La inevitabilidad histórica y el destino manifiesto son paradigmas —generalmente autoritarios— que han fracasado innumerables veces en sus predicciones, particularmente en materia electoral; la prueba indudable de esta afirmación han sido —en el pasado reciente— los resultados inesperados en el proceso de las democracias liberales en el mundo.

El PRI, partido histórico de la república, se fundamenta en las bases sociales y políticas que se consolidan en la posrevolución. Sus dos grandes derrotas se atribuyen a factores distintos.

En el caso de la elección de Francisco Labastida en el año 2000, la explicación de no haber alcanzado la presidencia de la república se debe más a factores externos que a internos, atribuidos a la obsesión de Ernesto Zedillo de convertirse en una especie de “padre de la democracia mexicana” y, por supuesto, al carisma indudable de Vicente Fox que fue un gran candidato, antes de ser presidente y, después, siguió siendo candidato y se olvidó de gobernar.

En el caso de Roberto Madrazo en 2006, su fracaso electoral se vincula a las divisiones internas del partido, a la traición de Elba Esther Gordillo y la formación del llamado TUCOM (Todos Unidos Contra Madrazo) que incluyó a diversos gobernadores como Tomás Yarrington, Arturo Montiel, Enrique Martínez y Martínez, Natividad González Parás, Manuel Ángel Nuñez Soto, Eduardo Bours y el líder del Senado Enrique Jackson, quienes operaron el llamado voto útil para que Felipe Calderón se alzara con el triunfo.

En el caso actual del PRI, los factores reales del poder están alineados en la visión de futuro de José Antonio Meade; los gobernadores priistas publicaron recientemente un manifiesto dándole su apoyo y acogiendo al gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles, quien decidió sumarse a esta candidatura, como también lo hizo el senador Armando Ríos Piter.

Se ha logrado ofrecer, ante el elector, la figura consolidada de un eficiente funcionario público de notorias capacidades intelectuales y de honestidad irreprochable.

Sin embargo, sus negativos se sustentan en su cercanía al presidente Enrique Peña Nieto —quien ha recibido la andanada de una enorme campaña en su contra—, así como su falta de militancia priista.

Aunado a esto, se agrega la inexperiencia de los operadores de su campaña, que nunca han participado en ninguna otra, ni siquiera en las sociedades de alumnos de sus respectivas escuelas; ni Enrique Ochoa ni Aurelio Nuño han vivido la realidad de una campaña electoral, a eso se debe que han sido incapaces de realizar la denominada “operación cicatriz” que, después de la decisión de las candidaturas, ha dejado sin esperanza y molestos a miles y miles de verdaderos líderes y militantes. También se critica fuertemente a su equipo cercano por las mismas causas, que se pueden sintetizar en inexperiencia y soberbia

Por eso, a menos de 60 días de la elección, es tiempo de dar un golpe de timón y recobrar la fuerza de millones de ciudadanos, que lo único que esperan es ser convocados con inteligencia política para acudir a las urnas en favor del proyecto de Meade.

La contienda no está decidida, en esta ocasión el voto útil es inútil; lo que se requiere es pasión, inteligencia y experiencia, para que las cualidades —que ya se destacaron del candidato— lleguen a hasta el último de los votantes y pueda obtener un triunfo que, por ahora, se ve difícil, pero que es perfectamente posible.

Deslindarse del presidente Peña Nieto, cambiar a una parte de su equipo y, sobre todo, saber escuchar, son las salidas que permitirían que el PRI recobre su fuerza y su presencia.

La autocrítica no sólo debe ser comentario de café, sino de abierta participación de quienes creen posible la victoria electoral de este partido. Eso es lo que pasa con la candidatura priista.