Óscar Mario Beteta, conductor del noticiero En los tiempos de la radio, nos preguntó a quienes participamos en la mesa de análisis político si el proceso electoral actual se estaba convirtiendo en un riesgo. La pregunta fue sintomática porque, efectivamente, lo que hoy domina el ambiente es el miedo.
Miedo no solo a la violencia electoral que cobra cada día más víctimas, sino a la posibilidad de que llegue a la Presidencia de la República el autor intelectual de la radicalización política que ya divide familias, amigos y el país entero.
El polémico retuit del periodista Ricardo Alemán en el que subliminalmente se invita a los fanáticos de izquierda a asesinar al candidato presidencial de Morena sirvió para darnos cuenta de dónde estamos y de lo que viene.
Un periodista que invita a la violencia, o más concretamente, que exalta el magnicidio no está ejerciendo la libertad de expresión. Está recurriendo a las mismas armas que un fanático, que un intolerante para exterminar al adversario. Lo que hizo el columnista fue simple y sencillamente montarse en la ola de radicalización y violencia política que han construido López Obrador y sus simpatizantes en el país.
El despido de Alemán, sumado a la cancelación del spot donde cinco niños defienden la educación; a la difusión fallida del documental Populismo en América Latina; al video de Paco Ignacio Taibo II en el que pide la expropiación de las empresas; al tuit que subió la hija del historiador donde pide que se vayan del país quienes no están de acuerdo con López Obrador; a los insultos del tabasqueño en contra de la cúpula empresarial… anuncia simple y sencillamente la represión que viene en caso de que López Obrador gane el 1 de julio.
El último caso emblemático de intolerancia es el boicot de las hordas lopezobradoristas en contra de la película Hombre al agua del actor Eugenio Derbez por haberse atrevido a decir que López Obrador “no es la mejor opción”.
Lo peor de todo es que hay quienes ya bajaron la guardia y comienzan a asumir una actitud conformista y de aceptación ante el posible triunfo de un proyecto autoritario que pondría en serio riesgo las libertades.
Este ambiente de intolerancia y odio hacia lo diferente ya se vive en las calles. Basta que usted, estimado lector, recorra el país y diga públicamente que simpatiza con un partido o ideas distintas a las de López Obrador para que los seguidores de Morena lo insulten y quieran ejecutarlo.
Quienes hablan de López Obrador como si ya fuera presidente y piensan, a la vieja usanza mexicana, que van a poder entenderse con él, se equivocan.
Durante su participación en el programa de televisión Tercer grado, el candidato presidencial José Antonio Meade dijo una frase: “Si de compañías se trata, ¿cómo vamos a pensar que Andrés Manuel va a combatir la corrupción?”.
Y a esta reflexión podríamos agregar: si de tolerancia se trata, ¿cómo vamos a esperar que López Obrador encabece un gobierno democrático cuando su base social ha sido preparada, adoctrinada para hacerse del poder por medio de la exclusión y la violencia?
La mejor muestra de que los mexicanos somos políticamente ingenuos es que se está concediendo a un tirano el beneficio de la duda, cuando de lo que menos duda tiene el tirano es de ejercer despóticamente el poder.
Simpatizar y ser de Morena implica convertirse en un trasmutante, en una criatura violenta dispuesta a aniquilar todo lo que es diferente.
Sí, los mexicanos tenemos miedo y, por qué no decirlo, me incluyo.