La ausencia de Jesús Kumate deja, en nuestra Directora Beatriz Pagés y en mí mismo, un vacío muy difícil de colmar. Fuimos muy buenos amigos y, en estos momentos, recuerdo algo de lo que pude ver en su cercanía.

Por ejemplo, recuerdo cuando el Senado de la República le confirió su máxima condecoración. En buena hora por tan acertada decisión. Este honor, dedicado a recordar anualmente la gesta de Belisario Domínguez, ha recaído en muy distinguidos mexicanos. En científicos y en intelectuales. En políticos y en empresarios. En filántropos y en comunicadores. Pero me parece muy significativo que hoy haya ido a parar al pecho de un hombre que, como don Belisario, ha tenido el valor para la denuncia y para la advertencia.

Casi todos conocimos a Jesús Kumate como el hombre de ciencia y como el jefe que fue de la salubridad pública mexicana. Como el ilustre presidente de El Colegio Nacional. Como un mexicano pleno de méritos profesionales, científicos y académicos. Todo eso ya sería de suyo suficiente. Pero no todos dimensionan cabalmente otros de sus acopios humanos que me parece imprescindible compartir brevemente.

Dentro de la personalidad del científico y de la investidura del funcionario hubo un Jesús Kumate de mayor factura y excelencia. Hubo un político lleno de convicciones, de valentías, de lealtades, de cultura, de sencillez, de esperanzas y de verticalidades.

Se esforzó, como Domínguez, por advertirnos sobre las persecuciones políticas. Los vientos de la represión. La justicia de la política, dirían algunos. En realidad, el mero abuso del poder. La sumisión al pseudoapotegma de que los fines justifican los medios. El falso teorema de que el poder político debe triunfar con la ley, sin la ley o contra la ley. La engañosa pero, muchas veces, seductora oferta. Prometer una justicia futura a cambio de una injusticia presente. A eso se ha reducido, en todos los tiempos, la filosofía política de todas las gerencias. También a eso se ha reducido, a lo largo de toda la historia, la filosofía política de todas las dictaduras. 

Por todo eso, quienes puedan ver a través del tiempo histórico la imagen de Belisario Domínguez verán, con facilidad y complacencia, la figura de Jesús Kumate así como la sensatez con la que nuestro senado republicano las ha asociado para el porvenir de todos los tiempos. 

En este escenario los asuntos se suceden con vertiginosidad cotidiana.  Jesús Kumate también recibió la presea al mérito revolucionario, el más alto reconocimiento que confiere su partido político. Por cierto, también mi partido y el de Beatriz Pagés. En el discurso de aceptación envió mensajes múltiples.  A los diversos poderes públicos y a los diversos protagonistas del escenario de lo político. Pero, también, a las diversas generaciones. Evocó al pasado como advertencia para el porvenir. Pero, complementariamente, habló del futuro como una consecuencia ineludible, en lo que tiene de dicha y desventura, de nuestro pretérito acontecer.

En varios momentos culminantes evocó a Guillermo Prieto y a la Generación de la Reforma. Habló de aquellos conservadores a quienes Prieto bautizó y satirizó como “los cangrejos”. No entró en explicaciones zoológicas innecesarias ni en alusiones políticas sobreentendidas. De la misma manera, yo paso a seguir su ejemplo.

A pesar de todos los honores que recibió, subrayo que Jesús Kumate fue un hombre que nunca perdió el honor para ganar los honores.

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