A partir del lunes 2 de julio comenzará otro ejercicio democrático de todos los mexicanos: vigilar que ninguno de los apocalípticos logre que sus predicciones se cumplan y nos lleven a un país dividido por una u otra razón, ya que podrá haber muchas oportunidades para lograrlo.

Los posibles escenarios son dos: si obtiene el triunfo López Obrador, se desata una ola de rumores sobre lo mal que nos va a ir económicamente; si no gana, sus simpatizantes realizan protestas airadas en todas las plazas públicas y hasta ocurren brotes violentos. En nosotros está evitar tanto una como otra situación.

 

“Algo va a pasar”

En 1949, el sociólogo estadounidense Robert K. Merton definió académicamente la profecía autocumplida en su libro Teoría y estructura sociales, porque en realidad esa situación ya era conocida desde la antigüedad. Se trata de acciones benéficas o perjudiciales que suelen suceder cuando líderes de opinión ahora y chamanes, sacerdotes e incluso adivinos en otros tiempos predecían situaciones aciagas o afortunadas.

Gabriel García Márquez, guionista con Luis Alcoriza de la película Presagio, de 1974, recrea de manera ilustrativa lo que ocurre cuando un pueblo completo se deja guiar por personas, de buena o mala fe, que tienen presentimientos o corazonadas.

El Premio Nobel narra que una mujer muy respetable de un pueblo un día cualquiera se levanta por la mañana con desazón y le dice a su familia: “algo va a pasar”. Sus familiares lo comentan con amigos y vecinos, todos se inquietan y empiezan a buscar señales en el ambiente o en el comportamiento de las personas que les indique que efectivamente algo va a ocurrir. Ante la inquietud, algunos toman sus pertenencias y comienzan a salir del pueblo, quienes los ven corren a dar la noticia y en pocos minutos todos los imitan. La señora también inicia la evacuación, voltea a ver el pueblo deshabitado y confirma: “les dije que algo iba a pasar”.

Merton lo describe en estos términos: “La profecía autocumplida es, en sus comienzos, una definición falsa de una situación que conduce a un nuevo comportamiento que convierte en «verdadera» la concepción inicialmente falsa. Esta validez engañosa de la profecía autocumplida perpetúa un predominio del error. El profeta citará el desarrollo de los acontecimientos como prueba que desde el principio estaba en lo cierto”.

Esta situación se ve en la vida cotidiana en personas a quienes se les subestima o sobrevalora, en el primer caso se acentúan los desaciertos y, en el segundo, mejora su desempeño. En las escuelas ya es clásico el ejemplo de un grupo en el que se señaló a tres alumnos como sobresalientes, así se lo dijeron a su profesor, aunque eran tan adelantados como sus compañeros; al final del año escolar ellos obtuvieron mejores calificaciones que el resto del grupo, porque su profesor les puso más atención.

 

Las profecías aciagas

En esta campaña electoral, como en las dos anteriores, han circulado malos augurios sobre el país, si es que gana el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia. Se ha planteado que llevará al país a una grave crisis económica, que aumentará el número de pobres y de desempleados, que los niños se quedarán sin escuelas y casi el infierno. De poco han servido los análisis económicos y financieros de entidades internacionales que confían en una transición de gobierno sin sobresaltos. Pero los apocalípticos pueden modificar el panorama, si se les cree.

El Índice de confianza del consumidor, que cada mes publica el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) a partir de entrevistas que realiza, presenta la situación económica actual y cómo considera el entrevistado que estará en un año. Si los apocalípticos logran hacer mella, muchos de los ciudadanos que entrevista el INEGI podrán reducir su confianza en la situación económica y restringir sus compras ante el temor de una crisis. Esto contraería la producción, llevaría a despidos y se cumpliría la profecía, únicamente porque se oyó que decían que algo iba a pasar.

En el otro caso, si López Obrador no obtiene la victoria, quienes predicen el caos y el desabasto, podrían impulsar a la gente a hacer compras de pánico y en su desesperación por conseguir productos básicos aparecería un fenómeno de masas en el que se desataría la violencia, con la intervención de los cuerpos de seguridad. Y, otra vez, los apocalípticos dirían: “¿no que no rompían ni un vidrio?”.

En ambos casos sería la profecía autocumplida, la cual está en nuestras manos evitar si no hacemos casos a rumores, nos conducimos democráticamente, vigilamos los comicios y, sobre todo, nos despojamos del miedo que los partidos políticos y ciertos líderes de opinión han querido inculcarnos.

Así podremos tener profecías no autocumplidas y un país tranquilo que avance hacia la democracia participativa, porque el ejercicio democrático no termina en el voto.

@RenAnaya2

f/René Anaya Periodista Científico