En diciembre de 2017, Donald Trump, lo había advertido: trasladaría la embajada de Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. Para el magnate inmobiliario, su decisión estaba dirigida a fomentar la paz entre Israel y la comunidad palestina, enfrentados en una crisis de décadas. Sin embargo, con esa maniobra también reconocía a Jerusalén como capital de Israel, algo que sus antecesores evitaron por considerar que aumentaría la conflictividad de la región. Para colmo, la decisión del traslado coincidió con el 70 aniversario de la declaración de Independencia de Israel (14 de mayo de 1948). La fecha también está cargada de simbología para el pueblo palestino, pues es el Día del Dolor o Nakba (catástrofe), que precisamente recuerda la edificación del Estado judío con la expulsión de más de 800 mil palestinos.

El traspaso de la sede estadounidense llegó acompañado de numerosas manifestaciones palestinas que reprobaban la acción, las cuales fueron reprimidas por las fuerzas de seguridad israelíes. Hasta el momento, más de 70 personas han muerto en la crisis. El ejército judío explicó que su operación fue para defenderse de ataques terroristas, los cuales “estaban operando de acuerdo con los procedimientos de actuación estándar con métodos de dispersión de masas y con fuego real.”

Consecuencias palpables

Para expertos internacionalistas como Manuel Férez, catedrático sobre Oriente Medio y Cáucaso en la Universidad de las Américas campus Ciudad de México, la situación ha dejado en claro que Trump se desmarca de la política en Oriente Medio de su antecesor Barack Obama, que busca presionar la influencia de Irán en la región y fortalecer una alianza entre Israel y Arabia Saudita, a quienes prácticamente les ha permitido actuar en la defensa de sus propios intereses, ocasionando la molestia de Rusia y Turquía. El también coordinador de la cátedra Jean Monet en la Universidad Internacional de Cuernavaca, considera que el cambio de la embajada solo ha aumentado el fuego en un Oriente Medio asfixiado por conflictos regionales en Yemen, Siria, Líbano e Iraq, por mencionar los más urgentes. Esta es la entrevistas que concedió a Siempre! vía correo electrónico.

Manuel Férez.

¿En qué situación se realiza el traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén?

Si la decisión de reconocer a Jerusalén (ciudad de facto dividida entre una zona del oeste judía y una zona del este árabe) se hubiera pactado y negociado con todas las partes involucradas e incluyera un plan de desarrollo para Gaza y Cisjordania y una crítica dura hacia el expansionismo israelí en los territorios palestinos de Cisjordania, quizá Trump hubiera dado un cambio de timón positivo para la región; sin embargo, el proceso, la forma y tiempo en que se decidió el cambio de la embajada solo han aumentado el fuego en un Oriente Medio asfixiado por conflictos regionales en Yemen, Siria, Líbano e Iraq, por mencionar los más urgentes.

Desde su llegada a la presidencia, Donald Trump dejó claro que su objetivo en Oriente Medio era deshacer y alejarse del legado del presidente Obama en dicha región. En ese contexto se ubica, en parte, la decisión de retirar a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, lo que derivó en un alejamiento con aliados tradicionales como Francia y Alemania, y un acercamiento diplomático y militar con el Reino de Arabia Saudita, país que mantiene un pulso militar con Irán.

Además del alejamiento de Teherán y la aproximación a los sauditas, la administración Trump fue contundente desde el primer viaje presidencial al extranjero (en el cual Trump visitó Arabia Saudita e Israel) en el cual la relación con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu sería una de las prioridades de su gobierno. Recordemos que la relación Obama-Netanyahu estuvo llena de momentos incómodos, enfrentamientos dialécticos y de fricciones constantes debido a la aproximación de Obama a la región que incluía un deshielo hacia Irán y una postura muy crítica a la colonización israelí en territorios palestinos.

En diciembre de 2017 Trump recordó que su plan de trasladar su embajada a Jerusalén (y así reconocer dicha ciudad como capital israelí) era una decisión irreversible y en ese momento algunos analistas aún veían una posibilidad de que Trump, al establecer su representación en Jerusalén, exigiera del régimen israelí alguna concesión importante (reconocimiento de Jerusalén del Este como capital palestina, freno a la expansión de asentamientos en Cisjordania, concesiones y negociaciones palpables con Mahmoud Abbas o una combinación de estas opciones). Sin embargo la visión de Netanyahu era la de un acercamiento a Estados Unidos sin conceder ni negociar absolutamente nada con un liderazgo palestino encarnado en Abbas cada vez más debilitado internamente (acaba de retirar a su cónsul en Washington) y mucho menos un relajamiento de las condiciones de bloqueo impuestas a la Franja de Gaza, zona en la cual gobierna Hamas (organización radical islámica cuyo objetivo final es la destrucción del Estado de Israel) cuya población sufre tanto del gobierno de Hamas como del bloqueo impuesto por Israel y Egipto en sus pasos fronterizos, creando condiciones de vida lamentables.

Hay que agregar que la posición oficial israelí hacia Gaza es ambigua, si bien en 2005 el entonces primer ministro Ariel Sharon realizó “El Plan de Desconexión de Gaza” retirando totalmente la presencia militar y civil israelí de la franja, el estatus legal de Gaza aún no está claro, ya que no es un país independiente con fronteras reconocidas, tampoco es parte de un Estado palestino legalmente establecido y tampoco es un territorio ocupado por Israel (aunque sí bloqueado).

La decisión de Trump y su administración de reconocer Jerusalén como capital de Israel se ubica más en el espacio simbólico (muy poderoso en Oriente Medio) que en el plano material, ya que la situación en Gaza o Cisjordania sigue siendo la misma, en otras palabras, la vida cotidiana no ha sufrido un cambio por esta decisión, pero las consecuencias son palpables: por un lado Estados Unidos deja de ser un posible negociador entre israelíes y palestinos, por otro radicaliza los liderazgos tanto palestinos como de otros países como Turquía e Irán en relación con Israel y Washington, al tiempo que coloca en una difícil posición a sus aliados árabes, principalmente a Arabia Saudita y otros países del Golfo.

Recordemos que el estatus final de Jerusalén es, junto a la delimitación territorial del futuro Estado palestino y el futuro de los refugiados palestinos, uno de los temas más rocosos, difíciles y simbólicos que existen en el conflicto palestino-israelí. Diversos acuerdos internacionales y negociaciones prefirieron ignorar este tema que afecta profundamente las narrativas nacionales tanto de palestinos como de israelíes. En este sentido, Trump decide poner este tema por delante de todos los demás y nos muestra que busca (para bien o para mal) tener una aproximación propia y original (no por original es positiva) hacia el conflicto entre Israel y los palestinos.

 

Capacidad movilizadora de Hamas

Se dice que Trump intenta abrir un corredor o eje integrado por Arabia Saudita e Israel para contrarrestar la presencia de Rusia en la región, ¿qué opinión tienes al respecto?

Trump ha dejado claro desde su visita de Estado a Arabia Saudita e Israel que su visión para Oriente Medio (si es que podemos hablar de un plan preconcebido y con viabilidad y no una serie de decisiones aleatorias y ubicadas en el plano simbólico y discursivo) dista mucho de aquella que su antecesor en la Casa Blanca buscó implementar durante su gestión. En ese sentido, se busca aislar Irán para debilitarlo y así inhibir sus ambiciones e influencias regionales en Palestina, Yémen, Bahrein, Líbano e Irak. Me parece que a la administración Trump le ha quedado claro que en Turquía ya no encuentra un aliado pues Ankara hoy orbita más hacia Moscú que hacia Europa y la OTAN, y ha desarrollado una visión hacia Oriente Medio que algunos analistas han calificado como “neo-otomana” que enfrenta a ambos países. Al alejarse de Europa y Estados Unidos, Ankara ha elevado sus críticas hacia Israel y Estados Unidos al que acusa de dar asilo al líder del movimiento Hizmet, Fetullah Gülen, exaliado de Erdogan y a quien se culpa de orquestar el intento de golpe de Estado de hace dos años.

Mientras Turquía se erige como el líder de la resistencia islámica hacia la decisión de Trump sobre Jerusalén (un tema que aglutina y cohesiona a gran parte de la población musulmana de Oriente Medio) y extiende su influencia diplomática, militar y comercial hacia los Balcanes, Irak y el norte de Siria, Estados Unidos encuentra en los kurdos, Israel y los sauditas un contrapeso no solo hacia Irán sino hacia las ambiciones neo-otomanas de Erdogan.

En cuanto a la influencia rusa en la región habría que preguntarnos si Washington aún considera a Oriente Medio como una zona estratégica en la cual le interesa apostar militar y económicamente, o si otra alternativa sería dejar a los rusos tomar las riendas en ciertos asuntos regionales (Siria, Iraq, Líbano). Mientras Trump y su administración planean este reposicionamiento en relación con ciertos temas regionales, busca solidificar su relación militar y diplomática con Israel y Arabia Saudita. En este sentido el conflicto con Qatar, la situación en Yemen y la lucha para inhibir y derrotar a ISIS da entrada a la percepción saudita de la región que se centra más en contener la influencia iraní que en resolver dichos conflictos.

 

Callejón sin salida

¿Qué prospectiva hay respecto a la causa palestina a partir de este hecho?

Algo que estas semanas dejan claro a cualquier observador con cierto grado de imparcialidad es la capacidad de movilización social que tiene Hamas en Gaza. Podemos argumentar que esta organización aplica coerción y amenazas a los palestinos de la franja para que se manifiesten (arriesgando sus vidas y las de sus familias) en los límites con Israel, sin embargo, sean manifestaciones espontáneas u orquestadas por Hamas el mensaje está claro: Hamas es un actor al cual se le debe tomar en cuenta.

Lo mismo no puede decirse de Mahmud Abbas, Fatah y la maltrecha Autoridad Nacional Palestina, quienes se han limitado a hacer declaraciones simbólicas sobre la situación, con poco impacto en la sociedad palestina. Paradójicamente son Abbas y su gobierno los interlocutores legales de la causa palestina en el ámbito internacional pero cada vez son más marginales en el interior.

Hay un tercer actor que muy pocas veces se incorpora en los análisis de las dinámicas palestinas y son los ciudadanos israelíes árabes (también denominados árabes israelíes o palestinos israelíes) que han decidido llamar a una huelga general por las acciones que su gobierno (Israel) lleva a cabo contra su nación (Palestina). Este actor debería ser más tomado en cuenta pues, me parece, podría jugar un papel de puente de entendimiento, crítica y conciliación entre Israel, Palestina y el mundo árabe en general.

La capacidad de incidir en el devenir de los acontecimientos por parte de Abbas es muy limitada y constreñida a los designios de Arabia Saudita y otros Estados árabes que han optado por el enfrentamiento y debilitamiento entre las facciones palestinas.

La causa palestina es ampliamente apoyada internacionalmente, la cobertura y exposición mediática que logran en todo el mundo es la envidia de yemenitas, kurdos, alevies, bahais, saharauis, por mencionar algunos otros grupos nacionales que también enfrentan represión por parte de países de la zona pero que no tienen la visibilidad que los palestinos y su causa han logrado.

La paradoja está en que, a pesar de la constante preocupación internacional sobre Palestina, los liderazgos e incluso la propia sociedad palestina están enfrentados, desunidos y sin expectativas reales de reconciliación. Recordemos en este punto que Hamas y Fatah (la agrupación más poderosa de la Autoridad Nacional Palestina) viven una miniguerra civil desde 2006 y los intentos de reconciliación han fracasado.

Muchos analistas y diplomáticos reconocen que lo deseable sería una retirada unilateral israelí de todos los territorios palestinos en Cisjordania y planes de desarrollo económico viables para Gaza pero temen que la debilidad de los liderazgos palestinos y su histórica incompetencia para gobernar, sumada a sus constantes luchas internas, hagan que el remedio sea peor que la enfermedad, y por eso se ha apostado a mantener un statu quo que genera descontento social, violencia simbólica y física y desesperación de la juventud palestina que vive sin opciones de desarrollo económico.

Los liderazgos palestinos (principalmente Hamas) y los líderes israelíes (Netanyahu, Lieberman, Benett) son los principales responsables de este callejón sin salida en el que han metido a sus poblaciones civiles. Sería beneficioso enfocarnos más en las actividades de ONG y asociaciones civiles palestinas e israelíes que han logrado, en diferentes momentos de la historia, procesos de entendimiento y coexistencia. Los medios de comunicación deberían mostrar más interés en estas dinámicas positivas cotidianas para enseñarnos, a los que observamos desde lejos este conflicto, que la verdadera paz (esa que no es un papel firmado sino un estado de conciencia) entre palestinos e israelíes no la lograrán nunca los políticos de traje y corbata que se reúnen a discutir el futuro de sus pueblos, sino que la conseguirán aquellos israelíes y palestinos anónimos que, teniendo todas las razones para odiarse, se niegan al cruel destino que sus líderes les designan y salen a la calle a hacer lo correcto.

¿En qué situación queda Irán?

Desde la creación de la República Islámica de Irán en 1979 la aproximación a la causa palestina pasa por la narrativa islámica, el desconocimiento y satanización de Israel y la búsqueda de incidir en la sociedad y política palestina desde una perspectiva religiosa. En este sentido el apoyo que Hamas recibe de Irán responde a este contexto, aunque no es su única fuente de financiamiento y apoyo (Qatar, Turquía y algunos donantes individuales poderosos también apoyan a este grupo).

Irán hoy es un actor regional que opera en diversos países de la región del Oriente Medio como Líbano, Iraq, Yemen y Palestina, Qatar para preocupación de Arabia Saudita, Egipto y otros países árabes

En el caso de Palestina el régimen iraní opera apoyando a dos grupos: Hezbollah en Líbano y a Hamas en la franja de Gaza, si bien el apoyo iraní a Hamas ha pasado por periodo de crisis debido al embargo, la situación interna en Irán y a los cambios internos que Hamas ha experimentado, la alianza Hamas-Iran sigue operativa aunque la organización palestina ha diversificado sus alianzas regionales que hoy incluyen al gobierno turco y al qatarí (hemos mencionado en preguntas anteriores que este reposicionamiento ha generado tensiones y dinámicas nuevas en Oriente Medio).