reformas.

Meade tiene que hablarle a los más pobres, a los enojados, a los engañados, y el presidente de la república tiene que pedir perdón al pueblo de México por tolerar la corrupción.

Todo, señores, menos cruzarse de brazos o hacer cálculos alegres producto de la soberbia y la puerilidad.

Todo, menos entregar el destino de México a dos aventureros despóticos.