La leyenda de la carabina de Ambrosio, desde el siglo XIX, describe a un asaltante cuya carabina estaba cargada con perdigones inofensivos y, por lo tanto, era inútil; es decir, se refiere —desde siempre— a un hecho que resulta finalmente intrascendente.

El segundo debate presidencial que, a costo muy alto, nos ofreció la esperanza de un mejor posicionamiento de los candidatos presidenciales, lamentablemente fue inútil, como la famosa carabina.

En efecto, aun cuando el debate tuvo una enorme audiencia, fue un tanto disparatado, los ciudadanos que preguntaron lo hicieron titubeantes y, en algún momento, fueron reconvenidos por los moderadores, quienes los trataron en forma, si no despectiva, al menos con poco interés.

Los moderadores confundieron su papel, de ser un vehículo para desarrollar el evento, se convirtieron —de motu proprio— en sinodales adustos de los candidatos, adoptando actitudes de mucha soberbia que, de tiempo para acá, mantienen muchos comunicadores. El tema central que fue “México en el mundo”, relacionado con el problema de los migrantes y específicamente con Tijuana, era muy importante, sin embargo, quedó reducido para efectos electorales, asimismo alejado de una concepción y de un horizonte que reflejara la política del mundo, que hoy juega un papel trascendente.

El TLCAN, siendo el punto central de nuestra relación —por ahora— con los Estados Unidos, se trató superficialmente; la relación con el presidente Trump no dio para mucho, sino para que los candidatos pronunciaran frases patrióticas y a veces huecas.

No se abordaron los problemas de América Latina, ni de nuestra relación con Asia y en particular con China, tampoco se habló de los principios constitucionales que, en la fracción X del artículo 89 regula: la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales, como columna vertebral de nuestra política exterior.

El más destacado y ganador del debate lo fue, sin duda, José Antonio Meade, aun cuando, dada su enorme experiencia como secretario de Relaciones Exteriores, le faltó rematar con mayor nitidez y claridad en sus conceptos; no obstante, hizo propuestas claras como el control del flujo de armas y del dinero proveniente de la frontera norte. En cualquier caso, es indudable que el relanzamiento de la campaña de Meade está avanzando.

López Obrador, como siempre, evadió las respuestas y repitió su viejo mantra de que “la mejor política exterior es la política interior”, y tampoco dejó pasar la oportunidad de insistir en su chascarrillo “que le pueden volar la cartera”, sin embargo, esa cartera —según el propio López Obrador— no tendría ni tarjetas de crédito, ni cheques, ni dinero, puesto que para él no existen.

Ricardo Anaya, con sus actitudes teatrales, francamente se derrumbó, no pudo lucir su destacada oratoria y quedó en el último lugar, después de relatar una anécdota y mostrando un costal que a nadie conmovió.

De Jaime Rodríguez “El Bronco”, lo único destacable es la invitación al abrazo de los otros candidatos.

Mucho ruido y pocas nueces, el parto de los montes, el enano del tapanco o la carabina de Ambrosio.