En un hecho sin precedente, todos los obispos y arzobispos de Chile le presentaron su renuncia al papa Francisco. La sorpresiva medida fue causada por las gravísimas acusaciones —y pruebas— de pederastia de numerosos miembros del clero de ese país, a quienes protegió la jerarquía por ineptitud, miedo y muy probablemente complicidad.

La renuncia fue sorpresiva porque Chile no es el único país donde se han presentado abundantes y contundentes pruebas de la descomposición moral de los ministros católicos. En Estados Unidos ya se ha hecho costumbre que estallen escándalos, en una u otra diócesis, por los abusos de los sacerdotes contra su feligresía, especialmente por hacer víctimas de toda clase de juegos sexuales a menores de edad, niños en su mayoría, pues son quienes están más indefensos ante los ataques de los canallas con sotana.

Francisco es un papa que, por sus declaraciones más que por sus hechos, está considerado el renovador que necesita la Iglesia católica. Sin embargo, de acuerdo con la información que se conoce y la opinión de los más reputados analistas, el principal dique a todo intento de cambio lo representa la poderosísima curia romana, que ha manejado el Vaticano desde hace siempre.

Hasta ahora, el papa argentino había ganado pocas batallas. Quizá la más importante fue la que llevó ante los tribunales australianos a George Pell, quien manejaba las finanzas del Vaticano y ahora está enjuiciado precisamente por pederastia. Salvo casos contados, en diferentes países ha podido más el espíritu de cuerpo de la jerarquía que la voluntad del pontífice.

Así ocurrió en México con las innumerables corruptelas de los Legionarios de Cristo, principalmente la escandalosa vida de su líder, Marcial Maciel, quien tenía varias mujeres que seguramente no le bastaban, pues abusaba sistemáticamente de niños confiados a su guía espiritual. En su caso, muchos miembros de la Legión no fueron ajenos a la pederastia y otras prácticas, pero tanto ellos como Maciel fueron protegidos por las autoridades civiles que nunca procedieron legalmente en su contra, como por el mismísimo papa Juan Pablo II, quien incluso trajo dos veces al pederasta en su comitiva después de que eran públicas las denuncias contra él.

Lo ocurrido en Chile y los frecuentes escándalos que sacuden a la catolicidad tendrían que llevar a la supresión del celibato sacerdotal, fuente de innumerables abusos. La pregunta es si Francisco tendrá la decisión y el poder suficiente para acabar con esa medida absurda. En el nombre sea de Dios.