Las campañas electorales entran en la recta final. La contienda se ha centrado en el relevo del Ejecutivo federal, y los comicios para diputados y senadores, gobernadores, legislaturas locales y en algunas entidades de presidentes municipales han tenido una menor cobertura nacional, solo la del Distrito Federal ocupa tiempo en los medios nacionales escritos y audiovisuales. La renovación total del Congreso federal tampoco ha acaparado los reflectores a pesar de la elección de 500 diputados y 132 senadores.

En el cierre del proceso al que solo resta una semana, las encuestas no indican con certeza qué partido ganará la presidencia y obtendrá mayoría simple en el Legislativo, lo que aseguraría una aceptable gobernabilidad. Los saldos del proceso permiten afirmar que nuevamente, los programas de gobierno presentados a consideración del electorado, y las correspondientes acciones concretas para su ejecución, poco o nada permearon en la conciencia de la ciudadanía.

A esta altura de la campaña, lo que campea son las decenas o cientos de promesas que todos los candidatos a todos los cargos formulan al electorado, que van desde la cancelación o realización de obras públicas, becas y susidios, y hasta felicidad para todos. Al respecto, habría que considerar que se requeriría doblar o hasta triplicar el ingreso público para cumplir las promesas o compromisos contraídos. Esto es, en lugar de programas: promesas.

Por otro lado, la difusión de encuestas como estrategia de campaña, se ha desatado y pese a que una serie de casas encuestadoras presentan de manera regular desde hace meses a consideración de la opinión pública sus ejercicios estadísticos, acompañados de notas metodológicas que les confieren seriedad a su trabajo, comienzan a proliferar las encuestas “a modo” con mediciones atípicas de la intención de voto, que, contra toda lógica, refieren que por “arte de magia” solo  uno de los candidatos es el puntero .

En los últimos resultados de encuestas que solo ellos conocen y que ocultan la autoría de quien las levanta, algunos de los candidatos con total desparpajo presentan o refieren como verdades, mediciones insostenibles. Resulta, según una medición, que José Antonio Meade ocupa el tercer lugar, y en otras que Andrés Manuel López Obrador va ganando o en una más que el ganador es Ricardo Anaya.

Es cierto que se miente flagrantemente o se actúa cínicamente, lo cual resulta reprobable y se descalifica una herramienta útil, pero el daño mayor que se causa es al ejercicio del proceso democrático en sí mismo; además configura una falta de respeto a los electores, a los que con esa actitud se le asume como débiles mentales, capaces de ser engañados.

Otra circunstancia que destaca en estos momentos es el empeño en polarizar y enconar al electorado, en dividir, en crear conflicto en los comicios. Utilizando el eufemismo de contraste, se busca disfrazar una campaña negra, una guerra de lodo, una acción orquestada de confrontación y descalificación; parecen no darse cuenta de que lo último que los mexicanos merecemos es una división artificialmente generada. Es muy lamentable que los candidatos encabecen esta reprobable práctica. Todos vamos a perder si siguen creando división y encono.

Solo nos resta  desear que por el bien de México gane el mejor preparado para hacer frente a las circunstancias internas y conducir los destinos de nuestra nación dentro del complejo entorno mundial.